Decía Machado que no hay caminos, que el camino se hace al andar. Sin embargo, hay senderos, recorridos ya por muchos, que marcan a quienes los recorren. Uno de ellos es el Camino de Santiago. Los peregrinos caminan con el propósito de llegar a la catedral del apóstol, y sentir que han completado una etapa llena de experiencias transformadoras.

No habría habido tal aprendizaje sin el propio caminar. La corteza prefrontal, área cerebral involucrada en el control cognitivo, se favorece cuando caminamos. Si, además, lo hacemos rodeados de naturaleza, enriquecemos también las regiones neuronales que acompañan a la gestión emocional.

A pocos kilómetros de Palencia, la bella desconocida, se encuentra el pueblo de Frómista. Visita casi obligada para los peregrinos de la zona. Y ahí, coronando la plaza reina la iglesia de San Martín. Considerada el exponente más puro del arte medieval románico del siglo XI español, está dedicada a San Martín de Tours.

Adentrarse en ella es sumergirse en la armonía de una geometría perfectamente ordenada, simétrica y proporcionada. Sin embargo, su sencillez está colmada de lecciones que invitan a los visitantes de ayer y de hoy a reflexionar sobre la moral y las virtudes.

Entre los capiteles de la iglesia de Frómista se encuentra aquel que representa la fábula de la zorra y el cuervo. Cuentan que un cuervo sostenía en su pico un pedazo de queso que estaba dispuesto a engullir mientras reposaba en la rama de un árbol. Desde abajo, una zorra hambrienta contemplaba el manjar con envidia.

Capitel que representa la fábula de la zorra y el cuervo, en la iglesia románica de San Martín de Fromista en Palencia (España). Foto: Lourdes Cardenal/Wikimedia Commons

Capitel que representa la fábula de la zorra y el cuervo, en la iglesia románica de San Martín de Fromista en Palencia (España). Foto: Lourdes Cardenal/Wikimedia Commons

Con astucia la zorra comienza a elogiar el canto del cuervo, quien seducido por aquellas palabras abre el pico para cantar. El queso cae inmediatamente en la boca de la zorra. La soberbia frente a la paciencia. Ese era el dilema que este capitel ofrecía a los fieles de ayer y a los peregrinos de hoy.

La soberbia se atribuye a una deformación de la percepción del lugar que ocupamos en la sociedad que nos rodea. Está relacionada con las áreas cerebrales que se activan cuando nos sentimos parte de un grupo, por ello la soberbia y la empatía suelen ser antagónicas. La empatía no solo actúa para respetar al otro, sino para comprenderlo. El cuervo, soberbio, no supo interpretar el evidente propósito de la zorra.

Quienes expresan rasgos narcisistas presentan una reducción en la materia gris de la ínsula anterior del hemisferio izquierdo del cerebro

La empatía no solo protege al otro, sino a nosotros mismos. En este caso es la ínsula anterior del hemisferio izquierdo el área cerebral más alterada ante comportamientos soberbios. Las personas que expresan rasgos narcisistas presentan una reducción en la materia gris de esta zona.

Pero la soberbia también está relacionada con aquellas áreas neuronales involucradas en la autoconciencia, como la corteza prefrontal y su conexión con la ínsula. La sobrevaloración de nuestras virtudes afecta a la toma de decisiones, como le sucedió al cuervo, quien cegado por su imagen cedió ante su propia emoción.

El profesor Brummelman de la universidad de Ámsterdam ha estudiado este comportamiento en el cerebro humano, y concluye que ser soberbio se apoya en la insatisfacción con uno mismo. El capitel de la iglesia propondría, por tanto, la paciencia frente al orgullo. En este caso se activa el área de la corteza orbitofrontal, la zona neuronal más involucrada en la sensación de bienestar y calma. Curioso.

Ejercer la paciencia facilita la liberación de serotonina en dicha región y promueve la capacidad de regular los impulsos y la frustración. ¿Soberbia o paciencia? Si ya en la Edad Media se nos retaba a elegir entre ellas, será porque la una o la otra pueden ser cultivadas en nosotros. Como si estuviéramos dotados de la capacidad para elegir los pasos que damos. Puede que no sea en sí el camino, sino las huellas nada más.