Oriente Próximo

"Estamos en manos de Israel": barricadas, tiroteos y miedo tras la muerte de Nasrala en el barrio chií de Beirut

  • El Líbano busca unidad ante el temor de que el Ejército israelí aproveche el desmantelamiento de Hezbolá para invadir el sur.
  • Hay más de un millón de personas desplazadas por los ataques, y cientos de familias siguen durmiendo a la intemperie.
29 septiembre, 2024 03:17
Beirut

El Líbano entero se calló por un momento la tarde del sábado. Sobre las 14.30 horas, Hezbolá confirmó la peor noticia que el partido-milicia chií esperaba dar aquel día: su líder, Hasán Nasrala, había muerto. Por un momento todo un país se giró hacia la pantalla y vio cómo a la presentadora de al-Mayadeen -medio satélite de Hezbolá- se le desgarraba la voz al corroborar que el Ejército israelí había conseguido su objetivo la noche del viernes cuando bombardeó seis edificios en el barrio del Dahie, al sur de Beirut.

La capital no volvió a recuperar el ritmo en todo el día. Muchos supieron de inmediato que el asesinato de Nasralá, líder de la organización durante 32 años, movería sediciones en las filas de Hezbolá. La premonición dejó Beirut desierto y preparado para ser escenario de su mayor velatorio. Sobre las 15.00 horas comenzaron los disparos. Ráfagas contra el cielo como única respuesta a la impotencia de ser adepto de un movimiento absolutamente descabezado en cuestión de días. Cualquiera era ya el enemigo: los periodistas, los extranjeros y los pequeños comerciantes que habían decidido cerrar su negocio.

El Ejército libanés desplegó inmediatamente sus mejores tanques. Una decena de ellos atravesó en ambas direcciones la Corniche, el paseo marítimo del centro de Beirut donde duermen desde el viernes cientos de familias desplazadas del Dahie. Aquellos hombres que permanecieron en el barrio, feudo de Hezbolá y el área más densamente poblada de la capital, protagonizaron procesiones con retratos de Nasralá y banderas del partido. Desde los balcones, sus mujeres lloraban con el desconsuelo de un huérfano. Su líder, el mayor consuelo de muchos libaneses desde la escalada que empezó el 17 de septiembre, era ya un mártir.

De fondo, las bombas recordaban que Israel no había terminado su misión en Beirut, en la Becá y en el sur del Líbano. En los ataques del sábado, el Ejército israelí fue capaz de matar a 33 personas en un país extranjero sin que el hecho cobrase siquiera relevancia.

Nada de disparos ni de llantos en los barrios cristianos de la ciudad. Silencio riguroso. En un pequeño supermercado, familias enteras hacen acopio con la intención de no salir de sus casas hasta que el asunto se esclarezca. El dueño de una frutería se debate si cerrar o no. “La gente sigue viniendo, pero quiero irme ya a mi casa. Tengo que cruzar medio Beirut para volver y dicen que hay gente disparando por ahí. Regresaré antes de que la cosa empeore”, dice tras encontrar la determinación. Un peluquero se resiste a que el asesinato de Nasralá altere su rutina de sábado. “Aquí no van a hacer nada, saben que este barrio no es suyo. De hecho, espera unas horas: ya verás cómo saldrá gente celebrando y todo”, augura ante el periodista.

Por el momento, no ha habido disturbios entre comunidades religiosas. Y eso a pesar de que fuentes del Gobierno libanés afirmaran a Reuters que las fuerzas de seguridad se estaban preparando para un posible estallido de tensiones interconfesionales. De hecho, las palabras de Saad Hariri, exprimer ministro musulmán sunní, han alentado a lo contrario. Hijo del también premier Rafic Hariri, asesinado en 2005, Saad ha calificado el asesinato de Nasrala de “acto cobarde”, pese a que el Tribunal Especial para el Líbano de la ONU dictaminó que Hezbolá estaba implicado en la muerte de su padre. “El Líbano sigue estando por encima de partidos, sectas e intereses. Aliviar el sufrimiento de nuestro pueblo y de nuestra gente de todas las regiones es una prioridad nacional”, ha expresado Saad Hariri en un comunicado.

Partidarios de Hezbolá corean consignas tras el anuncio de la muerte de su líder, en El Líbano.

Partidarios de Hezbolá corean consignas tras el anuncio de la muerte de su líder, en El Líbano. Reuters

En la calle, una joven cristiana también siente que lo que ha pasado esta semana en su ciudad le repercute. “No comulgo con él [el líder de Hezbolá]. Soy cristiana, y encima odio la religión. No me gusta su manera de pensar sobre muchos temas”, explica preparando el terreno para su contraargumento. “Pero es la resistencia que tenemos, y si no fuera por él seguiríamos ocupados por Israel”, infiere, refiriéndose al gran éxito que fue para Nasrala la expulsión del Ejército israelí del sur del Líbano tras la guerra de 2006.

“Estamos vendidos, ahora pueden ocupar todo el sur del río Litani, que ni nuestro Gobierno, ni Estados Unidos ni la ONU va a poder detenerlo. El Hezb [partido, como muchos se refieren aquí a la organización de Nasralá] es el único que ha luchado por esta tierra”, apostilla. Y profetiza: “Ahora este país se irá aún más a la mierda. Musulmanes, cristianos, drusos... Estamos todos en manos de Israel”.