José Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, desarrolló su “idea del teatro”, que todavía remueve el mundo de la escena. Conviene no engañarse. El teatro deriva de un género literario coral. El autor de una comedia no es sólo el que la escribe, sino también las actrices y los actores, el director, el escenógrafo, el iluminador… y el público que robustece o fragiliza lo que se representa con el calor o la gelidez.

Por eso, soy poco partidario de leer teatro. Me gusta verlo representado. Nunca he escrito una línea teatral, pero seguramente muy pocos españoles han visto tanto teatro como yo… Más de 75 años acudiendo a los teatros en Europa, en Asia y en América, y sobre todo en España, me han hecho disfrutar de un género literario, siempre en crisis, siempre vivo, erizante siempre, desde Esquilo a Buero Vallejo.

Esta breve disquisición abre hoy Primera palabra porque he leído El caballero de Ambite, una obra teatral de José María García-Luján, sabio del teatro que preside en España el mundo amateur, enriquecido además por larga experiencia literaria sobre la escena.

García-Luján ha creado una obra intemporal, escrita en un lenguaje de su tiempo con arquitectura literaria ajena a lo que las nuevas generaciones exigen. Pero ha resultado interesante porque el talento literario creador de García-Luján brilla en la obra editada por Bolchiro. Ambite es un pueblo que ennoblece las viejas tierras de la Alcarria en el alfoz complutense. Como tantas ciudades españolas, la historia de Ambite está vinculada a una leyenda de amor y heroísmo.

El Caballero, “alto y altivo, guapo, pendenciero, locuaz y alegre”, se ve acosado por el Diablo que le dice: “Da dinero a un pobre, pero hazlo porque te vean darlo y disfrutaré de tu falsedad. Ayuda a un amigo, pero hazlo por interés y disfrutaré tu hipocresía. Socorre a una dama, pero hazlo con intención carnal y disfrutaré tu lujuria. Visita a un enfermo, pero hazlo para saber cómo quedará su viuda y disfrutaré tu interés y tu falsía”.

[Angélica Liddell no busca lo contemporáneo sino lo eterno]

El Caballero se cruza accidentalmente con la Dama y cae rendido de amor. Ella hace oídos sordos a lo que de él le cuentan y dice: “En mi alma misma ha entrado y ahí lo cobijo”. El Caballero decide unir su vida a la amada lejana y sola, pero antes quiere vivir una noche de juerga y desenfreno. “Y dicen que cuando la Dama regaba con la sal de sus lágrimas las raíces de la encina (de la encina milenaria que todavía alienta en Ambite), la encina contestaba a sus preguntas”. Pero el Caballero, a punto de despeñarse tras una galopada intrépida, se salva dejando la huella de la herradura en la roca.

Decide entonces viajar a Tierra Santa, participar en las Cruzadas y regresar a Ambite con un fragmento de la Cruz de Cristo. Siente que todo el pueblo lucha a su lado cuando guerrea contra los infieles. Herido por una flecha se la arrancó y en la oquedad que dejó en su cuerpo introduce la madera de la Cruz. Diez años después regresa a Ambite. Aunque el que espera desespera, allí permanece la Dama enamorada e intacta.

Cuando el Caballero le explica a ella que ha vivido un martirio de desesperanza por “no oír su voz”, la Dama le asegura que sigue enamorada pero que juró renunciar a él si la Providencia le salvaba la vida y regresaba a Ambite: “Nuestro amor se ha de sublimar y quedará para siempre en los anales de la historia del amor, tan puro como distante”.

José María García-Luján concluye así su obra teatral, El caballero de Ambite, escrita con el idioma, la adjetivación y las metáforas de la Edad Media, respetando siempre el aliento de la leyenda popular, lejana a los sentimientos de las generaciones nuevas, pero viva todavía en esta obra de teatro de lectura insólita e indudable interés.