Un talibán en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul.

Un talibán en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul. Reuters

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Los talibanes sumergen a Afganistán en la desinformación con la CNN de señuelo

Los talibanes tendrán pronto un país sin prensa porque les viene bien el silencio y se les da mejor que las relaciones públicas.

22 agosto, 2021 02:49

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Clarissa Ward aterrizó en la madrugada española del viernes al sábado en el aeropuerto de Doha. En el tuit en el que anunciaba su llegada, añadía: “Somos los afortunados”. Desde luego. Catar lleva una semana recibiendo refugiados afganos y mayoritariamente occidentales. O, por ponerlo de otra manera, evacuados occidentales y aquellos afganos que podían demostrar su vinculación con empresas europeas o estadounidenses, con el riesgo que eso suponía para su vida bajo el nuevo régimen talibán.

Muchos otros siguen en el aeropuerto de Kabul, pero ya no está Ward para contarlo. Por supuesto, la jefa de internacional de la cadena CNN, enviada especial a la capital afgana, no puso sobre aviso a nadie de su marcha. Se entiende que tanto ella como su cadena veían un riesgo en ello. Ward lleva todos estos días jugándose la vida documentando con imágenes la situación en Kabul o, más bien, en los alrededores del aeropuerto de Kabul. Hostigada a menudo por multitudes, tanto para mostrarle su rechazo como para pedirle ayuda, Ward se convirtió no ya en un fenómeno estadounidense sino mundial: al igual que pasara en la primera Guerra del Golfo, allá por enero de 1991, la CNN había conseguido ser la única cadena con permiso para rodar imágenes y emitirlas.

En tiempos de redes sociales, esto quiere decir que las imágenes de Ward han dado la vuelta al mundo y han mostrado una determinada imagen de Kabul. ¿Qué imagen? Obviamente, la que los talibanes estaban dispuestos a admitir: vaya caos ha montado Estados Unidos, vaya desastre de retirada, aquí no se aclara nadie. Esto no es una crítica ni siquiera velada a Ward, que hizo lo que pudo y que en cualquier momento pudo cruzarse con un loco armado con un AK47 que decidiera que primero disparaba y luego pedía papeles. Esto, simplemente, es una realidad: la desinformación que los talibanes ansían para Afganistán empieza por los relatos confusos… y el de la CNN era uno de ellos.

A escasos días del apagón total 

¿Por qué era confuso? Porque no era completo. Si uno veía los vídeos de Clarissa Ward, veía, de entrada, a una mujer. Una mujer tapada de arriba abajo, de acuerdo, a la que se le exigía que se cubriera también la cara cuando hablara con hombres… pero una mujer, al fin y al cabo. Es difícil medir la tragedia que se viene para millones de mujeres afganas, sometidas por completo a una ley islámica que no les concede el estatus de ciudadanas y apenas de seres humanos, cuando se ve a Ward en la tele caminar con cierta libertad por la ciudad, informar a la cámara y hacer preguntas a través de sus “fixers” y sus traductores.

Ward era, de algún modo, el señuelo que los talibanes usaban para mostrar al mundo que lo suyo tampoco era para tanto. Por eso tenía los papeles y las autorizaciones. Por eso, los guardias bajaban los fusiles cuando se encontraban con ella. Sin ninguna intención por su parte, Ward dulcificaba la realidad, mostrándonos una Kabul caótica pero no infernal. Sabía que tenía sus límites, que tenía que respetarlos y que, después de todo, lo mejor era salir de ahí cuanto antes, porque tarde o temprano alguien iba a decirle: “No garantizamos tu seguridad” y lo mismo entonces no había avión al que subirse.

El portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, en una rueda de prensa.

El portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, en una rueda de prensa.

La marcha de Ward nos deja sin imágenes de Kabul, pero al menos acaba con todos los eufemismos. La situación es tan grave como parecía que iba a ser. Pronto empezarán de nuevo las lapidaciones, empezarán las ejecuciones públicas y no habrá nadie para contarlo. Nadie occidental, desde luego. Vídeos furtivos de teléfonos móviles y poco más. Testimonios de valientes que hayan conseguido quedarse. Durante un tiempo, Afganistán pareció más un parque temático que un país en guerra, con insensatos viajando a Kabul para hacer desde ahí su streaming en Twitch.

Cuando todo el mundo es un colaboracionista

El objetivo, pues, es la desinformación en su sentido más literal: la ausencia absoluta de información. A los talibanes les viene bien el silencio, se les da mejor que las relaciones públicas. Lo han intentado, han dado sus ruedas de prensa, han tolerado a la CNN… pero todo tiene su límite. Tendrán que aprender, ojo, si quieren una cierta continuidad. Sus aliados se lo exigirán para no mancharse ellos también las manos de sangre, pero otra cosa es que finalmente lo consigan. Cuando te empeñas en representar al horror sobre la tierra, es complicado andarte con matices.

Los talibanes tendrán pronto un país sin prensa. O sin prensa no oficial, que viene a ser lo mismo. Aquí se juntan dos puntos complejos y terribles: no es ya que se acabe un oficio o que se acabe un derecho, es que se acaba con quien lo ejerce. Durante todos estos años de presencia internacional masiva en Afganistán, los periodistas locales han colaborado activamente con los extranjeros. Los han ayudado en sus reportajes, les han solucionado problemas, los han guiado para evitar dentro de lo posible los atentados indiscriminados contra la población civil.

Urge sacar a todos los colaboradores de ahí y, sencillamente, no hay infraestructura para ello. Afganistán es ahora mismo una ratonera con un único agujero de salida y ese agujero se va cerrando poco a poco. El New York Times publicaba esta semana un artículo en el que narraba la odisea que habían pasado para sacar del país a doscientos trabajadores vinculados de una manera o de otra con su periódico, el Wall Street Journal y The Washington Post. Lo consiguieron gracias a Catar, árbitro de todas las contiendas, país que lo mismo refugia en palacios a los talibanes que permite una base militar estadounidense. Como diría Clarissa Ward, ellos son “los afortunados”.

Clarissa Ward, la periodista que se jugó la vida en Kabul para informar sobre la ocupación talibán.

Clarissa Ward, la periodista que se jugó la vida en Kabul para informar sobre la ocupación talibán. Clarissa Ward

En el corazón de las tinieblas

En ese mismo artículo, John Lippman, responsable de programación de la cadena nacional de radio VOA (Voice of America) afirmaba: “Cubriremos la actualidad de Afganistán aunque sea fuera de Afganistán”. Es una buena declaración de intenciones pero lo cierto es que no lo harán. Vienen semanas y meses duros para los que se quedan. Vienen semanas y meses en los que una madrugada aparecerá una milicia talibán y se los llevarán junto a sus familias y no se volverá a saber de ellos. Entonces, el medio occidental de turno protestará públicamente un día, dos días… pero esos meses pasarán y con sus muertes llegará el olvido y los publirreportajes de Al-Yazeera, cadena de televisión, por cierto, con sede en Doha.

Nadie se atreverá a entrar en Afganistán y a nadie le importará como a nadie le importó de 1995 a 2001. Un par de peticiones de firmas en Change.org, un grito unánime de condena ante las violaciones y los asesinatos masivos que se filtrarán ocasionalmente y poco más. Cuando desaparece el periodismo, empieza la impunidad. Tampoco sabemos qué pasará con todos los que están llegando al emirato. No hay sitio para todos y las autoridades ya lo están empezando a hacer saber. Los periodistas occidentales volverán a su país, pero ¿a qué país volverán los traductores, los cocineros, los confidentes…? Catar no se los va a quedar y el debate al respecto en Europa suele conducir a la inacción.

En antes y el después de las periodistas en Afganistán tras la llegada de los talibanes

En antes y el después de las periodistas en Afganistán tras la llegada de los talibanes

Mientras tanto, parece que el circo mediático va cambiando de sede. Un par de días antes de la marcha de Clarissa Ward, había abandonado el país otro rostro icónico de la información internacional, Roxana Saberi, de la cadena CBS. Saberi no tenía suficiente protección para andar por las calles entrevistando gente, así que retransmitía sus crónicas por Zoom hasta que incluso eso se hizo demasiado peligroso. Ahora, sin burkas, sin abayas, con un aspecto incluso veraniego, retransmite desde Doha. “Informar de Afganistán fuera de Afganistán”. No, eso no es posible. Para hablar de las tinieblas, para entender lo que son las tinieblas en la vida de la gente, hay que adentrarse en el corazón y enloquecer por el camino ante el horror y la muerte.

El resto es periodismo, pero sobre todo es entretenimiento. No está mal porque es mejor que nada. Además, tampoco quedan más alternativas. El simulacro de que estás informando sobre algo que es real. El simulacro de creerte esa información. Para CNN, Clarissa Ward, Doha. Para CBS, Roxana Saberi, Doha. Un día de estos se les cuela Xavi Hernández en el directo. Cubiertos sus objetivos militares a toda velocidad, los talibanes se están tomando un poco más de tiempo en cubrir los civiles. Pero lo irán haciendo, tampoco tienen prisa. Llevan veinte años planeando la venganza y promete ser terrible y opaca, como siempre ha sido.