El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, y la secretaria general de Podemos, Ione Belarra.

El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, y la secretaria general de Podemos, Ione Belarra. Europa Press

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Rufián es la prueba de que la polarización no es un fenómeno atmosférico

En el concurso de méritos de la polarización, Gabriel Rufián tiene todas las de ganar. Su manera de interpelar a Mazón descendió a un subsuelo que sólo alcanzan los abusones del patio del colegio.

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Se habla de la polarización como si fuera un fenómeno atmosférico. Algo que, como el amor en la canción, estuviese en el aire.

El Gobierno fue el primero en detectar esta corriente dominante. De ahí que desarrollara una estrategia de comunicación, enfatizada por su presidente en las escasas y muy seleccionadas entrevistas que concede, basada en señalar al contrario como único responsable.

El aparato propagandístico del partido que hace casi treinta años retrató a su adversario como un cánido que ladraba furioso a la cámara empezó a hablar de la creciente “deshumanización” de la que eran objeto sus dirigentes. Sobre todo el principal.

La teoría ha quedado un tanto desacreditada esta semana. La comparecencia de Carlos Mazón en la comisión de investigación sobre la Dana en el Congreso ha dejado una sensación profunda de desazón en todo aquel que siga creyendo en los usos y costumbres del parlamentarismo.

Lo trataron como a un perro. O, por mejor decir, lo trataron como antes se trataba a los perros.

Era un concurso de méritos en el que Gabriel Rufián tenía todas las de ganar. Su manera de interpelar al compareciente descendió a un subsuelo que sólo alcanzan los abusones más temibles del patio del colegio.

El portavoz de ERC, Gabriel Rufián.

El portavoz de ERC, Gabriel Rufián. E.P.

Esos “¡que se calle!”.

Esa manera de traslucir la rabia contenida del que preferiría solventar el trance con algo más que palabras.

Hay una frase que quedará ya para la Historia del Diario de Sesiones (aunque, como suele ser marca de la casa, estuviera pensada para la viralización en las redes sociales).

“Le digo a la cara que usted es un inútil, un mentiroso, un incapaz, un miserable, un homicida y un psicópata. Y ojalá pague con cárcel todo lo que ha hecho y ojalá el pueblo de Valencia les deje de votar”.

“Psicópata”.

La ruindad del exabrupto no le quita interés como retrato de un tiempo político. Explica muy bien cómo funciona esta polarización. La avivan los propios políticos por una pura cuestión de necesidad.

El ejemplo de Carlos Mazón es especialmente significativo porque sobre él existe una percepción social bastante cercana al consenso. Se ha demostrado sobradamente inidóneo para el puesto que ocupó. Por razones tanto políticas como morales.

Si en la jornada del 29 de octubre de 2024 probó ser un incapaz, en todo el año transcurrido se ha revelado como un mentiroso indigno.

No contento con no asumir la responsabilidad en el momento que procedía, ha mareado la perdiz todo este tiempo con una sucesión de versiones solapadas que lo han hundido en un descrédito del que ya no se vuelve.

Es difícil encontrar discrepancias relevantes sobre ese retrato en el centroderecha sociológico. Los editoriales de la prensa afín al PP pidiendo su dimisión están en las hemerotecas.

Ha quedado claro que esa visión de consenso no valía. Precisamente por ser de consenso. Por eso los portavoces del bloque de investidura tuvieron que ir un paso más allá. Mazón no es ya todo aquello que acabamos de describir. Es un individuo que buscó las muertes porque obtiene placer con ellas.

Lo que sea con tal de ir al choque. Aprovechar la inmunidad parlamentaria para forzar enfrentamiento.

Estirar tanto la cuerda que no quepa otra que salir a “defender” a Mazón por una cuestión de mínima humanidad.

Por si la mención a Jar Jar Binks en la tribuna del Congreso de la semana pasada no hubiera sido suficiente para constatar hasta qué punto ha infantilizado el debate público la obsesión de la izquierda por llevarlo todo al terreno de la superioridad moral.

Alguno se desgañita proclamando que no se puede comparar a Rufián con Mazón. Pero cuando uno se erige en referente ético sí cabe recordar el papel jugado en aquella otra mañana aciaga de las Cortes, en la que lo que se iba sabiendo de la tragedia valenciana fue suficiente para parar la sesión de control, pero no la toma del consejo de RTVE, con un sillón para ERC.

Hubo más portavoces poniendo el granito de arena. Ione Belarra nunca defrauda. Más sorprendente resultó el representante del PSOE, Alejandro Soler, haciendo menciones directas a las “expectativas” que el presidente tenía puestas en la comida que acabó con su carrera y a la existencia de una muda.

El presidente de la Generalitat en funciones, Carlos Mazón.

El presidente de la Generalitat en funciones, Carlos Mazón.

Esto nos lleva a cuestiones interesantes.

Una vez constatado que Mazón no estaba a lo que tenía que estar… ¿hasta qué punto es relevante lo que sí estaba haciendo?

¿Hubiera sido menos grave que su desconexión se hubiera debido a una partida de parchís con los amigos o al visionado de su serie de sobremesa favorita?

¿Está dispuesto el PSOE a seguir jugando a esto cuando estas mismas normas sobre conducta privada se vuelvan contra él?

¿O dará rienda suelta al coro de aspavientos?

Recuérdese cada vez que los sostenes del gobierno hablen de una polarización unidireccional.