El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmando órdenes ejecutivas para aranceles recíprocos en Washington.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmando órdenes ejecutivas para aranceles recíprocos en Washington. Reuters

EEUU

¿Tiene sentido la política exterior de Trump?: "La confianza se gana gota a gota, pero se pierde a raudales"

Analistas, diplomáticos y políticos tratan de comprender la retahíla de declaraciones realizadas por el presidente estadounidense en el último mes y medio mientras se preguntan qué busca realmente y, sobre todo, si sabe lo que está haciendo.

Publicada

El pasado jueves Donald Trump convocó a los miembros más importantes de su gabinete a una reunión a puerta cerrada con el propósito de poner un poco de orden y de asegurar que son ellos y no Elon Musk, el multimillonario que lleva semanas ejerciendo de número dos, quienes están al mando de sus respectivos departamentos federales (equivalentes a nuestros ministerios).

"Musk puede recomendar cómo debéis actuar, pero no puede imponer decisiones unilaterales", dicen que dijo el presidente en alusión a los intentos de Musk de llevar adelante despidos masivos a lo largo y ancho del entramado gubernamental.

La idea era tratar de atajar el malestar que esos intentos han generado en su círculo de confianza. Y en un principio sus palabras sí cumplieron la misión. Calmaron los ánimos y aclararon las competencias de cada cual... hasta que, al cabo de un rato, se plantó ante la prensa y declaró que ansiaba recortes y que "si los responsables de los departamentos pueden llevarlos a cabo, mejor, pero si no lo hacen será Elon quien lo haga".

El del jueves fue el último ejemplo de una retahíla de contradicciones que parece no tener fin. Anteriormente, durante el discurso que ofreció en el Congreso, invitó a Groenlandia a tomar una decisión libre y voluntaria sobre su futuro sugiriendo que éste podría tener lugar dentro de Estados Unidos para, minutos después, afirmar que "de una forma u otra lograremos controlar" Groenlandia.

Un par de semanas atrás tildó públicamente al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, de "dictador" solo para desdecirse días después –"¿dije eso? No puedo creer que dijera eso"– ante un periodista. Y en enero culpó a las políticas de la diversidad de estar detrás del accidente aéreo sobre el río Potomac hasta que, unas horas más tarde, reconoció que en realidad no tenía ni idea de lo ocurrido.

Aunque quizás la performance más desconcertante fue la que ofreció en torno a Gaza al asegurar que Estados Unidos buscaría la manera de apoderarse del lugar para, tras echar a los dos millones de palestinos que lo habitan, poder construir la "Riviera de Oriente Medio". Una suerte de Marbella o Benidorm en ese rincón del Mediterráneo. Dos semanas después aclaró que no era ningún plan establecido, solo una mera recomendación, sembrando por enésima vez una pregunta que lleva tiempo rondando a cualquiera que intente seguir sus pasos: ¿qué tiene Trump realmente en la cabeza?

"A veces es muy inteligente parecer un loco"

Estos días se está hablando mucho de la política exterior desplegada por Richard Nixon durante sus cinco años presidiendo Estados Unidos. Caracterizada por lo que él mismo llamó "teoría del hombre loco", consistía en ofrecer una imagen visceral, volátil e irracional ante los líderes de otros países para que, temiendo una reacción totalmente desproporcionada por su parte, agacharan la cabeza y consintiesen.

"Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado ese punto en el que puedo llegar a hacer cualquier locura con tal de terminar con la guerra", le dijo en un momento dado Nixon a Bob Haldeman, su jefe de gabinete, según cuenta éste en unas memorias tituladas The Ends of Power. "Haremos llegar que estoy obsesionado con el fin del comunismo, que es muy difícil contenerme cuando me enfado y que tengo acceso al botón nuclear", continúa reproduciendo Haldeman en el libro. "Si hacemos eso Ho Chi Minh estará en menos de dos días en París mendigando la paz".

Aunque algunos historiadores han argumentado que Nixon llegó a la "teoría del hombre loco" de forma independiente, su existencia en la tradición del pensamiento político viene de lejos. Ya en 1517 el filósofo Nicolás Maquiavelo escribió en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio que "a veces es muy inteligente parecer un loco" y a mediados del siglo pasado el famoso físico Herman Kahn dijo que "aparentar estar un poco tocado del ala" puede hacer que un adversario se piense las cosas dos o tres veces. También Nikita Jrushchov, quien heredó el liderazgo soviético al morir Iósif Stalin, la puso en práctica durante los años cincuenta.

Teniendo en cuenta lo anterior, es fácil entender por qué hay quien se pregunta si Trump no estará ejercitando su propia versión de la "teoría del loco" a la hora de lidiar con el resto del mundo. Eso explicaría, dicen, muchas de las declaraciones que ha realizado hasta la fecha y la salva de contradicciones en las que lleva incurriendo desde que regresó al poder. En opinión de quienes sostienen dicha teoría, por tanto, Trump se estaría comportando así no por sufrir incontinencia verbal o debido a un narcisismo desquiciado sino como parte de una estrategia para conseguir una serie de cosas.

"En cuestión de horas, el presidente de Colombia claudicó"

Porque lo cierto es que Trump ya ha conseguido unas cuantas cosas. En el frente migratorio, por citar un ejemplo, la frontera con México acaba de cerrar febrero registrando el menor número de cruces ilegales en décadas. Según los datos filtrados por la Patrulla Fronteriza, el mes pasado sus agentes detuvieron a 8.300 inmigrantes mientras que en febrero del 2024 las detenciones ascendieron hasta las 130.000 y unos meses antes, a finales del 2023, llegaron a superar las 200.000 mensuales.

Claudia Sheinbaum explica el descenso de llegada de fentanilo a EEUU tras la presión de Trump

Claudia Sheinbaum explica el descenso de llegada de fentanilo a EEUU tras la presión de Trump Reuters

¿A qué se debe una reducción tan drástica? Los expertos citan tres factores: el efecto disuasorio que genera al sur del Río Bravo tener a un político como Trump en la Casa Blanca, el endurecimiento de la seguridad en la propia frontera... y la colaboración de las autoridades mexicanas. Una colaboración en la que muy posiblemente haya influido la amenaza de unos aranceles del 25% que perjudicarían enormemente a Estados Unidos pero todavía más a México. Aranceles que Trump ya ha anunciado en dos ocasiones solo para revertirlos –total o parcialmente– en el último minuto alegando que la presidenta Claudia Sheinbaum había accedido a sus demandas.

Es lo que explicaba Oren Cass, economista jefe del think tank derechista American Compass, en la revista The Spectator el mes pasado: "Claro que una nación puede introducir aranceles para generar ingresos, promover la producción nacional, modificar las cadenas de suministro internacionales o distanciarse de un socio comercial, pero una nación también puede utilizar los aranceles como método para cambiar el comportamiento de otros países: ese arancel no sería pues económico sino un arancel negociador".

De hecho, fue el propio Trump quien, al explicar su decisión de revertir por segunda vez los aranceles a los productos mexicanos, dijo que lo hacía "por respeto a la presidenta Sheinbaum" al considerar que se estaba mostrando más que dispuesta a cooperar "en la frontera".

Un segundo ejemplo: Colombia. ¿Qué ocurrió cuándo, a finales de enero, las autoridades del país latinoamericano impidieron aterrizar a dos aviones militares que transportaban inmigrantes ilegales? "El presidente respondió amenazando con imponer un arancel del 25% a todos los productos colombianos (incrementándolos al 50% al cabo de una semana) y amenazando con restringir la entrada al país de cualquier alto funcionario colombiano", explica Cass. "En cuestión de horas, el presidente de Colombia claudicó... ¿y cuánto le costó ese viraje a Estados Unidos? Cero dólares", sentencia el economista.

Un tercer ejemplo de cómo la "teoría del loco" habría funcionado se encuentra en Panamá. Hace varias semanas Trump amenazó a las autoridades panameñas con hacer lo que tuviese que hacerse con tal de recobrar el control del Canal de Panamá; una infraestructura marítima cedida en 1977 que, a su juicio, lleva tiempo siendo controlada por China. Y cuando un reportero le preguntó si ese hacer lo que tuviese que hacerse incluía la posibilidad de recurrir a la fuerza –o sea: de una intervención militar–, Trump se encogió de hombros. "No puedo descartar nada", dijo.

Aunque las autoridades panameñas pusieron el grito en el cielo tras escuchar semejantes declaraciones, la semana pasada se hizo pública la compra de dos puertos panameños gestionados por una empresa hongkonesa por parte del fondo de inversión estadounidense BlackRock.

Tanto las autoridades del país centroamericano como la empresa hongkonesa han negado que la operación tenga nada que ver con las amenazas de Trump. La Casa Blanca, en cambio, ha dicho lo contrario y fuentes cercanas a BlackRock han confirmado que el fondo habló tanto con la Casa Blanca como con miembros del Congreso estadounidense antes de poner el dinero encima de la mesa.

"La credibilidad de un presidente no es un recurso infinito"

Muchos partidarios de Trump han recurrido a estos acontecimientos, o al enorme incremento del gasto en Defensa que planean los miembros de la Unión Europea ante la cercanía que parece haber entre Trump y Vladímir Putin, para decir que ahí es donde hay que poner el foco. En los hechos, no en las palabras. Aunque no mencionan la "teoría del loco" –prefieren la famosa frase de "a Trump no hay que tomárselo literalmente; hay que tomárselo en serio"–, la ecuación es la misma. Lo importante son los resultados.

No obstante, hay muchos que no lo ven tan claro y que estos días están volviendo a poner en circulación un artículo escrito por el analista conservador Jonah Goldberg poco después de que Trump ganara sus primeras elecciones.

En aquel texto, publicado en el Chicago Tribune, Goldberg argumentaba que eso de no tomarse al presidente de forma literal era una manera muy original, y posiblemente acertada, de evaluar al político en campaña. De analizar, en fin, su método comunicativo. Ahora bien, añadía Goldberg, ese enfoque no sirve para un presidente. Principalmente porque "lo que dice un presidente importa" y porque "su credibilidad no es un recurso infinito".

Trump, en el Air Force One, insistiendo en que hay que renombrar el Golfo de México como Golfo de América.

Trump, en el Air Force One, insistiendo en que hay que renombrar el Golfo de México como Golfo de América. Reuters

Aplicada al affaire arancelario, los partidarios de la reflexión enunciada por Goldberg argumentan que, pese a las concesiones más o menos inmediatas logradas por Trump, el daño a medio y largo plazo causado por la desconfianza y el rencor que ahora se están sembrando no auguran nada bueno.

"Los aranceles van y vienen, pero la ira de los consumidores vinculada al nacionalismo es más difícil de erradicar", decía el pasado jueves Ian Bremmer, analista geopolítico y presidente de la consultora de riesgo Eurasia Group, mientras se hacía eco de la retirada de bebidas alcohólicas estadounidenses en muchos comercios canadienses. Otro de los países que está siendo mareado por la Casa Blanca en el frente comercial y que, a diferencia de México, está ofreciendo mucha más resistencia al pulso de Trump.

Luego está la incertidumbre que generan esos amagos de guerra comercial, claro. Un sentimiento que no suele ser bueno para los negocios. "La imprevisibilidad de las exenciones arancelarias, las revocaciones y las medidas contra otros socios comerciales hace que a las empresas les resulte imposible planificar sus movimientos", decía un editorial del Financial Times publicado el mismo día. "La fe en las instituciones económicas y financieras estadounidenses se está poniendo a prueba".

"¿Qué diablos le está pasando a tu país?"

Ucrania es otro caso digno de estudio. Lo que Trump parece buscar con las amenazas, desprecios y, en última instancia, con las medidas que ha adoptado contra los intereses ucranianos sería, por un lado, que Zelenski se siente a la mesa de negociación con Rusia para firmar la paz lo antes posible y, por el otro, que la Unión Europea eleve de una vez por todas su gasto en Defensa.

Con lo primero, Trump conseguiría cumplir una de sus grandes promesas electorales. Y es que no conviene olvidar que prometió poner fin a la guerra antes de llegar a la Casa Blanca o, como tarde, durante su primer día en la oficina. Una paz que, además, incluiría los derechos de explotación de varios yacimientos minerales ucranianos. Algo que Trump ha tratado de vender en Kiev como la garantía de que Putin respetará la paz dado que, en su opinión, al líder ruso nunca se le ocurriría atacar un territorio en el que estén operando empresas estadounidenses.

En cuanto a lo segundo, Trump conseguiría cumplir otra de sus promesas electorales y conseguiría reducir drásticamente el gasto militar que Estados Unidos destina a la defensa del Viejo Continente.

El problema, según muchos observadores, es que desde la Casa Blanca no parece que se esté haciendo nada por presionar a Rusia, que a fin de cuentas es el país que en febrero del 2022 decidió invadir Ucrania. Ante esa pasividad hay quien alega que para Estados Unidos es mucho más sencillo presionar a Zelenski que a Putin (lo cual es cierto) y hay quien dice que Trump no quiere tirar de las orejas del Kremlin porque estaría jugando una baza geopolítica mucho más profunda: la de alejar a Rusia de la órbita china y reinsertar su economía –y sus enormes recursos naturales– en el ciclo occidental.

Sea como fuere, la actitud de Estados Unidos está generando un problema de credibilidad entre sus aliados históricos. "¿Qué diablos le está pasando a tu país?", le preguntó –visiblemente alterado– un diplomático europeo al periodista estadounidense Shane Harris poco después de saberse que Zelenski había sido expulsado de la Casa Blanca tras su enganchada con Trump y JD Vance en el Despacho Oval.

"Ahora vemos que no solo el ‘Eje del Mal’, junto con Rusia, intenta revertir el orden mundial sino que Estados Unidos también parece dispuesto a destruir ese orden", ha declarado por su parte Valerii Zaluzhnyi, actual embajador de Ucrania en Londres. Y en París el senador conservador Claude Malhuret pronunció hace días un discurso muy poco ambiguo: "Estábamos en guerra contra un dictador y ahora estamos luchando contra un dictador apoyado por un traidor", espetó después de comparar a Washington con "la corte de Nerón"; el emperador romano asociado a la tiranía, la extravagancia y la piromanía.

Los exabruptos casan en cierto modo con una de las últimas declaraciones realizadas por el próximo canciller alemán, el conservador Friedrich Merz, en una entrevista concedida al semanario Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung. Al hilo de la propuesta de Emmanuel Macron –quien ha sugerido que Francia podría expandir su paraguas nuclear para proteger al resto del Viejo Continente–, Merz dijo que sí, que Alemania debería iniciar conversaciones en torno a la expansión de los medios de disuasión nuclear en Europa e incluso no quiso descartar que, en un momento dado, Berlín pueda iniciar planes para hacerse con su propio arsenal nuclear.

Un poco más hacia el oriente, en Varsovia, el primer ministro polaco, Donald Tusk, ha dicho algo muy parecido. "Polonia debe aprovechar las posibilidades más modernas también en lo que respecta a las armas nucleares y al armamento no convencional", anunció durante un discurso pronunciado el pasado viernes que ya ha sido definido como "histórico". "Lo digo con total responsabilidad", añadió. "No basta con comprar armas convencionales, las más tradicionales; el campo de batalla está cambiando ante nuestros ojos".

Unas declaraciones así eran prácticamente impensables hace tan solo unos meses.

"Está desatando unas dinámicas que no va a poder controlar"

Dejando a un lado su primer mandato presidencial y su perfil político en general, Trump es una persona que siempre se ha presentado como un maestro de la negociación. Es más: de todos los libros que llevan su firma el más famoso se titula, precisamente, El arte de la negociación. "Su objetivo nunca ha sido la precisión sino la dominación", contó en un artículo publicado en 2017 la persona que puso negro sobre blanco los pensamientos de Trump en aquel libro: el periodista Tony Schwartz.

El propio Trump, de hecho, ha reconocido –con orgullo– lo extravagante de su forma de expresarse, de divagar, y no es ninguna casualidad que cuando lanza según qué declaraciones lo haga con semblante despreocupado, divertido incluso, como si algunas de las cosas que dice se le acabasen de ocurrir y tuviese que darle una pensada antes de repetirlas en serio.

"Dice tantas cosas que uno es incapaz de detectar con exactitud cuándo va en serio y cuándo no", le explicaba este mismo fin de semana el historiador Julian Zelizer, de la Universidad de Princeton y autor de una recopilación de ensayos sobre Trump, a una de las corresponsales que el New York Times tiene en la Casa Blanca, Erica Green. "En el mundo actual uno puede elegir lo que quiere creer", añadía Zelizer. "Y eso él lo sabe".

Con todo, y como se ha visto, la suya es una práctica peligrosa que puede tener consecuencias inesperadas o, incluso, contraproducentes. Que Trump está consiguiendo toda una serie de logros es innegable. Ahora bien: un negociador experimentado debería tratar de medir las consecuencias no solo de lo que hace sino también de lo que dice... y nadie sabe con certeza si el 47º presidente de Estados Unidos lo está haciendo.

"Las bolsas están cayendo, Rusia no parece dispuesta a jugar según las reglas de Trump, Polonia ha anunciado abiertamente que podría convertirse en una potencia nuclear... Las ambiciones de Trump parecen estar chocando con la realidad", escribía hace unos días en sus redes sociales un analista especializado en política exterior y con amplia trayectoria en varios think tanks llamado Ulrich Speck. "En lugar de moldear la realidad según sus ideas, está desatando unas dinámicas que no va a poder controlar".

Dicho de forma más poética, o sea en palabras del teniente general Mark Hertling: "La confianza se gana gota a gota, pero se pierde a raudales".