Putin el pasado lunes en el Kremlin.

Putin el pasado lunes en el Kremlin. Reuters

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Por qué Putin tiene tanto interés en negociar una salida pactada tras invadir Ucrania

Delegaciones de ambos países se reunirán en la ciudad bielorrusa de Gómel para dialogar e intentar encontrar un punto en común que detenga la guerra. 

28 febrero, 2022 02:09

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El análisis de una guerra en tiempo real, como si fuera una partida de videojuego, corre el riesgo de infravalorar cuestiones clave y ajenas al cronista: el cansancio, las noches sin dormir, la tensión… los días que pasan y la capacidad de resistencia de ambos bandos más allá del número de tropas, el de tanques, el de misiles antiaéreos… Un avance puntual puede abrir el paso a un ataque sin piedad sobre determinada zona. Un fallo en la cadena de suministros puede dejar a los atacantes aislados, rendidos, perdidos en tierra ajena.

Todo lo que se comenta desde la distancia parte de la intuición y de lo que las partes nos dejan saber. Así, durante las primeras veinticuatro horas de invasión, todo apuntaba a una superioridad rusa tal que la guerra estaba condenada a durar días: las fuerzas anfibias desembarcando en Odesa, el Donbás tomado, la pinza sobre Mariúpol, la conquista de la zona de exclusión de Chernobyl y el camino expedito hacia una capital, Kiev, en la que las bombas no dejaban de caer y los cazas rusos campaban a sus anchas por las noches.

Era el escenario típico de una "guerra relámpago", empezada desde cuatro frentes distintos, con el apoyo siempre implícito de Bielorrusia y una contundencia militar que recordaba a lo sucedido en 2014. El mundo se estremecía ante la posibilidad de una victoria tan fácil de Vladimir Putin que le animara a seguir su instinto imperialista y le llevara a Moldavia, a Estonia, a Letonia o a Lituania. Tal fue el estremecimiento, que la comunidad internacional reaccionó de la mejor manera que supo y eso, junto a la heroica resistencia ucraniana, parece estar dándole la vuelta a una situación aún confusa.

Si desde el principio quedaba poco claro por qué Vladimir Putin se metía en una guerra con tan poco que ganar -Ucrania nunca formará parte de la OTAN, no hay amenaza real alguna para Rusia más allá de la imaginación de su presidente-, la reacción del ejército ucraniano sobre el terreno, causando miles de muertos entre los rusos, y la reacción de Occidente, aislando en la práctica a un país cuyo progreso económico y cuya influencia mundial en las últimas dos décadas no se ha basado, como quizá Putin crea, en su dominio militar sino en su capacidad comercial, ha puesto más en relieve si cabe el grado de insensatez de esta guerra.

Putin, cada vez más solo

En poco más de 24 horas, hemos sabido que varios países -Holanda, Alemania, Suecia, Polonia…- están dispuestos a ayudar con armas a Ucrania. La Unión Europea, junto a Japón, Estados Unidos, Reino Unido y Canadá han acordado apartar del sistema SWIFT de transferencias bancarias a una serie de entidades rusas, condenándolas a ellas y a sus clientes a algo parecido a la autarquía. Incluso el propio Donald Trump ha cedido a la presión de la opinión pública estadounidense, condenando sin matices la invasión, aunque culpando por arte de magia a Joe Biden de la misma.

China se resiste a prestar su apoyo público, básicamente porque a China no le ha tenido que hacer ninguna gracia que, lo que podía limitarse a una anexión parcial de territorios muy concretos (Donetsk, Luhask y las regiones prorrusas de la costa del Mar Negro y el Mar de Azov) se haya convertido en un ataque total a la integridad territorial de un estado. Xi Jinping y Putin tienen muchos puntos en común, pero la política internacional de China se basa en el respeto a esa integridad territorial… básicamente porque es un estado formado por muy variadas naciones y no le interesa que nadie agite el avispero.

El único apoyo de Putin cinco días después de haber iniciado unilateralmente el conflicto es su fiel Alexander Lukashenko. El dictador bielorruso sacó este domingo adelante un cambio en la constitución que permite en la práctica al ejército ruso quedarse en el país todo lo que se le antoje e incluso desplegar misiles nucleares si así lo cree conveniente. Recordemos que, además de con Ucrania, Bielorrusia comparte frontera con Letonia, Lituania y Polonia, tres estados pertenecientes a la OTAN.

Vladímir Putin, presidente de Rusia.

Vladímir Putin, presidente de Rusia.

Una tregua necesaria 

Frenado en lo militar, hostigado en lo económico y aislado en lo diplomático, Putin se enfrenta también a las críticas internas. A lo largo de su mandato, todo hay que decirlo, las ha sabido manejar muy bien. No hay muchos que puedan presumir de haberse enfrentado a Putin y haber sobrevivido en libertad. Sin embargo, el número de poderosos millonarios rusos, miembros de la oligarquía que gobierna de facto el país, que se están manifestando públicamente en contra de la guerra por el terrible daño que puede hacer en sus finanzas no deja de crecer.

Poco acostumbrado a que sus planes salgan mal, el presidente ruso ha dado este domingo dos señales casi contradictorias y que hacen pensar en un cambio de estrategia. Como decíamos antes, a menudo los analistas confundimos los deseos con la realidad y entrevemos cosas que no existen, pero no parece normal que, a la vez que sigues bombardeando un país y alertas de que estás preparando tu arsenal nuclear disuasorio por si es necesario utilizarlo, mandes una delegación a negociar un acuerdo de paz. Algo tiene que haberte ido muy mal para optar por una amenaza tan extrema a estas alturas -cinco días, recordemos- de la guerra y a la vez, por si acaso, ver si puedes guardar la ropa.

mapa_ucrania

mapa_ucrania

Por supuesto, puede que todo forme parte de una estrategia común: te amenazo con armas nucleares en público y luego lo hago en privado, en la frontera con Bielorrusia. Y tú sabrás lo que haces. Algo, sin embargo, ha debido de ver el presidente Zelenski para aceptar el encuentro horas después de rechazar al país de Lukashenko (con bastante sentido) como lugar de encuentro. O algo quiere ver, como nos sucede a nosotros. No hay que olvidar que el coste de esta guerra para Rusia está siendo inmenso, sí, pero Ucrania es la que está poniendo los puentes derrumbados, las infraestructuras bombardeadas, el pánico de los civiles y la gran mayoría de los muertos. No solo eso, sino que todo lo que ha ocupado el ejército ruso ya no va a volver. Y no es poco.

Zelenski necesita una tregua tanto como la necesita Putin. La adrenalina de los primeros días pasa pronto y por eso los grandes ejércitos acaban venciendo casi siempre. Solo con heroísmo, se aguanta lo que se aguanta. Lo lógico es que a esta primera negociación le siga alguna más. Que Rusia vaya conformándose con lo que ha ido ganando… y que Ucrania se dé cuenta de que su situación es a largo plazo insostenible. Salvo que algo pase, claro, algo como una movilización decidida de la comunidad internacional que haga soñar a Ucrania con una victoria rotunda en forma de retirada total de las tropas rusas.

Un bombardeo en Ucrania.

Un bombardeo en Ucrania.

La amenaza nuclear 

En ello tendría mucho que ver el mencionado paso al vacío de Putin con la amenaza nuclear. Es lógico, hasta cierto punto, que una potencia nuclear recuerde que lo es cuando entra en conflicto. No lo es tanto que lo haga tan pronto y de forma tan desproporcionada. Suena a desesperación, lo que no es necesariamente algo positivo. Un Putin desesperado da bastante miedo, pero aun así tiene que saber que el uso de armas nucleares supondría un antes y un después en la historia de la humanidad y que no hay manera en la que pueda salir beneficiado de esa situación.

Si Putin utilizara misiles nucleares para forzar una paz beneficiosa en Ucrania, no se enfrentaría a sanciones ni a guerras frías. Se enfrentaría a una III Guerra Mundial de la que sabemos desde hace décadas que no puede haber vencedor. Hay que entenderlo, por tanto, como una bravuconada, incluso viniendo de donde viene. Una bravuconada que, por cierto, no hace sino empeorar su posición diplomática. Volvemos aquí a China. Con las puertas de Occidente totalmente cerradas, Xi Jinping es la única esperanza comercial de Putin. Y no está nada claro que a Xi Jinping le hagan gracia esos excesos en un país con el que comparte cinco mil kilómetros de frontera.

Invadir un país de más de cuarenta millones de habitantes y una extensión superior a la de Francia o España no puede ser cosa de una semana, aunque por un momento lo pareciera. Ahora bien, a partir de la semana y sin avances claros, la situación tiende a estancarse y a envilecerse. Rusia necesita una victoria inmediata o una paz que le ayude a salvar los muebles. Se ha metido en Ucrania soñando con un paseo en medio de la pasividad occidental y se ha encontrado con una resistencia inesperada. Putin sabrá si le merece la pena seguir cavando en el agujero a ver si encuentra agua o salir cuanto antes de la conejera.