Luis María Anson

Luis María Anson

Primera palabra

Fernando Fernán Gómez, el actor que escuchaba con sus ojos a los muertos

Pocos los que recuerdan la vertiente poética del inmenso actor y dramaturgo que brilla en 'El canto es vuelo'

30 julio, 2021 17:00

Apenas podía andar y llegaba a la Academia, ayudado por ese milagro que era Emma Cohen, con la que mantuve amistad inacabable y compartí Jurado en el castillo de Edimburgo en el concurso de Eurovisión, durante los años dorados de su belleza, su inquietante inteligencia y sus entusiasmos maoístas. Muerto el inolvidado Buero Vallejo, Fernán Gómez representó al teatro en la Academia. Le buscaba yo en la sala de pastas para escucharle hablar de su experiencia escénica.

Son pocos los que recuerdan la vertiente poética del inmenso actor y dramaturgo. “Tú has estado en las playas del verano, dibujando la línea de tu cuerpo, en la arena del sol y la resaca”. Es el poema dedicado a la niña morena y ágil, que juega sobre látigos de espuma, y vuela junto a las mariposas de oro, con un puñal junto al pecho para clavarlo en el alma de los vientos, tras velar la escultura del cuerpo presentido. Subirá después hasta las vísperas del cielo para vivir bajo el sol entristecido de las grises mañanas otoñales, y conocer, sobre la playa, noticia de la piel de la amada. Besará, en fin, su ausencia, besará su recuerdo y también las arenas sopladas por el viento, todo el bronco sabor de la existencia, hasta detenerse en la cóncava escultura del cuerpo de la amada.

Muerto Buero Vallejo, Fernán Gómez representó al teatro en la Academia. Le buscaba yo en la sala de pastas para escucharle hablar de su experiencia escénica

Este poema vale por todo El canto es vuelo, donde el autor agavilló su producción poética desde 1934 a 1970. Lorca, Rubén Darío, Garcilaso, Unamuno, la Juventud Creadora, García Nieto, Neruda, alguna sacudida surrealista, impregnan los versos de Fernán Gómez en los que habla de palomas albertianas sobre la nieve; de muslos como lirios, de ojos como malvas, de rejas que cortan las rosas al aire; del jardín de Verona, de la Roma eterna y ávida, y los ojos transparentes de la soledad; del impasible velo que oscurece los ojos amados, del dulce pasaporte de su risa, de la tibia llamada de su lengua, del poema sin escribir desde la torre, donde, igual que Quevedo, Fernán Gómez, el incansable lector, escuchaba con sus ojos a los muertos.

Ceñido a la muchacha en la playa, brilla en El canto es vuelo otro poema erizado, el de la nueva amada, la que tenía ternura de arena en el vientre, el verde de las uvas en los ojos, la miel y el vino en la saliva, la ciencia de los sabios en las yemas de los dedos, la furia y la caricia en la curva del cuerpo, la tormenta entre las ingles doradas y la avidez de los muslos. Fernán Gómez, en fin, se asomó a la selva sagrada de la poesía con aires y recelos de cazador furtivo.

Existe también un Fernán Gómez novelista. En la tremenda meditación galopante de La Cruz y el lirio dorado, tal vez la más destacada entre la decena de novelas que publicó, el autor afirma que en La mandrágora Maquiavelo abrió las puertas al moderno teatro europeo. Irreverente, audaz, provocador, el autor transformó el Comentario a la conspiración de los Pazzi, de Poliziano, en una interesantísima novela histórica. En ella, la intriga de la familia Pazzi para asesinar a Lorenzo y Giuliano de Médici es una anécdota que se desarrolla bajo las armas de la ciudad de Florencia, la Cruz y el lirio dorado. Lo importante es la recreación de la época, el condicionante religioso, la intriga acelerada, la tensa aventura, la escabrosidad del sexo, la condición humana, la ambición política y económica, el salvaje corazón del hombre. No solo al malvado dominico Stéfano Maffei le tiembla el pulso al asesinar al taimado Papa Sixto IV. Fernán Gómez construyó la novela con una arquitectura sólida, al margen de vanguardias y ensayos, y la cimentó sobre un diálogo teatralizado que facilita la lectura y también la meditación. Sobre la Cruz, Fernán Gómez hace triunfar el lirio dorado y la racionalidad. Caen las máscaras de los convencionalismos y los maquillajes religiosos. Y el autor se queda solo ante la incógnita del hombre.

Podría escribir un largo ensayo sobre su obra teatral y cinematográfica, como actor –inconmensurable actor– autor, director, con docenas de títulos a la espalda que vertebran hoy el mejor teatro español, el más destacado cine. Su faceta periodística, por otra parte, no es desdeñable. Colaboró conmigo en el ABC verdadero y en otros periódicos y ganó el Premio Mariano de Cavia. Le propuse para la Academia y –yo, periodista– quise ser el primero en darle la noticia de su elección. Recuerdo su emocionada respuesta que me abrió cada semana la conversación con él acerca del teatro que le temblaba entre las manos. l