Un soldado ucraniano junto a un obús autopropulsado en el frente de Bakhmut.

Un soldado ucraniano junto a un obús autopropulsado en el frente de Bakhmut. Reuters

Mundo

Kiev juega su última baza: sólo el éxito de su ofensiva de primavera evitará la negociación con Rusia

Ucrania necesita mandar el mensaje de que Rusia puede ser derrotada para mantener las ayudas de Occidente. 

13 abril, 2023 02:42

El pasado viernes 7 de abril, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski se veía obligado a insistir en que “el orden solo llegará cuando la bandera de Ucrania ondee en Crimea”. Respondía así a los comentarios de Lula da Silva, aliado comercial de Rusia y China, quien había declarado veinticuatro horas antes que el final de la guerra sería negociado y que probablemente exigiría algún tipo de cesión territorial por parte de Ucrania, especialmente en lo que respectaba a la península ocupada desde 2014 por Rusia.

Las declaraciones de Lula llegaban acompañadas, además, por unas extrañas afirmaciones de Andriy Sibiha, jefe adjunto de la Oficina del Presidente ucraniano en el Financial Times. Sibiha se mostraba abierto a negociar una paz cuando sus tropas llegaran a la frontera con Crimea y, aunque no excluía explícitamente a la península de sus reivindicaciones territoriales, su comentario sirvió de gasolina para los que defienden una paz por territorios. Esto no gustó en absoluto a Zelenski, quien siempre ha negado esa posibilidad y ha abogado por una victoria completa, sin cesiones de ningún tipo.

El problema que tienen Zelenski y Ucrania es que para conseguir ese objetivo necesitan del apoyo de la comunidad internacional. Sin el envío de armas de Occidente y sin sus ayudas económicas y materiales, Ucrania tendría problemas no ya para recuperar el terreno perdido en la ofensiva rusa de principios de 2022, sino para conservar todos aquellos territorios que heroicamente ha ido defendiendo durante estos casi catorce meses de guerra.

[Margarita Robles confirma que los Leopard llegarán a Ucrania antes de que acabe el mes de abril]

En ese sentido, Kiev sabe que necesita un golpe de efecto que sea inmediato. Tiene que mandar al mundo el mensaje de que Rusia, efectivamente, puede ser derrotada en el frente de batalla, como ya lo fue en Járkov o en Jersón el otoño pasado.

Más allá de lo que reflejen los supuestos papeles filtrados del Pentágono, está claro que Estados Unidos no las tiene todas consigo y que ambas administraciones han divergido en su estrategia a la hora de defender Bakhmut y preparar la famosa contraofensiva. Si las cosas salen mal en los próximos meses, probablemente Washington lance algún tipo de ultimátum que Zelenski solo podrá aceptar.

Soldados ucranianos en Bakhmut.

Soldados ucranianos en Bakhmut. Reuters

Sensación de urgencia

Eso, al menos, creen en Ucrania, según apunta el diario The Washington Post en su edición de este miércoles. El prestigioso diario estadounidense relata los esfuerzos de las tropas ucranianas por encontrar un punto débil en las defensas rusas por donde poder empezar un contraataque.

En el artículo publicado, se narra la urgencia con la que Kiev vive el momento, se incide en los problemas de armamento que tiene ahora mismo el ejército local, se apunta la enorme dificultad de romper líneas en un escenario tan igualado… aunque se concede la esperanza de un posible hundimiento ruso provocado por la escasa formación de sus tropas y su bajísima moral de combate.

El Washington Post, apelando a fuentes desplegadas sobre el terreno, señala que la contraofensiva de primavera se sigue retrasando por cuestiones meteorológicas y de escasez de municiones, pero recalca la intención del gobierno de Zelenski de lanzar un ataque que haga recuperar el mayor territorio posible, casi al precio que sea.

Los testimonios de varios soldados en el frente del Donbás muestran su preocupación por el retraso, pues facilita que los rusos fortifiquen sus posiciones y eso complique aún más un posible ataque. A esta circunstancia, hay que sumarle la presumible llegada de más de cien mil nuevos soldados de remplazo procedentes de la última leva ordenada por Moscú.

Campaña de alistamiento en Moscú.

Campaña de alistamiento en Moscú. Reuters

Devolver a Rusia a sus fronteras del 22 de febrero en el Donbás y recuperar el sur de Zaporiyia y Jersón, así como el puerto clave de Mariúpol, dejarían a Ucrania en una posición inmejorable a la hora de decidir su futuro.

Por el contrario, si la contraofensiva de primavera resulta tan ineficaz como la cacareada ofensiva rusa de invierno, que apenas ha servido para conquistar la mitad de una Bakhmut en ruinas, la presión externa sería insoportable, aunque nadie sepa aún muy bien cómo hacer que las posiciones maximalistas de Putin encajen en el derecho internacional.

La baza de Crimea

En todo este puzle, Crimea aparece como gran clave. Lula no hablaba por hablar, desde luego. Fuera de Rusia, existe el convencimiento de que Putin podría aceptar una retirada de tropas siempre que Zelenski reconociera Crimea como territorio ruso.

Parece una opción lógica. Al fin y al cabo, Crimea es la niña de los ojos del autócrata: no solo corrió a visitar el puente del Kerch cuando explotaron sus cimientos, sino que el Kremlin ha dejado claro que un ataque sobre la península implicaría el uso de armas nucleares, algo que no ha hecho en Jersón ni en Zaporiyia, pese a anexionarse unilateralmente ambas regiones el pasado mes de septiembre.

Ahora bien, puede que todas estas suposiciones occidentales formen parte del pensamiento mágico que aún rodea en el extranjero a la figura de Vladimir Putin. Ni el presidente ruso ni su entorno han dejado entrever que Rusia vaya a conformarse con un acuerdo así.

Soldados ucranianos en Bakhmut este miércoles.

Soldados ucranianos en Bakhmut este miércoles. Reuters

Uno no se mete en una guerra que le ha costado ya entre cincuenta y cien mil vidas más unos gastos económicos devastadores para que le reconozcan algo que ya considera suyo y que, en la práctica, lleva nueve años funcionando como una provincia más.

La palabra “negociación” siempre es tramposa, pero más aún cuando se utiliza para apaciguar a trileros. En Ucrania, saben que una negociación de paz por territorios, algo parecido a lo que se hizo en Minsk en 2015, no servirá para nada.

Son conscientes de que tarde o temprano habrá otro intento de atacar su independencia territorial y por eso entienden que las fronteras de 2014 no sirven de nada. Consideran que la constante amenaza nuclear no es más que un farol para disuadir a Occidente y, en cualquier caso, exigen que se respete su derecho a decidir la reparación ante la agresión recibida.

Sobre el papel, todo suena bien. Zelenski se limita a presentarnos el mundo como debería ser. Otra cosa es lo que decidan al final sus aliados, sea por temor a un apocalipsis o por una mera cuestión de gestión de recursos. Nadie quiere una guerra que dure años y años, sobre todo mientras haya que financiar a una de las dos partes. Es egoísta, pero es humano. Ucrania siente que tiene meses para demostrar que la justicia puede imponerse sin atajos. De ahí, la ansiedad. Hasta el momento, ha cumplido con creces. Llega la hora de volver a asombrar al mundo.