Hace diez meses, Rusia inició la invasión total de Ucrania y Vladímir Putin marcó un objetivo prioritario: el descabezamiento de la joven democracia para implantar un régimen afín. La Casa Blanca ofreció una salida al presidente electo del país, Volodímir Zelenski, y este asumió una decisión que marcó un antes y un después en el conflicto. “Necesito armas”, respondió, “no un paseo”.

Ayer miércoles, Zelenski aterrizó en Washington tras aceptar la invitación de la Casa Blanca y el Congreso de los Estados Unidos. El destino, el primero fuera de Ucrania desde el comienzo de la guerra, no tiene nada de azar. A las puertas del invierno, con el desgaste natural del tiempo, el cansancio del público occidental y tras notables victorias sobre el terreno, el presidente ucraniano necesita más armas y el respaldo inquebrantable de Washington.

La visita de Zelenski recuerda, como mencionó Nancy Pelosi, al viaje de Winston Churchill en 1941. No sólo porque llega en un momento decisivo. Churchill selló el compromiso estadounidense para frenar el avance de la principal amenaza para la paz y la democracia en Europa, Adolf Hitler. Y Zelenski ha conseguido persuadir a Joe Biden de la importancia de detener a Putin por las mismas razones.

Igual que el conservador británico, que cruzó el océano pese a la alta presencia de submarinos alemanes en el recorrido, Zelenski asume unos riesgos altísimos para preservar una causa justa. Una que define la arquitectura de seguridad de Europa y que mide la determinación de las democracias liberales para defender su modelo de sociedad.

En Washington, Zelenski se dirige personalmente a los congresistas en medio de dos procesos clave para los próximos meses. Por una parte, Estados Unidos está a punto de aprobar un segundo paquete de 50.000 millones de dólares en ayuda militar. Así, la cantidad total suministrada a lo largo del año ascenderá a 100.000 millones.

Por otra, Biden confirma que cede, finalmente, ante una de las peticiones más temidas en Occidente y más reiteradas por Ucrania: el envío de misiles antiaéreos Patriot. Es decir, pondrá en manos de la resistencia una de sus joyas de la corona y cruzará una línea roja marcada por Moscú.

El Kremlin trató de disuadir a la Casa Blanca con la carta de la "escalada" para evitarlo, sin éxito, y EE. UU. incrementará la protección de los ucranianos ante los ataques constantes de Rusia contra las infraestructuras estratégicas del país, que están dejando a los ciudadanos sin acceso a agua y energía, a merced del frío, la sed y el hambre.

Biden demuestra, con su firmeza y su matrimonio público con Zelenski, que el compromiso de Estados Unidos para la defensa de la soberanía y la democracia en Ucrania es duradero en un contexto delicado, cuando están surgiendo críticas internas por su lealtad a Kiev.

Entre los republicanos, como relató la propia Liz Cheney, hay un creciente sector que simpatiza con Putin y aviva una propaganda que encumbra al autócrata ruso como azote de la agenda progresista. Otros conservadores, como Kevin McCarthy, señalan que es inapropiado ofrecer "cheques en blanco" cuando soplan vientos de recesión. 

Entre los demócratas, Alexandria Ocasio-Cortez y una treintena de congresistas firmaron una carta pública donde solicitaron negociaciones y una salida para el conflicto, aunque las condiciones actuales favorezcan a Putin.

La visita de Churchill solidificó la alianza que se impuso al fascismo en el siglo XX. Combatió, durante largo tiempo a solas, contra el abismo de la era más oscura. Zelenski es heredero de esa lucha. Sabe, como Churchill, que las consecuencias de una derrota son fáciles de predecir, y que las opciones de triunfo pasan por la unidad de los demócratas y el apoyo de Estados Unidos.