Ganó el premio Cavia siendo yo director del ABC verdadero. El día de la tradicional cena, Rafael Alberti pronunció por la tarde en el cementerio civil el discurso fúnebre por el fallecimiento de Pasionaria. Acudió luego a mi despacho y le acompañé a la biblioteca del periódico. Temblaron algunos dirigentes de ABC sobre lo que podría decir pero, ante el arracimado mundo de la cultura española, nos dedicó una emocionada pieza literaria.

En el teatrillo Pablo Neruda, que mantengo en el sótano de mi casa, estrenó el poeta La arboleda perdida teatralizada e interpretada por el gran José Luis Pellicena; y también Venus y Príapo donde la actriz Aitana Sánchez-Gijón nos emocionó a todos. Sobre las mejillas de aquel anciano de 90 años que acababa de apagar las velitas de la tarta para él preparada, navegaron las lágrimas rotas del marinero en tierra.

No voy a entrar en los debates estériles que han envenenado la herencia de Alberti. Sólo afirmaré que es mentira que el poeta fuera un pelele del alzhéimer en manos de María Asunción Mateo. Unos meses antes de morir asistí a un almuerzo en “Ora marítima”, la casa de Rafael en el Puerto de Santa María, con Marcos Ana, Gonzalo Santonja, María Asunción y su hija Marta. Rafael estaba completamente lúcido. Recitó varios poemas, la palabra encendida, y demostró una energía inagotable.

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He leído Mi vida con Alberti (Berenice) y desde la independencia que ha presidido siempre mi dilatada vida profesional, afirmo que su lectura resulta obligada para todos los que quieran conocer a fondo, tanto humana como literariamente, a Rafael Alberti. Con una escritura clara y precisa, la autora narra la larga década en la que, como esposa y compañera, permaneció al lado del poeta que sólo se escapaba para los recitales de su propia poesía con Nuria Espert, a la que mantengo en el recuerdo permanente desde que la conocí cuando tenía 18 años.

Durante una cena en casa, en compañía del pintor Manolo Rivera y su mujer, Alberti me pidió un papel grande y, sentado en mi mesa de trabajo, escribió para María Asunción Mateo un soneto, que ABC publicó y que concluía así: “Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, / que los años en mí no son hojas, son flores, / que nunca soy pasado sino siempre futuro”.

En su libro, María Asunción Mateo condensa la vida del poeta. No rehúye las referencias a María Teresa León y su memoria de la melancolía. Se refiere a la dureza del exilio, a la ausencia de España que quemaba al poeta. Explica muy bien la atracción de Rafael por la pintura. “Habría sido un gran pintor pero eligió la poesía”, decía Manolo Rivera, alfil destacado de El Paso.

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Expone la emoción del poeta cuando Montserrat Caballé y Ana Belén estrenaron La Gallarda en Sevilla. Subraya su admiración por Dámaso Alonso, por Neruda, por Juan Ramón, por Quevedo, su rechazo a Borges. Escribe María Asunción con general objetividad, a veces con dureza sobre personajes y acontecimientos. Los principales nombres de la literatura española contemporánea, de la iberoamericana, de la italiana y la francesa desfilan por el libro y lo enriquecen. Subraya su autora, por cierto, los elogios de Alberti a la poesía de Dulce María Loynaz, que yo desconocía y que no comparto.

Y vertebra el entero libro, Mi vida con Alberti, a través de las citas de Canciones para Altair, el poemario que Rafael escribió con el alma puesta en María Asunción Mateo. Conservo yo una extensa carta, de puño y letra, en la que el poeta me pide algo sobre la joven profesora de Literatura y en la que deja claro que, a pesar de la edad, más de 80 años, se había rendido al amor por ella.

Tal vez me falle la memoria, pero sobre la pared en las habitaciones privadas de Rafael en “Ora marítima”, creo recordar que figuraban unos versos de Altair: “Soñar con tus siempre apetecidas altas colinas dulces y apretadas. Y con tus manos juntas resbaladas en el monte de Venus escondidas”.