“¿Quién es ese Cañabate que en todas partes se mete y en todas partes le dicen: Cañabate, coño, vete?”. Buen conversador, discreto crítico taurino, excelente cronista municipal, Antonio Díaz-Cañabate tenía muchos amigos y algunos feroces detractores. Mantuve con él en el ABC verdadero largas conversaciones.

Paco Umbral tenía razón y Madrid, más que un género literario, es un personaje que está vivo. Cañabate se paseaba del brazo con él. Julio Camba también lo hacía, pero desde el humor; Azorín, desde la seriedad y la belleza literaria; César González-Ruano, desde la provocación; y tantos otros encabezados por Galdós convierten a Madrid durante los siglos XIX y XX en el personaje literario que protagoniza el libro de Alfonso J. Ussía Bajo cielo (Círculo de Tiza).

Desde los lugares madrileños en los que se escucha el silencio y desde aquellos otros que no se callan nunca, el joven Ussía reverdece la mejor tradición literaria de una ciudad acosada hoy por millones de turistas que perturban su entorno.

Afirma el autor que Madrid mantiene la misma luz blanca, helada a ráfagas. Habla del Madrid engrandecido por el lápiz de Antonio Mingote, una ciudad que sabe a tequila. Del Madrid de los Umbrales y los Celas en el café Gijón. Del Madrid que tiene tanta prisa que a veces esconde lo que nos hizo mejores. Del Madrid que parece celebrar los nuevos mestizajes.

Del Madrid por el que pasea el autor en compañía de Saba, su perra labradora, desaparecidos ya todos los serenos y buena parte de los porteros. Del Madrid que dijo amargo adiós al chocolate y que mantiene la devoción por los churros de San Ginés. Del Madrid que sigue, paso a paso, las procesiones y se multiplica en la Feria del Libro tras Juan Marsé y Ana María Matute.

El autor ha vivido a fondo la grandeza y las miserias de la ciudad y se alza sobre ellas esparciendo belleza literaria en un magnífico libro

Continúa Ussía, con esa escritura de bella construcción que le caracteriza, la metáfora sobria, culta la adjetivación, repasando el Madrid de Sisi, huidiza y desamparada, también vieja, chata, huraña y lejana. El Madrid que enterró a los Rodríguez y que ha adoptado el cock como modo de vida.

El Madrid que apasionó a Ava Gardner, a Hemingway, a Francis Bacon. El Madrid, nostálgico de Pedro Chicote, que se reverdece envuelto en papel de regalo al llegar la Navidad que solo es Navidad cuando a Doña Manolita le da la gana. El Madrid de los chinos, nuevos taberneros de la ciudad, con una juventud entregada al TikTok.

El Madrid que no pasea, sino que camina entre la pena y la nada, cuando la vida no galopa, sino que se lanza al vacío, lejano ya el viaducto con sus suicidios literarios. El Madrid de las editoriales catalanas y el tsunami de los libros que convierten a la capital de España en más Barcelona que nunca. El Madrid en que los adolescentes hablan por mensaje porque no saben mirarse a los ojos.

El Madrid todavía lúcido, nocturno y eterno, refugio de los milmillonarios hispanoamericanos. El Madrid invadido por los semáforos y la epilepsia del automóvil, que expulsa a las personas normales porque ser normal es sinónimo de exclusión. El Madrid que llama bikini al sándwich mixto, aunque siempre le quedan los churros enmascarados. El Madrid en que la noche es un día más con la luz apagada.

El Madrid de lo que resta del Imperio en la plaza de Oriente. El Madrid todavía impávido, el de los toros en San Isidro donde cada tarde se enfrentan la vida y la muerte. El Madrid que acaricia el Retiro, tan pequeño ya, y la Puerta de Alcalá. El Madrid del barrio de Salamanca, envejecido y atónito. El Madrid de la Puerta del Sol, todavía erecta cuando arranca el nuevo año.

El Madrid de la Latina, con alma de fiesta, que vive al trote de la alegría y del tinto de verano. El Madrid deslumbrado por el nuevo Bernabéu que debería llamarse Estadio Florentino. El Madrid nuevo de las Tablas y las cien urbanizaciones que ciñen como un cinturón a la ciudad. El Madrid de la altiva Vallecas y la vida que mana a borbotones.

Alfonso J. Ussía, en fin, ha escrito un magnífico libro abrazado a un personaje cercano y solo: Madrid. El autor ha vivido a fondo la grandeza y las miserias de la ciudad y se alza sobre ellas esparciendo belleza literaria. Está enamorado de la capital de España y podría decir para cerrar su libro Bajo cielo: “Ay, Madrid, cuánto me dueles a veces”.