A la izquierda, Serhat Çirkin antes del terremoto. A la derecha, su aspecto después de la catástrofe, en la gasolinera propiedad de su padre y desde la que abastece a vehículos de emergencias. / Cedida, Rafa Martí

A la izquierda, Serhat Çirkin antes del terremoto. A la derecha, su aspecto después de la catástrofe, en la gasolinera propiedad de su padre y desde la que abastece a vehículos de emergencias. / Cedida, Rafa Martí

Reportajes TERREMOTO EN SIRIA Y TURQUÍA

El antes y el después de Serhat, el empresario kurdo que lo ha perdido todo en el terremoto

"Cuando todo esto pierda interés, nadie nos ayudará. La ruina quedará para siempre. Nunca volveremos a la normalidad, no podremos recuperar nuestras vidas como las conocimos", dice.

13 febrero, 2023 02:20
Nurdagi (enviado especial)

Serhat Çirkin, de 32 años, es un empresario kurdo de la ciudad de Nudargi. Su familia regentaba gasolineras y explotaciones ganaderas. Antes del terremoto, su vida consistía en la de cualquier joven de clase media-alta de la zona: paseos en 4x4, montar a caballo, viajes al campo y a la playa… Es alguien que podría parecer lejano al perfil que retratan las necesarias imágenes que llegan estos días desde la zona afectada y que, tras el temblor, se ha convertido en un refugiado más. Alguien que podría pasar desapercibido en cualquier ciudad de Occidente y que ahora se confunde entre la marea de afectados que deambulan abatidos por el seísmo. Los muertos ya suman cerca de 30.000 entre Siria y Turquía.

La noche del terremoto, el edificio de Serhat no colapsó, pero su flamante apartamento de soltero quedó inservible, al igual que todas las viviendas de los pocos edificios que permanecieron en pie en esta localidad que contaba con 40.000 habitantes antes de la tragedia. Su hermano, sin embargo, no tuvo tanta suerte: su edificio se vino abajo y quedó sepultado entre los escombros. 

“Mi hermano está muerto, tengo que aceptarlo”, dice Serhat en conversación con EL ESPAÑOL, cuando ya ha perdido toda esperanza de que los equipos de rescate le saquen con vida de debajo de las ruinas. Entre parientes cercanos, lejanos y amigos, Serhat perdió hasta 10 seres queridos en un instante. Este golpe emocional, difícil de procesar, lo lleva como puede, fumando un cigarrillo cada diez minutos y de charla con sus empleados y algún que otro amigo.

Serhat en uno de sus coches antes del terremoto.

Serhat en uno de sus coches antes del terremoto. Cedida

Serhat junto a uno de sus caballos en una explotación ganadera de su propiedad, antes del terremoto.

Serhat junto a uno de sus caballos en una explotación ganadera de su propiedad, antes del terremoto. Cedida

Olvidar la tragedia

El joven se encuentra estos días en la garita de una de las gasolineras de su padre en Nudargi. Es una de las pocas que funciona. Allí, gracias a los depósitos subterráneos de diésel y gasolina, los generadores permanecen encendidos las 24 horas. En la garita tiene una estufa, un termo de té chai caliente, enchufes donde cargar su iPhone y luz eléctrica. Mientras, el resto de edificios que permanecen en pie en Nudargi están abandonados y a oscuras.

En la gasolinera, Serhat tiene trabajo y puede estar ocupado para no pensar en las dimensiones de la tragedia personal y colectiva. Alguno de los empleados de su padre han acudido a ayudarle. El recinto está cerrado con una cinta que advierte a los civiles que no pueden repostar: solo pueden hacerlo los vehículos militares y de emergencias, o los civiles con autorización. La mayoría de estos últimos son voluntarios que se han acercado a esta zona devastada por el terremoto por iniciativa propia para repartir víveres y mantas, o cualquier otro tipo de ayuda.

Serhat (derecha) en la garita de su gasolinera junto a un empleado.

Serhat (derecha) en la garita de su gasolinera junto a un empleado. Rafa Martí

En el recinto de la gasolinera permanecen aparcados tres vehículos con antenas móviles portátiles para dar cobertura a la población y dos coches de la policía. El ruido de los generadores no cesa. Tampoco la entrada y salida de ambulancias y de vehículos policiales que vienen a llenar sus depósitos para continuar trabajando, de noche y de madrugada. 

Junto a las antenas móviles, también hay una decena de coches en los que pasan la noche algunos rescatistas y voluntarios: tratan de dormir unas horas para retomar las labores al día siguiente. A lo largo de la madrugada, encienden y apagan sus motores para combatir el frío. El termómetro no marca más de 1.5 grados. El propio Serhat duerme dentro de su Audi blanco, donde comparte asiento con alguno de los amigos que han venido a ayudarle.

Gasolinera en la que trabaja Serhat, donde pueden verse tres furgonetas con antenas móviles portátiles en medio de la destrucción provocada por el terremoto.

Gasolinera en la que trabaja Serhat, donde pueden verse tres furgonetas con antenas móviles portátiles en medio de la destrucción provocada por el terremoto. Rafa Martí

Su gasolinera es un lugar seguro en medio del caos, en un momento en que hay reportes que informan de focos de violencia, entre saqueos y enfrentamientos entre diferentes grupos. La desesperación tras seis días desde el temblor ha estallado entre algunos de los miles de desplazados que malviven en las calles en campamentos improvisados. Esto ha obligado a interrumpir el trabajo de algunos equipos de rescate extranjeros por falta de seguridad, como es el caso de los alemanes en Iskenderun (Alejandreta), al sur.

En medio del dolor, Serhat todavía encuentra tiempo para bromear con este periodista en el inglés que aprendió en la escuela. Es de las pocas personas que lo habla en toda la ciudad. “Hace cuatro años me dejó mi novia”, dice entre risas… “¿Cuánto cuesta un piso de alquiler en España?”... Se interesa por la vida a miles de kilómetros, donde las cosas siguen su curso.

La noche del terremoto, su vida cambió para siempre. Tras el golpe inicial, ahora está preocupado porque no puede ir a una de sus granjas a alimentar a los caballos. “Mis empleados están muertos o fueron a buscar a los suyos. Yo no me puedo mover de la gasolinera y los animales están solos, sin nadie que les dé de comer”, lamenta.

“Nunca volveremos a la normalidad”

Serhat forma parte de la minoría kurda en Turquía, especialmente presente en esta región al sudeste del país. Los kurdos han sido históricamente marginados y perseguidos por el Gobierno de Ankara y son de las poblaciones más afectadas por el desastre. “El Gobierno siempre ha tenido abandonada esta zona, no ha hecho inversiones y ahora buscan culpables en los arquitectos, cuando fueron las autoridades políticas las que permitieron que los edificios no se construyeran con los parámetros mínimos contra terremotos”, se queja.

Edificio dañado en Nudargi tras el terremoto.

Edificio dañado en Nudargi tras el terremoto. Rafa Martí

Zona de rescate entre los escombros de un edificio colapsado en Nudargi.

Zona de rescate entre los escombros de un edificio colapsado en Nudargi. Rafa Martí

Se refiere al centenar de órdenes de detención que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha lanzado para dar una imagen de contundencia hacia los arquitectos, constructores y burócratas que podrían haber evitado la magnitud de las consecuencias del terremoto. Porque si el terremoto era inevitable, no lo era la escala del desastre, según la opinión de numerosos sismólogos.

Transcurridos seis días desde el seísmo, las esperanzas de encontrar a supervivientes bajo las ruinas se reducen a la mínima expresión. Decenas de equipos de búsqueda y rescate hacen las maletas y enfrentan el regreso a sus países de origen. Algunos incluso lo hacen expulsados por el Gobierno turco, ante la imposibilidad de coordinar toda la ayuda. Es el difícil momento en el que tienen que aceptar que su labor ha concluido, para empezar a pensar y dar paso a la titánica tarea de desescombro y reconstrucción. Pero esta, presenta un horizonte incierto.

En este sentido, Serhat tampoco tiene demasiadas esperanzas de que la ayuda llegue para la reconstrucción: “Ahora estáis todos los periodistas aquí y el presidente viene a visitar las zonas afectadas. Pero cuando todo esto pierda interés mediático, nadie nos ayudará. La ruina quedará, y quedará para siempre. Nunca volveremos a la normalidad, no podremos recuperar nuestras vidas como las conocimos, al menos aquí”, afirma con escepticismo.

De hecho, después de que se produjese esta entrevista, el gobernador de la provincia de Gaziantep, Davut Gül, aseguró este lunes que Nurdagi, perteneciente a su jurisdicción, será demolida por completo y no se reconstruirá, según informó Nexta.

Un ejemplo de lo que dice Serhat ya sucedió en Japón tras el terremoto de 2011: la normalidad nunca ha regresado a las vidas de los japoneses, que en lo material y en lo emocional, todavía no se han repuesto de la tragedia. En Japón, en Haití, en Turquía y en Siria se produce un trauma colectivo insuperable marcado por la pérdida masiva de vidas humanas y de destrucción material.