
Donald Trump, en la Casa Blanca.
¿Y si Donald Trump en realidad le viene bien a Europa?
Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo es que Trump, que llegó a calificar a la Unión Europea de "enemiga", pueda terminar siendo el catalizador de su renovación.
Durante demasiado tiempo, Europa ha vivido bajo la ilusión de la permanencia: una paz duradera, una protección militar garantizada por Estados Unidos, una convergencia económica sostenida. Hoy, esa ilusión se ha desvanecido.
Conviene ser claros. El paraguas de seguridad estadounidense muestra signos evidentes de deterioro. La visión transaccional de Donald Trump respecto a las alianzas —donde se premia la fuerza, se explota la debilidad y se exige una lealtad que rara vez se corresponde— ha expuesto una verdad incómoda: Europa ya no puede delegar su defensa.
La cosmovisión de Trump se asemeja más al proteccionismo y las ambiciones imperiales de McKinley en 1890 que al idealismo atlántico de Reagan en 1980. Se basa en una lógica de poder asimétrico, donde los aliados, por su dependencia, se convierten en blancos más accesibles que los propios adversarios.
Pero las consecuencias trascienden el ámbito de la seguridad. Bajo la influencia de Trump, Estados Unidos no sólo se está retirando del liderazgo global: está desmantelando activamente el orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Un orden que Estados Unidos diseñó, pero en cuya consolidación Europa desempeñó un papel fundamental. Instituciones como la OTAN, el GATT y la OMC, o el FMI han sido durante décadas los pilares de la prosperidad y estabilidad europeas.
Hoy, nada garantiza que Europa forme parte —por defecto o por derecho— en la transformación del equilibrio global que se está consolidando.
Si Europa no da un paso al frente, el riesgo no es solo quedarse atrás. Es quedar al margen.

Ursula von der Leyen y Donald Trump, durante su reunión en el foro de Davos en enero de 2020
Dos caminos, dos futuros
En este momento crucial, Europa tiene que elegir. Puede aprovechar la oportunidad de renovarse o dejarse marginar.
Hay un camino audaz y con visión de futuro. Empieza por que Europa asuma la responsabilidad de su propia defensa. Esto exige algo más que aumentos presupuestarios. Significa alinear las prioridades estratégicas, coordinar las adquisiciones y profundizar en la integración militar, idealmente mediante una coalición de voluntades, en vez de esperar a la unanimidad.
Una coalición de este tipo debería estar abierta a los principales miembros de la OTAN no pertenecientes a la UE, como el Reino Unido, Noruega e incluso Canadá, así como Suiza, en caso de que desee participar.
También significa arreglar el bajo rendimiento económico crónico de Europa. Entre 2014 y 2023, el PIB de Estados Unidos ha crecido un 57,4%, según datos del Banco Mundial. La zona del euro, en cambio, creció solo un 15,4%. Esa brecha refleja algo más que la demografía. Refleja ineficiencias estructurales. Los mercados de capitales europeos están fragmentados. El capital riesgo es escaso. Los emprendedores con ideas audaces suelen mirar a Estados Unidos, donde abunda la financiación y la burocracia reguladora es mínima.
Una auténtica unión de los mercados de capitales cambiaría esta situación. Poniendo en común la liquidez, armonizando las normas y creando mercados más amplios y profundos, Europa podría desbloquear la inversión en todo tipo de sectores, desde la tecnología verde a la inteligencia artificial y el sector biosanitario.
No es sólo una cuestión de crecimiento económico: es un imperativo estratégico. La innovación es el nuevo campo de batalla. Y no podemos permitirnos ser espectadores.
"Entre 2014 y 2023, el PIB de Estados Unidos ha crecido un 57,4%. La zona del euro, en cambio, creció solo un 15,4%"
La energía, otro pilar esencial
La crisis energética de Europa no comenzó con la guerra de Ucrania, pero el conflicto dejó al descubierto hasta qué punto nos hemos vuelto vulnerables. Sustituir la dependencia del gas ruso por la del gas natural licuado estadounidense no equivale a lograr la seguridad energética.
La verdadera resiliencia exige acelerar la transición hacia las energías renovables, reforzar las redes eléctricas, ampliar la capacidad de almacenamiento y, sí, también replantear con rigor el papel de la energía nuclear. No se trata solo de sostenibilidad. Se trata, ante todo, de soberanía.
En este escenario optimista, dentro de una década, Europa será una unión más integrada, dinámica y segura. Capaz de sostenerse por sí misma. Líder en energías limpias. Competitiva a escala global en las industrias del futuro. Respetada no sólo como mercado, sino como potencia comprometida con los valores del pluralismo, la democracia y el libre comercio.
El segundo camino es, en apariencia, más fácil. No exige decisiones difíciles. No requiere compromisos. Ni tratados nuevos. Sólo prolongar la inercia.
En ese futuro, la defensa europea permanece fragmentada. Las industrias estratégicas siguen sin la financiación adecuada. El capital continúa confinado dentro de las fronteras nacionales. Y Europa sigue sin ejercer la influencia que debería en los asuntos globales. A medida que el mundo se vuelve más inestable, Europa pierde peso económico, geopolítico y tecnológico.
Sabemos adónde conduce ese camino. No a una ruptura súbita, sino a un declive lento y persistente. Un declive en el que las decisiones se toman en otra parte. Las reglas se escriben en otra parte. Y el poder reside, cada vez más, en otra parte.
Ecos de 1986
La historia ofrece un precedente. A mediados de los años ochenta, Europa atravesaba una profunda crisis de confianza. El crecimiento era débil, las instituciones estaban estancadas y, al otro lado del Atlántico, la retórica antisoviética de Ronald Reagan — con expresiones como el “Imperio del Mal” y la intensificación de la carrera armamentística a través de la Iniciativa de Defensa Estratégica, conocida como “Star Wars”— generaba una profunda inquietud entre los europeos, tras una década de distensión entre Este y Oeste.
En 1986, los líderes europeos respondieron con decisión mediante la firma del Acta Única Europea. Ese paso histórico sentó las bases jurídicas del mercado único, racionalizó la toma de decisiones y dio un nuevo impulso al proyecto de integración. Fue una demostración clara de que Europa podía estar a la altura de las circunstancias cuando el contexto lo exigía.
Las similitudes con el presente son notables. Pero lo que hoy está en juego es aún más trascendental. Las reformas de 1986 allanaron el camino hacia la prosperidad. La próxima oleada debe asegurar la soberanía continental.
En este reto, las empresas tienen, de nuevo, un papel fundamental. Así como la Mesa Redonda de Industriales Europeos contribuyó a impulsar la integración en los años noventa, los líderes empresariales actuales deben ayudar a construir una visión renovada de Europa. No por conveniencia ni por imagen, sino porque la alternativa—una Europa fragmentada y ensimismada— sería perjudicial para el tejido empresarial y aún más para la sociedad en su conjunto.
"Sustituir la dependencia del gas ruso por la del gas natural licuado estadounidense no equivale a lograr la seguridad energética"
Cuatro imperativos estratégicos
¿Qué debe hacer Europa con urgencia y decisión?
1. Asumir la responsabilidad de su propia defensa:
La seguridad europea no puede seguir sujeta a los vaivenes electorales en Estados Unidos. Construir una capacidad de defensa creíble exige avanzar hacia una verdadera autonomía estratégica. Esto no implica abandonar la OTAN, sino contribuir a una alianza más equilibrada y a una Europa más preparada para responder por sí misma.
2. Movilizar capital e impulsar la innovación:
Las empresas europeas encuentran serias dificultades para escalar, en gran parte porque su financiación depende de fondos de crecimiento procedentes de fuera del continente. Norteamérica concentra el 60 % de las ampliaciones de capital a nivel mundial; la UE, apenas el 8 %. En capital riesgo, las cifras son aún más elocuentes: las start-ups europeas captan solo el 5 % del total global, frente al 52 % en Estados Unidos y el 40 % en China. Este desequilibrio refleja una fragmentación estructural de los mercados financieros. Una verdadera Unión de los Mercados de Capitales ya no es un complemento deseable: es una condición indispensable para movilizar el ahorro europeo, financiar la innovación y reducir la dependencia del capital extranjero.
3. Acelerar la transición ecológica para ganar resiliencia:
La energía limpia no es solo una cuestión medioambiental: también lo es de costes, control y soberanía. Las fuentes renovables —y, potencialmente, la energía nuclear— pueden reducir la exposición de Europa a las conmociones geopolíticas y limitar la dependencia de proveedores inestables. La solar y la eólica, además, son ya las tecnologías más competitivas. Europa debe liderar esta transformación o resignarse a quedarse atrás.
4. Comprometerse con la estabilidad global:
La Unión Europea cuenta con un Alto Representante para la Política Exterior desde 2009, pero carece aún de una política exterior verdaderamente coherente y eficaz. Esto debe cambiar. En un contexto de creciente volatilidad en Washington, Europa debe reforzar sus vínculos estratégicos con otras grandes economías que, como ella, estén comprometidas con la estabilidad global: China, India, Arabia Saudí y otros actores clave. Este acercamiento puede y debe hacerse sin renunciar a los valores europeos. Pero debemos asumir que la gobernanza mundial es, por naturaleza, una tarea compartida.
Una oportunidad desencadenada por Trump
Resulta una de las grandes paradojas de nuestro tiempo que Donald Trump —quien llegó a calificar a la Unión Europea de "enemiga"— pueda terminar siendo el catalizador de su renovación. Al debilitar la fiabilidad de los compromisos estadounidenses, ha hecho inevitable que Europa asuma mayores responsabilidades.
Y al cuestionar las normas del orden internacional, ha vuelto imprescindible el liderazgo europeo.
No se trata simplemente de un nuevo capítulo en el proceso de integración europea. El mundo ha cambiado, y con él, la naturaleza de los desafíos. La indecisión estratégica ya no es una opción. Ha llegado el momento de liderar con claridad, de reformar con determinación, de invertir con ambición y de actuar con unidad.
El futuro no está escrito. Pero está en nuestras manos darle forma.
*** David Bach es presidente del IMD y profesor Nestlé de Estrategia y Economía Política.