Ruedan las horas mientras el viento y la memoria se abrazan en el laberinto de la soledad. A la poeta se le quema el corazón tras la sombra del amado. No sabe cómo cargar con la mágica silueta de sus derrotas y se le enciende la rabia al contemplar cada uno de los sueños perdidos. Voz de agonía en el jardín del silencio, Selena Millares amanece sobre el color de la llama y llora lágrimas en la soledumbre de sus paisajes yertos y junto al alma de sangre escarchada.

Lámpara de madrugada (El sastre de Apollinaire) es un libro que tiembla con lírica delicadeza y enmudece de amor porque la sirena se acuerda de sus dedos azules, de sus pupilas de lumbre y del cristal de su voz. Y en el silencio de la noche le recuerda el dolor. Ancha la sonrisa aterida, ancha la mirada febril, ancha la tembladera virginal, Selena Millares arruga las palabras en la madrugada acechada de peces atónitos y recuerdos muertos. Se agarra a las luces de un verso de Paul Celan y, cada uno en su noche, cada uno en su muerte, sabe que la nave de la derrota partió desde la bodega de sus sueños, la rabia a la deriva.

Bebe entonces Selena su copa de vino negro para sorber el amor, mientras las estrellas se derraman por los latidos del corazón y en los espesos labios del beso aparece el príncipe olvidado del que no conoce el nombre ni la pena ni el desamparo. (Ahrimán centellea sobre la escarcha y Ormuz gravita como el vilano. Regresan en silencio sobre la llama del alba para apagar la luz en la mortaja de los que se van). Selena se queda un instante entre los párpados del amado inmóvil para decirle cuánto duele el olvido mientras en el cielo se conmueven sus ojos infinitos.

Selena se queda un instante entre los párpados del amado inmóvil para decirle cuánto duele el olvido

Y un paréntesis entristecido y turbio para recordar al padre muerto. “Jardinero de la luz y de la sal solo sabías jugar al todo o nada, a perder o perder, tu adiós fue lento y dulce como el arrullo de la marea baja, en la playa parecías feliz como un niño que duerme plácido en su hogar y ahora solo dime qué hago con este hueco, con este vacío y con esas dos sílabas, papá, que tanto queman en la garganta porque ya no podré decírselas a nadie jamás”.

“Si fuera luz, te besaría, si sombra, te amanecería, si huella, en ti me perdería y a tu corazón cantaría”, escribe al amado, devastada porque solo encuentra la flor del camino en los versos de Antonio Machado, álamos del amor, cerca del agua, que corre y pasa y sueña, álamos de los márgenes del río, conmigo vais, mi corazón os lleva.

[La isla del fin del mundo]

Con la poeta todavía en carne viva, los versos sin cicatrizar, se enciende el color de su sueño, el calor de su sueño todavía. Es el pájaro niño, el que no quiere volar, y Selena Millares se oscurece de melancolía en el verso del poeta, “en la tarde tranquila, casi con placidez de alma, para ser joven, para haberlo sido cuando Dios quiso, para tener algunas alegrías… lejos y poder dulcemente recordarlas”.

Gotean lentos los relojes en la arena. Es el destino que nadie cambiará. La poeta se refugia en los párpados del amor que se va y escribe: “qué dulce esta paz: el tiempo detenido en tus ojos”.