“No he de callar por más que con el dedo ya tocando la boca o ya la frente silencio avises o amenaces miedo. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que siente?”. Tenía yo poco más de veinte años cuando recité estos versos de Quevedo en una cena multitudinaria contra la dictadura celebrada en el hotel Fénix de Madrid.

Añadí que Quevedo los había depositado en la mesa de un conde-duque que encarnaba también “un célebre caudillaje”. La dictadura franquista inundó la Prensa de diatribas contra mi persona, y el Gobierno me impuso una multa abrumadora que pude pagar gracias a la colecta que pilotó Joaquín Satrústegui.

Si Quevedo hubiera vivido en la segunda mitad del siglo XX, yo habría hecho todo lo posible para que trabajara conmigo escribiendo en el ABC verdadero. Era un soberbio periodista. No sé si hubiera sido un gran director de periódico. Pero como José María Pemán en ABC, como Francisco Umbral en El Mundo, habría sido colaborador determinante con su capacidad inigualable para la invectiva y la denuncia.

Leí en su día, con nostalgia y emoción, el artículo en el que Jorge Bustos recogía una investigación de los profesores Azaustre y Rico. Algunos de los textos descubiertos parecen dirigidos por Quevedo a Pedro Sánchez.

“El torcer de tus labios, el ceño de tus ojos y la descompostura de tus movimientos: toda tu persona es culpada por lo que dicta con ademanes. No hay suceso del que no sean realce tu semblante. ¿Hacia dónde miras que no ves tu caída? ¿Cómo puedes dejar de ver que todos aborrecen más al que más obedecen? ¿No ves que los que te lisonjean acompañaron a los que derribaste y acompañarán a los que te derribaren?”.

Escribe Quevedo: “Lo que quieres es mandar en todos y que en ti no mande nadie. Y dejas que en ti manden la ambición, la vanidad, la codicia, la ira y la soberbia"

Y escribe Quevedo: “Lo que quieres es mandar en todos y que en ti no mande nadie. Y dejas que en ti manden la ambición, la vanidad, la codicia, la ira y la soberbia. Cuánto peor esclavitud es la tuya que la de otros. Tú mandas a hombres; a ti te manda la más abominable población del infierno. Seas quien fueres, acabarás. ¿De qué importancia es evitar algunos días lo que algún día será inevitable?”.

Y añade el autor de Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás dirigiéndose a Sánchez: “Contigo priva el que más te empeña en las ansias de la vanidad, el que más te facilita los riesgos, el que más te disculpa los delitos, el que mejor te califica las sinrazones, el que más llena tu codicia, el que con más variedad alimenta tus apetitos, el que más disimulado crédito finge a tus mentiras, el que más lisonjera adulación da a tus locuras, el que con chismes vestidos de consejo tiene tu corazón padeciendo borrasca, el que de gusanos vengadores te puebla las capacidades de tu conciencia. Y como solo a estos das ventaja, por esto los delincuentes te acompañan...”.

“Mira en nuestra España cuántos tienen lo que es de otros, cuántos no tienen lo que es suyo. Dices que te temen, y callas que te aborrecen, siendo cierto que todos aborrecen a quien temen. Desengáñate: es menos peligroso el miedo que todos tienen a uno que el que uno tiene a todos. Los que cuelgan de tu gusto, que dices son todos”.

“Tu dicha ha de tener día postrero, y en él todos te han de dejar: los buenos porque no fuiste bueno, y los ruines porque lo son. La lisonja del que alaba lo que haces, el silencio del que no lo vitupera, la envidia del que te aconseja que lo hagas… presto ocuparán los renglones de tu proceso. Por darte la sentencia entera, de cómplices pasarán a testigos”.

Finalmente, el gran Quevedo escribe: “Puedes decir que no lo sabes, pero no podrás decir que no lo ves. Que sus familias, sus casas, sus rentas, sus joyas te hacen testigo de vista. Si te acogieres a decir ‘yo no consentí que hurtasen’, te respondo que, por qué consientes que hayan hurtado lo que no mandas hurtar, cuando lo ves hurtado y no lo castigas, lo hurtas”.