"Más recuerdos tengo yo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Eso decía el pobre Funes. Ireneo Funes nació en Uruguay, y ya de pequeño destacó por sus rarezas, como por ejemplo conocer siempre exactamente la hora que era. Pero a los 19 años la fatalidad se cebó en él y un accidente detuvo su consciencia por algún tiempo.

La sorpresa de todos fue mayúscula al contemplar que, una vez recuperado, Funes era capaz de recordar absolutamente todo. Su extraordinaria memoria almacenaba los detalles más insignificantes de cualquier situación u objeto. Es la historia de Funes el memorioso, un cuento escrito por Borges y publicado por primera vez en el periódico argentino La Nación en 1942.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges es una de las figuras más importantes de las letras, escritor, poeta, gran pensador y crítico nacido en Buenos Aires en 1899. Su imaginación, perspectiva y sabiduría han despertado en nosotros recuerdos que no nos pertenecían, una paradoja que a él le asombraba.

En el año 1944 Borges publica una colección de cuentos titulada Ficciones, que para muchos críticos de literatura está considerada como uno de los libros más influyentes de la literatura universal, y me atrevería a decir que es hoy una inspiración para el pensamiento científico.

Pero volvamos a Funes, un joven dotado de la más precisa de las memorias. En términos médicos Ireneo Funes sufriría de hipermnesia, un extraño fenómeno que impide que el cerebro olvide. No es que Funes recuerde más, es que Funes olvida menos. Todo aquello que él percibe queda anclado en su memoria, nada se desvanece.

Cuando dormimos, las zonas cerebrales más involucradas en la memoria y aprendizaje destruyen la información no relevante

El cerebro retiene las vivencias en sus circuitos neuronales, imprescindibles para nuestro buen funcionamiento. Sin memoria no hay pasado, pero tampoco habría presente ni futuro. Cada día esas redes neuronales acumulan enormes cantidades de información, algunas importantes y otras cotidianamente irrelevantes, como la temperatura del café de esta mañana. Esos recuerdos, los banales, deben ser eliminados. El principal demoledor de memorias es el paso del tiempo.

Se estima que los recuerdos desaparecen de forma exponencial, como indica la curva de Ebbinghaus, lo que supone que pasada una media hora se habría extinguido casi la mitad de información que hemos acumulado, pasada una hora solo recordaremos un veinte por ciento. Borrar recuerdos es un sistema de limpieza necesario. Hasta el mismo Funes se da cuenta de ello al definir su memoria como “un vaciadero de basuras”.

Sin embargo, el gran exterminador de esos pequeños recuerdos es el sueño. Cuando dormimos, las zonas cerebrales más involucradas en la memoria y aprendizaje, los hipocampos, destruyen aquellos circuitos neuronales que sostienen información no relevante y consolidan las memorias que van a ser utilizadas. Esto sucede durante la fase REM del sueño, momento en el que nuestros ojos se mueven de forma rápida, como repasando lo vivido. Los ojos contribuyen a la memoria, en el sueño y en vigilia.

La aniquilación y consolidación de memorias durante el sueño es un mecanismo básico de aprendizaje y por ello la calidad del sueño se relaciona con la salud cognitiva. Como intuía Borges, el insomnio altera nuestra memoria, atención y derecho al olvido. Si recordar es importante, olvidar lo es casi aún más.

Ireneo Funes no podía olvidar, recordaba todo, y con el paso del tiempo perdió la capacidad de razonar, la inteligencia para generalizar, la creatividad para abstraerse y el talento para imaginar. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. Funes había perdido la capacidad para pensar. Lo decía Borges, pensar es olvidar diferencias.