De sopetón ha emergido de las aguas un nadador español campeonísimo, Hugo González de Oliveira, de veintidós años, que se ha colgado en un día tres medallas surtidas (oro, plata y bronce) en los europeos del ramo acuático. Dicen que es baza segura para el podio olímpico de los Juegos de Japón, si es que se celebran.

Lo primero que sorprende es cómo algunos campeones parecen brotar aquí de repente y de la nada. Tanta y tanta información a toda hora, y no estábamos al loro de que este chaval llevaba años sacando la cabeza de las piscinas. Va a ser cosa de leer más los periódicos deportivos que, digo yo, habrán dado cumplida noticia de Hugo hace ya tiempo.

Lo segundo que llama la atención es la lentísima cadencia con la que surgen en España nadadores y nadadoras con madera de campeones. Mireia Belmonte y las chicas de la natación artística (bailar se nos da mejor que nadar, se conoce) venían siendo excepciones en el secarral medallista natatorio. Es verdad que, amén de la rareza waterpolista, nos lucimos en el agua mucho más con los remos y las velas.

Aunque un falso imaginario costumbrista atribuye a cada pueblo español su río, su puente, su pescador paciente, su ahogado y el recuerdo de las antiguas lavanderas (dispuestas a salir en una película de Almodóvar), andamos muy justitos de grandes ríos, de ahí nuestros problemas endémicos con el agua y la dominante coloración amarilloterrosa que nos hace envidiar, sin ir más lejos, a la verde Francia. Tener sol y lluvia a la vez es aspiración vana.

En cualquier caso, ya no nos bañamos en los ríos, como cuando éramos pobres e íbamos de merienda a sus orillas arboladas. Y los ríos, más que buenos nadadores, hacen chapoteadores de pozas.

Pero es verdadera pasión, no por Faulkner, lo que hay en España por playas y piscinas, que, en estos días, se van abriendo con permiso, como siempre, del tiempo y de la autoridad, que tiende a ser al efecto municipal como las piscinas mismas. ¿Y de ahí no salen ases de la natación? Los justos, por lo que se ve.

Tenemos en España ocho mil kilómetros de costas, pero las aguas abiertas y saladas han producido navegantes y surfistas, todos los que quieras, y a David Meca, catalán como casi todos los buenos nadadores españoles.

A la playa se va a orear y a tostar la panza, a engrosarla en los chiringuitos, a paliar la soledad entre la multitud de cuerpos y almas y a darse un bañito, poco plan para la fabricación de campeones, contando además con que, vale, la densidad arenosa del agua y el variable oleaje quizá no sean (no tengo ni idea) las mejores condiciones para la forja de grandes nadadores.

¿Y las piscinas? ¿Hay algún país en el mundo, aparte de Estados Unidos, que tenga más piscinas que España? Cuando el desarrollismo sesentero y peliculero, la gente, en cuanto tuvo el frigorífico, la televisión y el Seat 600, ya empezó a querer piscina.

He buscado datos, y me he perdido entre una fuente que dice que en España tenemos más de un millón de piscinas y otra que asegura que son más de dos millones contando todas, públicas y privadas, de hoteles, municipales y comunitarias. Los jacuzzis no entran en el cómputo, menos mal, y, además, aunque posibilitan el abrazo, no ofrecen espacio para la brazada.

Y, con tantas piscinas, ¿por qué no nos salen más medallistas de natación? Se ve que el mero chapuzón no hace al campeón