ANA ROMERO ANA I. GRACIA

Jorge Dezcallar y José María Aznar no se ponen de acuerdo.  Cada uno mantiene una versión distinta de lo que ocurrió tras el atentado del 11-M, y ambos las exponen en sendos libros. Aznar lo hizo en 2013 en El compromiso del poder (Planeta) y Dezcallar ahora en Valió la pena (península).  Hay dos días, el 13 y el 16 de marzo, en los que los relatos difieren especialmente.  

Según la versión del presidente sobre el 13 de marzo, Jorge Dezcallar un informe “personal, no clasificado” sobre su versión personal “con el análisis sobre el atentado y la cuestión de la autoría”. El propio José María Aznar asegura que pidió al exdirector del CNI dicho informe nada más suceder los atentados. Según el testimonio del expresidente, el informe que supuestamente le entregó el sábado de reflexión Dezcallar decía textualmente: “No estamos en condiciones de respaldar o rechazar ninguna de las dos alternativas en presencia. Ni antes ni después del atentado se ha detectado absolutamente nada ni dentro ni fuera de España que pudiera indicar una preparación o satisfacción por lo que ha ocurrido. El silencio es total, como atestiguan todos los contactos mantenidos con los servicios de Inteligencia de nuestro entorno o el mundo árabe. Nadie ha detectado nada, ni antes ni después”.

El 16 de marzo, dos días después de que el PP perdiera las elecciones, Aznar desclasifica los papeles del CNI desde el mismo día del atentado; pide autorización al juez para el conocimiento de las escuchas autorizadas judicialmente y valora todo el proceso de toma de decisiones e información del ministerio del Interior: “No voy a aceptar que se mancille el honor del Gobierno ni el mío. Para eso es preciso reaccionar”.

Sobre el 13 de marzo, Dezcallar escribe: "Para mí, ese sábado fue muy triste porque me sentí engañado y manipulado “por los míos”. Ocurrió así: a primera hora de la tarde recibí un informe de un servicio de inteligencia europeo con una pista sobre un grupo islamista que me pareció que podía ser importante, así que llamé al ministro Acebes para pedirle que que me recibiera con urgencia”.

En su entrevista con EL ESPAÑOL que él “no recuerda” el momento en el que pudo haberle enviado ese documento al que hace mención Aznar. Afirma que si es del CNI tiene que ser clasificado, y que si es personal entonces tiene que ser una carta. “Yo no llevé ningún papel del CNI”, señala. “Lo que sí puedo afirmar es que al día siguiente le dije al presidente que no me preguntara, que me había quedado fuera de la investigación”.

En cuanto a la desclasificación de los informes del CNI a lo largo de esos tres días Dezcallar explica en el libro que se trató de una decisión de Aznar. “El presidente Aznar no quería pasar a la historia como el mentiroso que pintaba el PSOE (…) Para evitarlo, alguien le aconsejó publicar de forma selectiva algunas notas del CNIy no otras, tachando además ciertos párrafos, de manera que lo que vió la luz parecía hacernos responsables de que el Gobierno insistiera hasta el final en culpar a ETA de los atentados”.

Este martes,  Dezcallar dejó Mallorca por un día y vino a Madrid a presentar su libro.  Sigue como siempre: con pinta de pincel recién salido de la ducha e impecable como el pañuelo que emerge del bolsillo de su chaqueta. No han han hecho mella en él las arrugas-  ni por dentro ni por fuera. No hay sombra de esos 70 años que cumple dentro de un mes ni de esas dentelladas que dice haber sufrido de la España cainita.

Haber sido uno de los diplomáticos más brillantes de la democracia -11 años al frente de la dirección general de Africa del Norte y Oriente Medio; gestor político del ministerio o embajador en Marruecos- no le sirvió de escudo protector: hizo pasillos con el PSOE y con el PP. La última vez, tras la victoria de Mariano Rajoy en noviembre de 2011. Cuatro años tuvo que adelantar su jubilación porque el ministro Margallo no encontró sitio para él en ningún lugar del mundo para el que entonces era embajador en Washington.

“No soy ni de unos, ni de otros. Soy independiente”, explica el día que sale a la venta su primer libro, Valió la pena (Península), un documento inédito en nuestro país: por primera vez, un ex jefe de los servicios de inteligencia se lanza a desvelar el engaño “masivo” del que fue objeto por parte de un Gobierno en un momento particularmente duro, con 191 cadáveres sobre la mesa.

Dezcallar no quiere que el 11-M marque una carrera de servicio a España que comenzó a los 25 años. Este libro se lo debe, dice, a su familia. También reconoce que fue un “elemento esencial” el segundo tomo de las memorias de Aznar aparecido en 2013. En él, el ex presidente del Gobierno se refiere al informe Dezcallar hecho público dos días del atentado y vierte sobre él la responsabilidad de lo que él considera un “uso partidista” del atentado terrorista.

Valió la pena tiene dos partes muy señaladas. Hay una claramente ligera de recuerdos diplomáticos como los líos logísticos vividos con el inefable Chencho Arias o el embarazoso incidente del bailaor de Hassan II: “Responde a mi deseo de explicar por qué me hice diplomático”. La segunda (capítulos 8 y 9) es oscura como lo fueron los acontecimientos desde su llegada al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en junio de 2011: el 11-S, los informes sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, el asesinato de siete agentes del CNI en Irak. Y así hasta el terrible día 11 de marzo.

Ahí está el "leitmotiv" de la obra: “El libro de Aznar me hizo pensar que yo tenía una obligación con mi familia, conmigo y con el centro que he dirigido en contar cómo vi yo las cosas por dentro, honradamente, desde un punto de vista absolutamente independiente y dar mi visión que es importante porque se están contando muchas medias verdades que están desfigurando la realidad”.

Sin ese volumen de Aznar, quizá se hubiera sentido suficientemente resarcido con la intervención del rey Juan Carlos cuatro años después del 11-M, cuando él ya estaba felizmente trabajando en Repsol y no tenía ninguna intención de regresar a la carrera: “A mi el Rey cuando me llama para ir a Washington, porque es él el que me llama, y me dice: ´Jorge yo quiero que tú vayas Washington porque este país no se ha portado bien contigo, y yo quiero que se te reconozca públicamente tu trabajo´.”

Esta intervención real no está contada en el libro, como tampoco está relatado que Don Juan Carlos quiso que él se quedara al frente del CNI cuando Zapatero llegó al poder. Bono amenazó con dimitir si Dezcallar permanecía, y de nuevo fue el Rey el que llamó para advertirle de que iban a cesarlo.


Dezcallar quiere ahora destacarlo: “Eso fue bonito por su parte”. Pero no suficiente. El libro Valió la pena es un duro "J´accuse" contra la acción de Aznar y su Gobierno esos tres días aciagos de 2004. Dezcallar asume su parte de culpa: “El CNI no vio venir el 11-M como al CIA no vio el 11-S, y tiene muchos más medios que nosotros”. Pero quiere que los demás también lo hagan.

¿No ha sido revisado por el CNI?
“Yo no le he pasado este libro absolutamente a nadie antes de publicar, ni siquiera a mi mujer, porque no quiero que nadie sea responsable de nada”. Como jubilado, explica, no tiene la obligación de los funcionarios en activo: “No cuento secretos oficiales. Entiendo que un secreto oficial es aquello que afecta al funcionamiento del servicio: a los agentes, a los informadores, a los objetivos, pero el que me hagan a mi una faena no es un secreto oficial. Conmigo se portaron muy mal”.

Hace unos días envió una carta de cortesía al actual director del CNI, Félix Sanz Roldán, y nada más. A Aznar, del que no pudo, dice, ni despedirse, tampoco lo ha llamado. “Nuestra relación no era buena. Luego le he visto, y me he puesto a su disposición, pero nunca nos hemos ido a comer juntos. Porque él no ha querido. Le mandé una carta de despedida que tampoco me contestó”.

¿Le faltó arrojo para dimitir en esos días?
Por ejemplo, el sábado 13 de marzo cuando, harto de ser ninguneado, se autoinvita a una reunión con Ángel Acebes y su número dos, Ignacio Astarloa, en Interior: “Es posible. Ese día, cuando vengo de la conversación con Astarloa, tengo seis llamadas de (Alfredo) Timmermans -portavoz de Moncloa- para que salga en televisión. Le contesté así, en voz muy alta: ´Dile al presidente que mi obligación no es salir en televisión, y que no lo voy a hacer´.

A la sexta vez que me llama, le digo haré un comunicado (descafeinado en el que no descarta ninguna de las dos líneas de investigación, ni la de ETA ni la islamista). Eso efectivamente no complace ni a tirios ni troyanos. Pero que me hagan eso sin decirme que ya estaban detenidos (los indios que vendieron las tarjetas de los móviles( no tiene nombre. Si lo llego a saber, no habría emitido ese comunicado”.

Ese día fue el determinante, pero Dezcallar exlica que fue ninguneado desde el primer momento del jueves 11 de marzo. “No me invitaban a participar en las reuniones de políticos. Desde el primer momento hubo una decisión clara de marginarme. Aquella mañana (11 de marzo( yo estoy reunido con mi gente y no me avisan de esa primera reunión en Moncloa. Después hay otra en Interior y tampoco. Después la furgoneta y nada, no nos lo dicen. Mi gente se pone en contacto con Interior y les cierran la puerta”.

El infiltrado de Rubalcaba
¿Quizá por la sospecha de que era un infiltrado de Rubalcaba? “Eso es una infamia. Es exactamente igual que me pasó con el PSOE. En este país sin no estás cien por cien con unos estás con los otros. Yo tengo sentido del Estado, y eso en este país aparentemente no se lleva. Pensar que yo fui desleal al Gobierno es una injuria que no tiene ningún fundamente.

Otra cosa es que a Aznar no le gustaba lo que yo le decía. Yo empiezo a notar que mi relación con él se enfría ap artir de 2002 cuando doy una confererencia en Elcano sobre las armas de Hussein. Es una apreciación que yo tuve. Me dolía cuando él decía que no se guiaba por los informes de los servicios secretos. Se produce un distanciamiento. Me va preguntando menos. Nunca me dice lo que tengo que decir pero yo noto que no le gusta”.

¿Le da miedo dar este puñetazo encima de la mesa?
“Digo que me engañaron a mi, me sentí usado y manipulado. Pero te lo diré citando a Artigas, el padre de la independencia uruguaya: con la verdad ni ofendo ni temo. Yo cuento la verdad, yo cuento cómo lo viví yo. No tengo ningún interés político, no aspiro a nada, pero quiero que que no se cuenten cosas que no son verdad: antes de que yo dijera que había sido ETA lo habían dicho el presidente del Gobierno, el ministro del Interior y Ana Palacio se había lanzado a escribir las instrucciones de Naciones Unidas. No me echen a mi la culpa de eso. Yo acuso de que a mi me manipularon, me usaron, quisieron utilizarme para que les fuera útil en determinados fines que yo ignoro, habría que preguntárselos a ellos. Yo lo que sé es que a mí me llamaron para que dijera una cosa que, en el momento en el que me llamaron, sabían que era falsa. Yo no quiero hacerme enemigos, pero no quiero que se me eche el muerto encima”.

No me invitaban a participar en las reuniones de políticos. Desde el primer momento hubo una decisión clara de marginarme
El momento que más le dolió, y más puso en pie de guerra a su gente del centro, cuando Aznar decidió dos días después de los comicios desclasificar parcialmente el llamado informe Dezcallar en el que se sugiere la autoría de ETA. Eso, viniendo de un presidente que en 1996 cuando ganó las elecciones a Felipe González se negó a a desclasificar los famosos papeles del Cesid sobre la creación de los GAL: “No se desclasifican documentos del CNI. Nunca. El no lo ha hace para defender la seguridad del Estado. El lo hace para defender sus vergüenzas y la de los suyos. Y en el centro eso sienta muy mal. Había un malestar terrible”.

Reconoce que podía/debía quizá haber dado el golpe sobre la mesa que está dando ahora con este libro la tarde-noche del sábado 13 de marzo de 2004 después de la conversación con Astarloa. Pudo más, dice, su sentido del deber: “Había tipos con explosivos por la calle y unas elecciones generales al día siguiente. El bombazo hubiera sido tan grande. La responsabilidad era demasiado grande”. Y ante determinados acontecimientos recientes en el CNI, acaba con una sonrisa, tan perfecta como el golpe de pañuelo en su bolsillo: “Como escribo en el libro, en el centro no hay cadáveres, si acaso alguna que otra cucaracha”.