Donald Trump y Benjamín Netanyahu, en la Knéset. Reuters
Paz o el valor de la guerra
En la historia del mundo hay escritas innumerables guerras. Muchas, en la prehistoria, son desconocidas. Hoy día, para alguien que disfruta inconscientemente de la paz, en su mas amplio sentido, desde el sofá de su casa, no puede imaginar lo que realmente implica para una persona, para su familia, para su mundo, estar inmerso en una guerra; en el detalle de cada uno de los días que sobrevive, es sencillamente imposible. Piensa solo dos minutos. ¿De cuántas formas distintas se puede materializar el horror del infierno a tu alrededor? Quizá, así, te estarás acercando.
De todas las guerras, las últimas y más grandes nos dejan datos difíciles de asimilar con nuestro limitado cerebro. Se estiman, entre muertos, heridos y desaparecidos, cerca de cuarenta millones (40.000.000) de personas en la 1.ª guerra mundial. Había días que morían decenas de miles. Sí, en un solo día. Duró 4 años, 3 meses y 14 días.
En la 2.ª Guerra Mundial se estiman alrededor de 49 millones de civiles y 26 millones de militares; con un par de millones arriba o abajo. Unos 70 millones. Si es que puedes visualizar la cantidad de un millón de lo que sea, te harás una buena idea de lo que se estima. Además, un genocidio, este sí, aceptado internacionalmente, con cerca de 6 millones de muertos en campos de concentración.
Paradójicamente, gracias a dos bombas atómicas que mataron a más de 200.000 personas, se puso fin a la mayor atrocidad y sangría que ha conocido la humanidad; salvando, quizá, a millones de seres humanos que habrían muerto si semejante poder de destrucción no hubiese parado la guerra.
Seis años le llevó a la humanidad conseguir esas cifras y la devastación en varias decenas de países, en Europa, Asia y África.
Pero donde verdaderamente la sociedad "moderna" empezó a entender el nivel de violencia, la brutalidad, el horror, salvajismo y crueldad de una guerra fue con las imágenes a color, en la televisión, durante la guerra de Vietnam. Imágenes nítidas de seres humanos muertos; hombres, mujeres, niños y niñas en posiciones inverosímiles, mutilados, quemados, violados y amontonados por otros seres humanos que, sometidos a lo que con total ligereza y simplismo llamamos guerra, se convierten en monstruos, que no son otra cosa que nosotros mismos llevados a esa locura, a ese infierno, donde cada segundo en cada batalla te ves obligado a sobrevivir aplacando el terror a morir.
Hoy sigue habiendo guerras, y en el futuro habrá más; sobre esto no hay discusión posible. Unas resonarán cerca; recemos para que no demasiado, y otras, más lejos, las ignoraremos como siempre, sin flotillas de propaganda.
Pero ha ocurrido un fenómeno de una grandísima magnitud que parece que no valoramos en su justa medida. Equivale a la energía de dos bombas atómicas en la 2.ª Guerra Mundial, o a la fuerza y resistencia del Vietcong para conseguir la humillante rendición de la potencia de EEUU. Sí, aquello es equiparable a lo que ha conseguido un único personaje de tan dudosa sensatez como indudable poder.
Insultado y odiado por muchos, criticado por sus actitudes que rozan lo circense, da igual con qué fin, artimaña o interés majadero. Resulta que ese "fantoche" ha parado, al menos por ahora, uno de esos infiernos que deshonran nuestra humanidad y existencia en este planeta; una guerra.
¿Cuánto vale eso? ¿Cómo se mide?
¿Cuánto le debemos toda la humanidad a un acto como este?
Y, lo que más me inquieta es ¿por qué no estamos todos celebrando como una noche de año nuevo semejante acontecimiento? ¿No lo merece?
La paz no es gratis ni está asegurada y a la guerra no le tenemos el pavor que merece; no hemos sentido su gruñido en la nuca. Esto es la mayor trampa que una sociedad puede tejer para caer en el infierno.