Nos hemos acostumbrado a no preguntar

Monumento a las víctimas del 11-M en Puerta de Atocha, Madrid/ Wikimedia Commons

Monumento a las víctimas del 11-M en Puerta de Atocha, Madrid/ Wikimedia Commons

Por Víctor Llano

Este domingo en un programa de televisión se recordó las incógnitas que rodean a un terrible suceso que más de doce años después la mayoría de los españoles o no recuerda o desconoce.

En la madrugada del 19 de abril de 2004 unos desconocidos profanaron la tumba de Francisco Javier Torrenteras, GEO que murió en acto de servicio el 3 de abril de 2004 en el asalto al piso en el que también murieron siete individuos que la Audiencia Nacional relacionó con los atentados del 11-M.

Los profanadores rompieron por una de las esquinas la placa de mármol que cubría el nicho de Torronteras, volvieron a colocar la lápida, y trasladaron el cadáver hasta una zona distante 700 metros del nicho, cerca de una de las tapias del cementerio, allí le clavaron un pico en la cabeza y una pala en el pecho, rociaron el cuerpo con gasolina y le prendieron fuego.

Lo que han podido leer es lo único que con alguna certeza sabemos de lo que ocurrió aquella madrugada en el Cementerio Sur de Madrid. La espantosa salvajada quedó fuera de la instrucción del 11-M y no se calificó de acto terrorista. ¿Cómo explicarnos que algo tan terrible quede en nada que no sea olvido y despreció por el sufrimiento ajeno? ¿No merecemos algo mejor los españoles?

Por favor, fíjense en lo que declaró el 05/04/2008 el entonces director general de la Policía y la Guardia Civil, según Joan Mesquida, la investigación que se lleva sobre la profanación de los restos mortales de Torronteras, "está siguiendo una línea muy sólida de investigación que puede producir resultados de forma breve, aunque lo prudente es no ir más allá en la información".

¿Resultados en breve? Nunca más supimos de la atrocidad, ni Mesquida ni sus sustitutos fueron “más allá en la información”. Todo quedó en nada.

Lo más probable es que, no sabemos quiénes ni por qué, pretendieran llevarse el cadáver de Torronteras y por miedo a ser descubiertos simularan una profanación, sólo así se entiende que volvieran a colocar la lápida del nicho. No querían que se supiera de lo que hacían. Y de algún modo lo lograron, por desidia o por no encontrarse con algo terrible, los que tenían la obligación de aclararnos tan aterrador hecho no han podido o querido aclararlo. Y lo que es mucho peor, los españoles nos hemos acostumbrado a no preguntar por lo que en su día dijimos que nos importó.