Crucero nuclear Piotr Velikiy de Rusia.

Crucero nuclear Piotr Velikiy de Rusia.

Columnas BLOC DE NOTES

Estamos en guerra con Rusia, lo queramos o no

La verdad, que nuestras democracias pacíficas se resisten a admitir, es que, cuando la guerra está declarada, no hay otra opción que hacerle frente.

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Putin declaró la guerra a Europa el 24 de febrero de 2022, lanzando sus tanques al asalto de Ucrania.

En realidad, un poco antes, en diciembre de 2021, cuando Andréi Kartapolov, presidente de la Comisión de Defensa de la Duma, amenazó a los países que se interpusieran en su camino con un "ataque preventivo" del tipo de aquellos con los que Israel amenazaba, en aquella época, a Irán.

O incluso, ocho años antes, el 20 de febrero de 2014, en el punto álgido de la Revolución de la Dignidad de la que tuve el honor de ser testigo, cuando el ejército ruso invadió Crimea.

Pero ahora las cosas se aceleran y se multiplican las intimidaciones, provocaciones y agresiones de las que todo indica que proceden, en su mayoría, de Rusia.

Hay que dar detalles:

25 de abril de 2025: un avión Su-24 al nordeste de Vardo, en Noruega.

24 de julio: un avión L-410 en la región del Finnmark, también en Noruega.

Vladímir Putin en un encuentro con militares y veteranos el pasado mes de junio.

Vladímir Putin en un encuentro con militares y veteranos el pasado mes de junio. Sergei Bulkin Reuters / Sputnik

18 de agosto: de nuevo al nordeste de Vardo, un avión Su-33.

20 de agosto: un dron en la región de Lublin, en Polonia.

10 de septiembre: otra vez en Polonia, lluvia de drones.

13 de septiembre: un dron en el espacio aéreo rumano.

19 de septiembre: un avión MiG-31, doce largos minutos en el cielo estonio.

22 de septiembre: un dron sobre Gardermoen, el aeropuerto principal de Oslo, en Noruega, y otros sobre el aeropuerto de Copenhague, en Dinamarca.

25 de septiembre: sobrevuelo, de nuevo en Dinamarca, de la base militar de Skrydstrup y cierre, también por causa de drones, de los aeropuertos de Aalborg y Billund.

26 de septiembre: drones sobre el Schleswig-Holstein, en Alemania, en la base naval de Karlskrona, en Suecia, y en el aeropuerto de Vilna, en Lituania.

27 de septiembre: drones sobre la central eléctrica de Vatanjankoski, en Finlandia.

No tiene precedentes. Son típicos actos de guerra.

¿Y cómo reaccionan, entonces, los países afectados y sus aliados?

Los más valientes anuncian la apertura de hospitales militares para heridos en gran número.

O la creación, el año que viene, en la frontera oriental de Europa, de un muro antidrones de contornos indefinidos.

Se invoca el artículo 4 del Tratado del Atlántico Norte. Se discute sobre su artículo 5. Se envían patrullas aéreas. Trump exclama: here we go.

Vance dice: "Una sola solución, la revolución conservadora".

La ministra de Defensa española dedica mucha energía a "rechazar la idea" de pasar del "enfoque de policía aérea" a la "opción de defensa aérea".

Irlanda piensa en dotarse, algún día, de sistemas sonar que detecten los drones submarinos en sus aguas.

Se debate la cuestión de saber "a qué juega Putin", si "pone a prueba nuestros límites", si los occidentales sabrán resistirse a la "tentación de la escalada".

Y, en Francia, donde tenemos un presidente que toma la medida del peligro, se ha convertido en un deporte nacional, en la Asamblea, buscar la mejor manera de destituirle.

La verdad, que nuestras democracias pacíficas se resisten a admitir, es que, cuando la guerra está declarada, no hay otra opción que hacerle frente.

Con mesura, por supuesto. Respetando las reglas de proporcionalidad. Pero con la suficiente firmeza para disuadir al enemigo de llevar más lejos su escalada.

Los vuelos de drones, por ejemplo, están prohibidos, en Europa, sobre las zonas sensibles, los sitios estratégicos, la mayoría de los aeropuertos y, en Francia, en ciertas zonas urbanas.

¿Qué es lo que impide derribarlos?

Soldado ucraniano manejando un dron.

Soldado ucraniano manejando un dron. Ministerio de Defensa de Ucrania

¿A quién se va a convencer de que los veintisiete ejércitos nacionales, de los que se nos dice constantemente en los platós que van "con una guerra de retraso" y que están desconcertados por estas "armas nuevas" que son los drones, no tienen los medios?

¿Estamos más desprotegidos que las unidades móviles ucranianas que vi y filmé, hace dos años, persiguiendo drones rusos con bazucas y desde simples todoterrenos?

Es una broma...

Y, en cuanto a los "incidentes" del tipo MiG-21 que violan, durante doce largos minutos, el espacio aéreo de Estonia, hay un precedente, por no decir una jurisprudencia, que la honestidad obliga a recordar: el caso de Turquía, que ve, en noviembre de 2015, su frontera aérea atravesada por un Su-24 ruso, le dirige los conminamientos de rigor, constata que no obedece, invoca la legítima defensa y lo derriba.

¿Respondió Putin, entonces, con una "escalada"? ¿Se "echó al monte"? ¿Se corrió, al frenarlo, el riesgo de un "incendio"?

No, por supuesto. Lo entendió muy claro. Y nunca más un avión ruso se arriesgó a reiterar la hazaña.

Aquí es donde estamos.

O bien hacemos el avestruz y, de dimisión en renuncia, corremos todos los riesgos, incluidos los más inimaginables.

O bien decimos "alto ahí"; aumentamos nuestra ayuda a Ucrania, donde están, lo digo desde hace años, nuestras primeras líneas de defensa; y así, y sólo así, disuadimos a Putin de ir más lejos en la aventura.