Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida;
de un Málaga sin empeño,
que sufriendo empata o pierde
dejando caras partidas
entre la afición que anhela
con coraje y corazón
regresar pronto a primera,
donde vive la ilusión.

Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenen mi soñar,
de clases y profesores,
de apuntes y anhelos nuevos
desde la universidad

que recupera al alumno
que a Medicina se enfrenta,
los que quizá en el futuro
tumbarán a otra pandemia,

los que estudian para ser
quienes le den a Josefa
el beso que su José
le robó tras de una reja

y no puede recordar
porque el Alzheimer no quiere.
José la mira, sin más,
y aquel beso no se muere.

Porque el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar,
nada perturba, nada destruye
al ínclito Juan Cassá.

Tiene Málaga un coleta
que es más listo que el marqués
de Galapagar, de quien
nadie se acuerda siquiera.

Con su talento infinito
de Ciudadano del mundo,
maestro de Cortadillo
y Rinconete con puro,

el trilero sin desdicha
campando va sus respetos.
¡Qué quieres que diga, picha,
óle Juan, óle tus huevos!

Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Madrugón falto de incienso,
de alba y de sueños viejos
con lágrimas por mis ojos.

Como se abraza al amigo
tras la ausencia dolorida,
como se abraza la vida
a los sueños que contigo

abrigaron tu niñez,
tus primeros despertares,
Málaga volvió a volver
rezando a sus titulares.

El Verbo Encarnado reina
sobre los muertos y vivos.
Su madre, de blanco, sueña
y su padre está Cautivo.

Guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón:
volver a volver a sentirnos libres
y a robarte, Málaga, el soplo de tu voz.