El mismo día en el que el papa León XIV ha pedido una "paz auténtica y duradera" en Ucrania, ha tenido lugar un movimiento sorprendente en esta guerra que ya supera los tres años. Por primera vez, Moscú ha hecho un ofrecimiento a sentarse a negociar la paz con Ucrania.
Esta novedad, de gran trascendencia aunque de alcance aún incierto, podría explicarse por un cambio de contexto geopolítico que ha redoblado la presión sobre Vladímir Putin.
Por un lado, la amenaza representada por la marginación de Europa de las conversaciones de paz, monopolizadas por Washington y Moscú, ha suscitado una reacción vigorosa en el Continente.
Los países europeos han adoptado la determinación de rearmarse, y han intensificado su apoyo a Kiev. Sin ir más lejos, este viernes, la llamada coalición de los voluntarios (que trabaja en la posible creación de un contingente militar para dar garantías de seguridad si termina la guerra) ha amenazado a Rusia con "sanciones masivas" si Putin no acepta, hoy como tarde, la tregua de 30 días que le reclaman Ucrania, Europa y EEUU.
Por otro lado, la postura de EEUU hacia Rusia se ha ido endureciendo. Si en un primer momento Donald Trump se mostró aquiescente con todas las exigencias de Putin, ha ido paulatinamente mostrando un creciente hartazgo hacia el inmovilismo del Kremlin. Llegando a acusarle de "retrasar" el fin de la guerra, y a amenazarle con imponer aranceles al crudo ruso "si no llegamos con Rusia a un acuerdo para detener el derramamiento de sangre en Ucrania por [su] culpa".
Este giro sucedió poco después de la simbólica reunión entre Trump y Zelenski tras el funeral del papa Francisco, con la que Washington escenificó su reacercamiento a Kiev. Un mensaje que se vio confirmado con la firma, a comienzos de este mes, del acuerdo para la explotación conjunta de las "tierras raras" ucranianas. Y que supone un respaldo explícito, al menos declarativamente, a "una Ucrania libre, soberana y próspera".
La distensión de Trump y la garantía de que EEUU seguirá vinculada a Kiev ha propiciado un cierto alivio y un relativo optimismo para los europeos, a la vez que una sorda inquietud en Moscú.
Pero no cabe olvidar que Trump siempre ha jugado a esta diplomacia del palo y la zanahoria, habiéndose mostrado dispuesto a transigir con la anexión ilegal de Crimea y el veto a la entrada de Ucrania en la OTAN.
Y, sobre todo, que Putin es conocido por su doblez y su desacato de cualquier compromiso. No en vano, su oferta a Kiev ha sido "reanudar las negociaciones directas, sin ninguna condición previa".
Es decir, sin aceptar la tregua que le ha exigido Zelenski como requisito para sentarse a hablar, en un mensaje de respuesta en la que se ha declarado dispuesto a reunirse con Putin este jueves en Turquía.
Putin se encuentra así ante la hora de la verdad en esta guerra. Porque el alto el fuego preliminar es la piedra de toque de sus verdaderas intenciones. Si persiste en diferirlo como un posible acuerdo que pueda surgir en el curso de las negociaciones, será legítimo presuponer que estamos ante la enésima estratagema del Kremlin para impostar una actitud dialogante mientras prosigue en su criminal invasión.
En la medida en que el propio Zelenski ha reconocido que es "un primer paso" que Rusia haya empezado a considerar poner fin a la guerra, y que Trump les ha urgido en su acostumbrado tono despótico a que se reúnan "YA!!!" (sic), es probable que lleguemos a ver este inédito encuentro entre ambos mandatarios.
Pero, sin restarle importancia a este hito, todavía quedará por resolver lo nuclear y más endiablado del conflicto. Que es cómo llegar a un acuerdo en el que las (aparentemente) inevitables cesiones territoriales de Kiev no dejen al país indefenso, y no legitimen la aventura expansionista rusa.
Una paz en falso en Ucrania entrañaría un socavamiento de la arquitectura de seguridad global y el orden basado en reglas en su conjunto.