Hay noticias que habría que contarlas como un suceso. Intentémoslo. Chaves y Griñán se pasean ufanos y sin despeinarse por la comisión del Parlamento andaluz que trata de hacer como que hace en el impúdico asunto de los fondos de formación. Ambos entran y salen con aplomo, corbata y una sonrisa en la cara. Horas después un huracán se los lleva por los aires y los arroja, ya como guiñapos, en medio de la carretera, donde una apisonadora los convierte en papel de fumar.

La resolución que se ha conocido este miércoles y que sienta en el banquillo a ambos expresidentes por el caso de los ERE los acerca a Pujol, Matas, Camps... Todos fueron reyezuelos en años de bonanza, cuando los perros se ataban no con longanizas, sino con billetes de quinientos y a todos ellos les bastaba chasquear los dedos para que se hiciera su voluntad. Igual no se acuerdan, pero hasta hace cuatro días había empujones para linchar a la juez Alaya, como cuando los niños se disputan en la feria ver quién dispara primero a los palillos, convencidos de ganar el peluche.

Hay noticias que habría que contarlas como un suceso. Pedro Sánchez se frota las manos, estira el cuello y engola la voz nada más trascender que el presidente murciano tiene un expediente por corrupción zurcido por la Guardia Civil. Por fin, una alegría en la precampaña. Exige responsabilidades. Insta incluso a Ciudadanos a que retire su apoyo al PP en Murcia. De repente, impresionado por el destino de los compañeros Manolo y Pepe, hechos fosfatina ante sus ojos, se queda mudo y entra en shock. Y con él todo el PSOE.

En los sucesos siempre hay un componente de azar y, hasta ahora, Rajoy está demostrando ser un tipo con suerte. El hombre que se niega a debatir en la Universidad pero que irá a pecho descubierto a la guardería de Ana Rosa Quintana para que le pregunten los niños crece en las encuestas. Juega Pablo Iglesias a creer que sólo él puede evitar que sea presidente. Pero es muy probable, en cambio, que esa sea la última bala de Albert Rivera.