El troceo de votos de la nueva política

Albert Rivera y Pablo Iglesias  durante el debate electoral que organizó en la Universidad Carlos III de Madrid. / Emilio Naranjo/ EFE

Albert Rivera y Pablo Iglesias durante el debate electoral que organizó en la Universidad Carlos III de Madrid. / Emilio Naranjo/ EFE

Por Mario Martín Lucas

El espectro político español ha evolucionado desde el bipartidismo protagonizada por PP y PSOE (con la peculiar excepción que supuso la UCD, alrededor de la figura de Adolfo Suárez) a un escenario con cuatro actores principales, en el que destacan las apariciones de Podemos y Ciudadanos. En un primer momento los dos nuevos partidos se sentían cómodos identificándose como representantes de nuevas formas y procesos, al menos aparentes, que comenzaron a denominarse nueva política. Incluso durante un tiempo se albergó la posibilidad de una unidad transversal de las nuevas siglas, priorizando las medidas regeneracionistas comunes por encima de los matices más liberales de unos o más socialdemócratas de otros. Pero aquel sueño se evaporó.

Mientras las contiendas electorales se limitaron a la disputa entre las dos grandes opciones, el bajón electoral de una daba muchas opciones a la otra. Sin embargo, el peculiar sistema electoral utilizado en España, basado en una ley D’Hont que favorece en exceso a la opción más votada y a los territorios menos poblados, ha supuesto que el troceo de votos haya tenido un efecto perverso en los resultados electorales y que la composición de las cámaras no refleje exactamente el sentir del pueblo español.

Hagamos memoria. En las elecciones de 2004 votaron 24,5 millones de ciudadanos, cifra muy similar a la que lo hizo el 20-D. En aquellas elecciones el PSOE ganó los comicios con 11.026.163 votos, frente a los 9.635.491 obtenidos por el PP lo que se tradujo en 164 escaños para los socialistas y 146 para los populares. El 20-D Mariano Rajoy ganó las elecciones con 7.215.752, obteniendo casi 2,5 millones de apoyos menos que cuando perdió ante Rodriguez Zapatero; es curioso observar que la suma de los votos de PSOE y Podemos en 2015 (10.720.722) se aproximó a la que supuso la victoria socialista en 2004, todo ello dejando al margen el apoyo recibido por IU, homogéneo en ambas contiendas. Es decir, el voto de izquierdas el 20-D fue muy similar al que supuso la última victoria socialistas en 2004. El mismo análisis se podría hacer para el PP y Ciudadanos, con la salvedad de que la suma de votos de ambos sí que supuso un millón de votos más que los apoyos populares en 2004.

El reto de las nuevas formaciones, a falta de poder aglutinar mayorías por si mismas, no era otro que condicionar las políticas de los viejos partidos o entonar una unión regeneracionista entre ellas, pero finalmente su rol se limita al de una adición a las formaciones tradicionales. Con la curiosa peculiaridad que, más allá de como sean ciertos dirigentes, los más de cinco millones de votantes de Podemos son calificados como radicales por otras formaciones políticas. No obstante, el mejor resultado obtenido por la IU de Julio Anguita fue de dos millones de votos, lo que significa forzosamente que de los casi tres millones de votos que recibió la formación morada, buena parte de éstos proceden otras opciones como la que representa el PSOEy de muchos ciudadanos que han buscado otras alternativas, sin que estas tengan que suponer la ruptura de nada.

Tanto Felipe González en 1982, 1986, 1989 y 1993, como Aznar en 1996 y 2000, al igual que Rodriguez Zapatero en 2004 y 2008, recibieron una cifra de votos superior a la que ahora pretende capitalizar Rajoy. Solo Adolfo Suárez en 1979 opudo llegar al gobierno con menos votos que el actual presidente en funciones. El troceo de los votos de la izquierda es lo que da oxígeno a Mariano Rajoy para seguir defendiendo su candidatura a la presidencia del Gobierno, a pesar de contar con el menor apoyo popular que un ganador de las elecciones haya recibido nunca en la historia democrática de España desde la Transición.

Efectivamente, es cierto que el señor Rajoy recibió algo más de siete millones de votos, pero hay que recordarle que nuestro sistema no es presidencialista, sino parlamentario. Y que haya cerca de catorce millones de votos que votaran a las otras tres grandes opciones significa en un 'no' expreso al actual presidente en funciones. Cabe preguntarse que sucedería si aparecieran otras formaciones capaces de trocear más el voto, tanto dentro de la izquierda, como dentro de la derecha, y si el posible ganador de unas elecciones con varios partidos en el entorno de los dos millones de votos, exigiera, por el mero hecho de ser la minoría más votada, que los demás le facilitasen una alfombra roja sobre la que ejercer la acción de gobernar, sin más.

Si este es el escenario al que nos llevan las nuevas formaciones y la nueva política, es necesaria una profunda reflexión, tanto de los propios partidos, nuevos y viejos, como por parte de la ciudadanía. Teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido durante la última legislatura, la pregunta más apropiada es: ¿cómo es posible justificar que Rajoy vuelva a gobernar con un apoyo ciudadano inferior, en dos millones de votos, a los resultados de su derrota en 2004 frente a Rodriguez Zapatero?