Niños rusos en un campamento militar.
Espías rusos captan a menores ucranianos para que saboteen vehículos e infraestructuras en su país: "Me ofrecieron 2.500 $"
Los menores son chantajeados con fotos íntimas o, en algunos casos, deliberadamente suprimidos por los agentes del Kremlin que les captaron.
Más información: Halit Sahitaj, el capo serbio con contactos en el Kremlin que lideraba una mafia en Marbella para chantajear a empresarios.
El pasado 12 de marzo, un ucraniano con el nombre de usuario 'Stiven Sigal' intentó dirigir un mensaje a los federales rusos a través de Telegram que consiguió ser interceptado por los servicios secretos ucranianos.
Lo que decía literalmente la transmisión filtrada por el SBU a EL ESPAÑOL resultaba inaudito: "Soy de Ucrania y hace cuatro meses me ofrecieron ayudar en la destrucción de objetivos militares: radares, transformadores y vehículos. Me pagaban por ese trabajo. Luego, el cliente me pidió fabricar explosivos y hacer estallar una caja en la vía ferroviaria y completé la tarea”.
El mensaje incluía imágenes de los artefactos explosivos y añadía: “Más tarde me encargaron la fabricación de otros explosivos para su uso futuro y me proporcionaron instrucciones para dejarlos en lugares escondidos que habíamos convenido".
"Hace una semana fabriqué dos bombas, las escondí y envié las coordenadas. Las recogieron, pero el cliente (se entiende que el agente ruso que coordinaba las operaciones) simplemente me estafó y se negó a pagarme los dos mil dólares prometidos. Ahora ignora mis mensajes y yo me he quedado con los dispositivos explosivos y con los materiales necesarios para fabricarlos".
Pantallazo de un mensaje interceptado por los ucranianos y dirigido por un saboteador al FSB. Se queja, entre otras cosas, de que los agentes del Kremlin que le contrataron no le pagaron 'los trabajos'.
Asimismo, Stiven Sigal aclaró, en la comunicación interceptada, que sus curadores rusos se comunicaron con él a través de las cuentas de Telegram @kobaUKR y @Am0Nal. Recibió los primeros fondos convenidos en criptomonedas en una billetera de Global24 (era una cantidad modesta con la que le tentaron). No sólo no ocultaron que eran empleados del FSB, sino que le prometieron más trabajo.
Grabaciones del incendio de un vehículo como prueba de que los “trabajos fueron realizados”.
Cada vez que terminaba “una misión”, remitía los vídeos de los sabotajes que había llevado a cabo junto a las coordenadas de los escenarios. Empezó con trabajitos de pequeña envergadura, como hacer arder una de esas cajas que se utilizan para distribuir electricidad a las redes ferroviarias. Y poco a poco aquello fue escalando.
Stiven Sigal interrumpió la comunicación con sus patrones rusos interceptada por los ucranianos cuando empezó a recelar abiertamente de sus interlocutores. “Solo hablaré si me mandan un mensaje desde la cuenta oficial del FSB a mi correo”, dijo antes de interrumpir la charla.
El SBU ha confirmado al equipo de investigación de EL ESPAÑOL que las bombas fabricadas por Sigal eran idénticas (o tal vez las mismas) a las utilizadas el 11 de marzo de este año en un atentado frustrado llevado a cabo en Ivano-Frankivsk que terminó en tragedia y que involucró a dos adolescentes locales, de 15 y 17 años.
Estos dos menores ucranianos de 15 y 17 años fueron grabados por una cámara en Ivano-Frankivsk cuando intentaban colocar una bomba. Fueron reclutados por los rusos.
Reclutan adolescentes
Al igual que Stiven, ambos chiquillos fueron reclutados a través de canales de Telegram con la promesa de dinero por los mismos federales rusos. El artefacto explosivo improvisado y las dos cargas camufladas en termos con el que los menores se disponían a perpetrar el ataque terrorista fue activado a distancia deliberadamente por los servicios rusos de inteligencia que supervisaban la operación cuando los muchachos se dirigían a la estación de tren a colocar las bombas.
El menor de 17 murió en el acto. El de 15 resultó gravemente herido y fue hospitalizado. Dos transeúntes quedaron heridos por la onda expansiva. El segundo explosivo fue detonado por GPS en el interior de un apartamento.
El SBU presentó cargos contra el superviviente de 15 años por asistencia a acto terrorista y fabricación ilícita de explosivos. “Los servicios especiales rusos han comenzado a emplear nuevas tácticas: utilizan a adolescentes como agentes a ciegas y luego los eliminan como testigos innecesarios”, advertía en un comunicado.
El caso de Ivano-Frankivsk o el de Sigal son solo dos ejemplos más de un patrón bien conocido por la Policía Nacional de Ucrania: la manipulación a través de plataformas digitales. Los hombres del Kremlin se aproximan a los niños o adolescentes, a menudo sin que estos sepan exactamente a quién están sirviendo. Usando Telegram, WhatsApp o incluso juegos de vídeo, les hacen creer que están realizando una especie de misión lúdica, cuando en realidad están siendo utilizados para sabotear infraestructuras críticas.
Restos del explosivo hallado por la policía ucraniana en el lugar de Ivano-Frankivsk donde dos menores ucranianos trataban de colocar una bomba. Los rusos la hicieron explotar cuando los chicos se dirigían a la estación de tren. Uno murió y el otro resultó gravemente herido.
Operan en plataformas y canales donde los adolescentes buscan trabajos temporales o formas de ganar dinero, especialmente en aquellos espacios de la dark web que ofrecen actividades ilegales como el reparto de drogas u otras operaciones ilícitas.
Lo que hacen es ofrecerles más dinero del que ganarían traficando con narcóticos. Una vez que obtienen los documentos de identidad de estas personas ya los tienen agarrados. Si se niegan a colaborar, les amenazan con entregar la información a los servicios de inteligencia.
Otro mensaje registrado en audio al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL proporciona algunos datos más sobre cómo operan los reclutadores rusos en ecosistemas juveniles y de adolescentes. “He trabajado para Alexánder. Yo contacté con él a través de una oferta de trabajo que apareció publicada en un canal de Telegram el pasado mes de marzo”, confiesa Sasha. El tal 'Alexánder' se presentaba con los nombres de usuario @Step, @HardMann, @Sasha22113 y @OPOSTOL_82_7777.
El esquema es casi idéntico al de Sigal. “Me ofreció un trabajo y pagó por eso, pero cuando me encomendaron misiones más serias, me dejó tirado”, continúa. “Al principio incendiamos nueve casetas ferroviarias en Ucrania. Era algo sencillo, como por diversión. De eso recibí 200 $".
"Por quemar un vehículo militar me prometieron 2.500 $ que luego fueron rebajando, hasta que al final no me dieron nada, aunque sí que hice el trabajo. En mayo ensamblé una bomba, siguiendo sus instrucciones”.
¿Cómo es posible que chiquillos sin conocimientos de armas puedan fabricar los explosivos? Básicamente, les dicen qué comprar, dónde y cómo. Sasha fue a varios lugares para no despertar sospechas.
“Compré Vanish, electrolito y disolvente”, asegura. “Lo mezclé y salió un polvo blanco que sólo podía ser tocado con madera. Luego tomé salitre, lo sequé en el horno y lo trituré en una licuadora. Lo metí dentro de un frasco y eso fue el detonador. Para activarlo, compré una bombilla de navidad. Lo conectas a un teléfono sin sonido y explota. También lo envolví con tornillos y tuercas. Las bombas las deposité en el punto que fijaron. Prometieron 3.000 $, pero tampoco me pagaron”.
Pantallazos del vídeo enviado a los rusos por uno de los saboteadores para probar que había armado apropiadamente el artefacto explosivo que le encargaron construir, siguiendo las instrucciones encriptadas que les remitieron.
Lo más irónico es que el joven aprendiz de terrorista pretende dirigirse al FSB para poner una queja por impago. El tono es el de un proveedor airado y defraudado. Pero el objeto de la transacción es dinamita.
La suma de todos estos testimonios muestran un paisaje de explotación doble: por un lado, menores captados con la promesa de dinero rápido; por otro, servicios de inteligencia que los utilizan como material fungible, a veces incluso activando a distancia los artefactos que ellos mismos fabricaron para borrarlos del mapa. Los adolescentes son un objetivo conveniente para los reclutadores rusos porque están menos vigilados por las fuerzas de seguridad y son mucho más fáciles de controlar y manipular.
Recurso barato
Una investigación de la reportera Lilia Yaparova ha logrado acreditar que el reclutamiento de adolescentes es un recurso barato y sistemático de la guerra híbrida del Kremlin. El método descrito por la periodista es idéntico al que EL ESPAÑOL ha documentado: un usuario anónimo contacta al menor a través de Telegram o WhatsApp, le promete una recompensa imposible de ignorar y lo arrastra, paso a paso, desde tareas inocuas hasta operaciones de sabotaje.
Los anuncios se disfrazan de juegos de geolocalización. “Es como Pokémon Go, pero por dinero”, rezaba uno de los reclamos detectados por Yaparova en las redes sociales. En él se pedía a los escolares que fotografiaran coches de policía o ambulancias y enviaran la ubicación. Con el tiempo, esas pruebas se transforman en encargos más oscuros como trasladar objetos sospechosos o fabricar un artefacto explosivo casero siguiendo instrucciones encriptadas.
Eso, a su vez, va acompañado de siniestros métodos de intimidación. Así, por ejemplo, una colegiala ucraniana de 14 años fue chantajeada tras el robo de sus fotos íntimas: o aceptaba colaborar en un sabotaje o sus imágenes serían publicadas. Otros adolescentes recibieron amenazas similares después de que sus cuentas fueran hackeadas. El mensaje era siempre el mismo: obedecer o ser expuesto.
Escolares ucranianos de apenas 12 años recibieron ofertas de dinero para quemar infraestructura crítica. Un alumno de Zhitómir fue detenido tras seguir al pie de la letra la receta enviada por su supervisor ruso para construir un explosivo improvisado.
En otras localidades, grupos de chicos de 14 a 16 años llegaron a colocar cargas cerca de comisarías y estaciones, convencidos de que recibirían un pago que no llegó jamás. Desde la primavera de 2024, las autoridades ucranianas han arrestado a más de un centenar de menores en estas circunstancias.
Niños a la guerra
A Putin le da lo mismo utilizar a niños para ganar su guerra. Esta misma semana, un informe del Laboratorio de Investigación Humanitaria de la Universidad de Yale difundido por The New York Times sugiere que Rusia mantiene al menos 210 instalaciones de reeducación y entrenamiento militar para menores ucranianos en su territorio y en zonas ocupadas. Es una cifra que duplica con creces las estimaciones anteriores y que, en palabras de Nathaniel Raymond, director del laboratorio, constituye “el mayor secuestro de niños desde la Segunda Guerra Mundial”.
El estudio revela un programa sistemático: deportación, reeducación, militarización. Los niños –huérfanos de guerra o separados de sus padres en áreas bajo control ruso– son trasladados a una constelación de campamentos, escuelas de cadetes, monasterios, orfanatos, hospitales y academias militares.
Allí reciben clases de historia y cultura rusa, instrucción patriótica obligatoria y, en casi una quinta parte de los casos documentados, entrenamiento militar activo: competiciones de tiro, lanzamiento de granadas y desfiles en formación.
La comunidad internacional ya ha reaccionado. La Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra Vladímir Putin y Maria Lvova-Belova por la deportación ilegal de menores ucranianos. La ONU y el Parlamento Europeo han calificado estas prácticas como un crimen de guerra y una violación masiva de los derechos de la infancia.
Ahora, con las pruebas reunidas por Yale, la magnitud del programa queda aún más clara: no se trata sólo de traslados irregulares, sino de un entramado que busca transformar a los niños ucranianos en futuros soldados rusos.
Sistema educativo adoctrinante
Claro que no es preciso irse a Mariúpol o a Lugansk para documentar el adoctrinamiento y el abuso de menores. EL ESPAÑOL ha investigado y acreditado en numerosos reportajes que el Kremlin ha exportado a nuestro país los mismos métodos de lavado de cerebro que ha ensayado en Rusia: escuelas rusas en Marbella o Alicante funcionan como satélites del sistema educativo de Moscú; campamentos de atmósfera militar como el organizado en Tenerife hace unos meses replican el formato ruso de Zarnitsa 2.0 y, lo más escandaloso, niños de nacionalidad española han sido enviados al campamento de Artek en la Crimea ocupada, un lugar bajo sanciones de la Unión Europea.
La diferencia con lo que viene sucediendo en Rusia es solo de escala. Detrás de todas estas actividades aparece siempre el nombre del Rossotrudnichestvo, la agencia federal rusa de “cooperación cultural” dependiente del Ministerio de Exteriores, que en nuestro país opera bajo la fachada del Centro Ruso de Ciencia y Cultura en Madrid.
Es Rossotrudnichestvo quien financia a SORS, organiza los envíos a Artek, coordina Zarnitsa 2.0 y supervisa concursos como Cuéntale al Mundo sobre tu Patria.
La paradoja es brutal: mientras Rusia veta a periodistas y políticos españoles, el aparato híbrido de Putin actúa en España sin cortapisas. Zarnitsa 2.0 viola el Protocolo Facultativo de la Convención de los Derechos del Niño. Artek vulnera sanciones de la UE. El adoctrinamiento en escuelas extranjeras incumple la legislación española de protección de menores. Y sin embargo, ni Fiscalía de Menores ni las consejerías autonómicas han intervenido. Aquí los apparatchik de Putin campan a sus anchas.