Paraste un concierto Alejandro Sanz; te bajaste del escenario y plantaste cara a un hombre que agredía a una mujer. Casi lo sacaste a patadas. Dijiste que no consentías los malos tratos y menos contra mujeres. La imagen ha dado la vuelta al planeta; y ojalá sirva para que saquemos pecho y defendamos la integridad y el respeto de todas las mujeres de este planeta. Que te partan la cara en un concierto evidencia la violencia machista pero ¿se han preguntado cuánto hacemos para evitar llegar hasta aquí?

“Los códigos de comportamiento de cada pareja solo les atañe a ellos”, argumentamos. Toleramos sexualidades no demasiado convencionales ahora que se han puesto de moda las parejas abiertas pero dejamos que Paco y Sara se relacionen a voz en grito humillándose mutuamente, sin que nadie se levante de la mesa y ponga fin al suplicio. Hasta pasamos por alto esas letras en las que Alejandro Sanz nos canta mojigatas porque acompañadas de música les deportamos cualquier intencionalidad machista.

Retórica, decimos.

No nos indigna que las clases de bollywood del Centro Social Comunitario Casino de la Reina de Madrid (Lavapiés puro y duro), estén acotadas solo para mujeres entre 15 y 24 años tal y como anuncian los carteles que las publicitan. Un chaval de semejante barrio jamás querrá aprender a mover las caderas como Shakira por mucho que los pies se le escapen escuchando los discos de sus vecinos bangladesíes con los grandes éxitos de la mayor industria cinematográfica del mundo. Las niñas aprenden a bailar  mientras los chicos hacen deporte porque así lo determina la oferta cultural de su propio barrio y ni un padre, ni una madre, ni un alumno conmina al centro para que esto cambie.

Tampoco recriminamos al quinceañero que controla el móvil de su novia, ése que le pide que le mande fotos subidas de tono cada noche cuando la acompaña a su casa. A cambio la juzgamos a ella por tener fotos en pelotas y la avisamos una y otra vez de que no debe compartirlas no vaya a ser que termine expuesta ante los ojos de todos sus compañeros. Para qué decirle que en todo caso, si sus tetas terminaran en los móviles de los colegas, es él el que comete el delito. Hasta conozco a reputadas profesionales que  le dejan a su marido la cuenta de Twitter para que cotillee lo que le dé la gana, incluido su perfil, considerando este acto absolutamente inocuo.

Micromachismos a pie de calle que mantenemos, toleramos y a veces hasta reímos como si fueran gracias. Mientras no seamos el que levanta la mano tenemos la desfachatez de no creernos responsables y hasta nos hacemos pasar por adalides de la igualdad.

Once mujeres han sido asesinadas por sus parejas en lo que va de año. Once.

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