Sánchez durante el desfile de este domingo.

Sánchez durante el desfile de este domingo. EFE

El doble rasero de Pedro Sánchez

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Pedro Sánchez ha elevado la causa palestina a un eje central de su política exterior en los últimos meses. Ha dado discursos encendidos en foros internacionales, se ha mostrado como un líder dispuesto a desafiar a Israel y a reconocer el derecho del pueblo palestino a un Estado propio. El PSOE, de su mano, intenta erigirse en referente europeo de la solidaridad con Palestina.

Pero este gesto, revestido de valentía política, encierra una paradoja incómoda: el mismo presidente que se presenta como paladín de la autodeterminación palestina ha dado la espalda de manera sistemática a otro pueblo cuya causa estuvo históricamente ligada al socialismo español y a la izquierda: el pueblo saharaui.

El Sáhara Occidental, antigua colonia española, sigue siendo considerado por la ONU como un territorio pendiente de descolonización. España, potencia administradora de iure, tiene una responsabilidad histórica y jurídica que ha preferido esquivar. Con Sánchez, lejos de rectificar, se consolidó un giro drástico: en 2022 el Gobierno español abandonó su posición tradicional de apoyo al derecho de autodeterminación saharaui y se alineó con la propuesta marroquí de autonomía, legitimando así de facto la ocupación.

Lo que para Palestina es resistencia legítima frente a la ocupación, para el Sáhara es "autonomía bajo soberanía marroquí". Lo que en Oriente Próximo se denuncia como apartheid, en el Magreb se silencia en nombre de la "realpolitik" y la "buena vecindad".

La contradicción es aún más dolorosa si recordamos que el PSOE, bajo el liderazgo de Felipe González, se comprometió en los años setenta con el Frente Polisario y el derecho saharaui a la independencia. De aquel compromiso queda poco más que una nota al pie de página. Hoy, la foto de Sánchez con Mohamed VI es la prueba del abandono.

El oportunismo es evidente: Palestina ofrece a Sánchez un relato épico, una causa que conecta con la sensibilidad progresista global y que le permite diferenciarse en Europa. El Sáhara, en cambio, incomoda a Marruecos y puede tensar una relación diplomática vital para el control migratorio, la seguridad fronteriza y quién sabe si algo más. Y ahí se impone la conveniencia sobre la coherencia.

La pregunta de fondo es si un líder que reclama justicia para Palestina puede ignorar impunemente la injusticia que pesa sobre el Sáhara. Si la solidaridad internacional que proclama Sánchez es sincera o si solo se activa cuando le conviene.

Porque, en definitiva, no hay mucha diferencia entre la ocupación israelí y la ocupación marroquí: ambas niegan a un pueblo el derecho a decidir libremente su futuro. Y la izquierda española, que siempre defendió esa verdad incómoda, debería recordárselo a su propio presidente.