Se cuenta que Lord George Helle fue el más perverso de aquellos que formaron parte de la corte del Regente. El número de sus perversiones hubiera llenado una lista interminable. Voraz, destructivo, mujeriego, bebedor y jugador. Pero elegante, extremadamente educado. Narcisista. En fin, un mal ejemplo para todos. Pero un buen día conoce a la bella Jenny Mere, una delicada bailarina tan buena como virtuosa. Lord George, apasionadamente enamorado le pide matrimonio, pero ella le rechaza alegando que jamás podría ser la esposa de alguien cuyo rostro no fuera el de un santo.

El birbante de Helle acude a un maestro artesano para que le fabrique una máscara que refleje bondad y honestidad. Al verse en el espejo con ella en el rostro vio el mismísimo reflejo del amor, “¡qué maravilla!”, exclamó el Lord. La señorita Here cayó rendida a sus encantos.

Disfrutaron de años de felicidad hasta que Lord George es descubierto, y se ve obligado a confesar su engaño a su amada, quien le pide que se retire la máscara. Para sorpresa de ambos, la cara de Lord George Helle se había convertido en la de la máscara.

Este es un relato escrito a finales de 1900 por Max Beerbohm, un escritor y caricaturista inglés. Beerbohm alcanzó gran fama en su época con sus dibujos donde parodiaba con cierto sarcasmo a sus contemporáneos. Su colección de Caricaturas de veinticinco caballeros, publicada en 1896, fue objeto de gran interés social. Sin embargo, sus relatos, caricaturas sobre palabras, reflejan también la condición humana.

Esta historia, titulada El farsante feliz, un cuento de hadas para hombres cansados, nos habla de las máscaras y su relación con nuestra personalidad. La palabra griega kara, hoy en día cara, es sinónimo de cabeza, o de sentir el peso de la cabeza. La expresión de la cara da cuenta de nuestra personalidad, y viceversa.

La cara es prioritaria para el cerebro. la hipótesis de la retroalimentación facial sugiere que el gesto es un aliado para migrar el estado de ánimo

En el año 1952 el fisiólogo Wilder Penfield localizó en la corteza somatosensorial las regiones del cerebro que se ocupaban de cada parte del cuerpo. Así pudo comprobar que el cerebro dota de una importancia especial a las manos y la cara. La cantidad de neuronas que se dedica a procesar las sensaciones y gestos de la cara es hasta quince veces superior al número de neuronas que gestionan la espalda. Por tanto, la cara es prioritaria para el cerebro.

Las conexiones anatómicas nos indican que la cara no solo es el espejo del alma, como tantas veces se ha dicho, sino que lo que suceda en la cara es interpretado por el cerebro. Así como cuando estamos tristes, por ejemplo, se refleja en el gesto de la cara, cuando la expresión facial adopta un gesto es interpretado por el cerebro como si estuviéramos en ese estado.

Desde los años ochenta son numerosos los experimentos que muestran cómo aquellas personas que han sido instruidas para adoptar un gesto de mal humor experimentan una sensación homóloga. Es la hipótesis de la retroalimentación facial, y nos sugiere que el gesto es también un aliado para migrar el estado de ánimo. No se trataría tanto de forzar una sonrisa, sino de pacificar el gesto.

Algo similar ocurre al observar el gesto del otro. Observar una sonrisa evoca actividades neuronales más intensas que contemplar el enfado y correlaciona con una mayor sensación de bienestar. Aparentamos lo que somos y acabamos siendo lo que aparentamos. El cerebro no parece distinguir la causalidad. Es curioso eso de que no podamos ver nuestro propio rostro si no es valiéndonos de un espejo, como dice el filólogo Mario Satz. Solo nos queda especular.