Javier Lambán.

Javier Lambán. Europa Press

Columnas CONVOCATORIA EXTRAORDINARIA

Un Lambán de derechas

A la derecha le gustaba Lambán, pero es dudoso que le hubiese gustado un Lambán de derechas.

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A la derecha le gustaba Lambán, pero no sé si le hubiese gustado un Lambán de derechas.

Necesitamos más Lambanes contra la polarización, con ese espíritu libre de los anarquistas que nos recuerdan a los Ángel Pestaña de nuestra historia.

A los grandes hombres de izquierdas que supieron meterse en un vagón con Lenin, convivir con los capitostes del bolchevismo y volverse a España haciendo una crónica de la III Internacional poniéndolos a todos de vuelta y media.

Hay que ser muy Ángel Pestaña para atreverse a defender la libertad contra los tuyos y saber que no recibirás ni los premios de tus adversarios, ni el reconocimiento de tus compañeros.

Porque los aplausos que recibes de tus adversarios cuando criticas a los tuyos son en verdad dardos envenenados contra los fantasmas de los radicales del otro lado.

Le pasó a Pestaña, que sólo encontró aprecio en su posición para ser utilizada contra la CNT y el socialismo revolucionario, o sea, para instrumentalizarlo como ariete contra la izquierda.

Pedro Sánchez y Javier Lambán.

Pedro Sánchez y Javier Lambán. E. E.

Y eso quizás le haya pasado a Lambán, y eso mismo es lo que no me gustaría hacer a mí. Ninguna persona es la excusa para debilitar a tus enemigos, y ningún fallecido puede convertirse en un proyectil más contra los muros de ninguna ideología, ni siquiera la del sanchismo.

De la crueldad de Sánchez contra los miembros de su partido que se atrevieron a hacerle oposición interna, ya sea el ahora difunto Lambán, el traicionado Madina, el expulsado Redondo o el acosado Page, ya sabemos todos. Es la razón por la que los socialistas clásicos (no me refiero ni a González ni a Zapatero, no se me malinterprete) se abstendrán y esperarán en silencio la desaparición del sanchismo.

Pero Lambán ahora no puede ser el símbolo de la oposición antisanchista si al mismo tiempo no nos preguntamos si aceptaríamos un Lambán de derechas.

No es sólo por respeto a un fallecido, que ya sería suficiente, sino por una razón puramente política. Necesitamos un Lambán de derechas o, al menos, ahora que lanzamos elogios al muerto, que esas razones que hemos sabido ver en él, también las exijamos para nosotros mismos.

Que aplaudamos a alguien que nos diga que no todo vale, que hay unos principios que estamos dispuestos a discutir con los demás, pero también a defenderlos, y que la aniquilación del adversario suele llevar aparejada la extinción de uno mismo.

Don Miguel de Unamuno, clarividente como siempre, asomado en 1935 a la inminente caída de la República, no se hacía ilusiones con el remedio guerra civilista y advertía:

“¿Qué es eso de anonadar al adversario o de disolverlo? Si una parte (comunión, partido o como quiera llamársela) anonadara a su adversaria, la disolviera, resurgiría esta en ella misma y con ella la civilizadora guerra civil, don del cielo. En cuanto un combatiente devora al otro lo siente dentro de sí”.

Lambán estaba imbuido de este espíritu unamuniano, no solo por convicción intelectual, sino por la experiencia práctica que acumula un verdadero animal político. Sabía, estoy seguro de ello, que la batalla dialéctica de eliminación del contrario, ya sea el muro sanchista, o la defensa de la tradición occidental, o cualquier otro canto de pureza que esconda una promesa mesiánica, lleva a las dos partes a parecerse mucho entre sí.

Cuando la izquierda revolucionaria luchó contra el fascismo, se hizo totalitaria. Cuando la derecha quiso destruir el socialismo, se hizo fascista.

Uno acaba devorado por aquello que pretende eliminar.

Por eso resulta muy significativo que, en sus últimas palabras en redes sociales, Lambán dijese que “la más grave corrupción que sufrimos es la mutación de la Constitución, para ir hacia un Estado plurinacional, confederal y desigual”.

Lambán sabía que la Constitución, y la forma de Estado autonómico, no eran sólo formalismos, sino el marco de convivencia que permitía vivir con los contrarios.

La humillación es la actitud que se deduce de la simplificación dialéctica propia del comunismo, del fascismo y del nacionalsocialismo. Es lo que Unamuno denunció en 1935, y es lo que podemos aprender ahora. Nos jugamos mucho aceptando un Lambán entre nosotros.