Image: David Delfín, la sangre abierta de la libertad

Image: David Delfín, la sangre abierta de la libertad

Primera palabra

David Delfín, la sangre abierta de la libertad

23 junio, 2017 00:00

No olvidaré nunca aquella falda caminando sola sobre la pasarela que Soledad Lorenzo instaló en su galería mítica. La modelo contorsionista Olaia caminaba bajo ella, abriendo el desfile de David Delfín, con los vestidos orcas, los centauros de Calíope, los desnudos corbata, los agresivos burkas, la soga de la mujer ahorcada por el machismo intransigente, los altivos rabeles de la negritud, las telas incesantes, las espadas como labios de Aleixandre, los pechos melancólicos del verso de Octavio Paz, dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos.

Hervían las lágrimas sobre la piel del artista, fallecido hace unos días en plena juventud, pura sangre de la moda, pincel que derramaba una lluvia de diosas sobre la pasarela, entre el fulgor del oro fundido y las caderas furtivas. Con aquellas adolescentes regresaban Ezra Pound entre los vestidos, Quasimodo en la tarde que se hace de repente, Alberti aterido.

Crujía la piel de las modelos como el pan caliente. Su desdén era el dios de los sonetos del amor oscuro de Lorca, la red azul de los párpados, la palabra lastrada de Gamoneda. Temblaba la apoteosis de las telas mientras con voz trémula cantaba Cavafis los cuerpos de esmeralda y musgo que desfilaban como un río.

David Delfín era el fulgor en la pasarela, la tijera incandescente, el aspaviento de la provocación, el sollozo coital. Desde que asistí al desfile de su consagración en la galería Soledad Lorenzo, seguí, año tras año, el camino de este artista ávido y recental. No hay rastro de ceniza en la moda de David Delfín sino clave venturosa de la vida, lluvia del azogue y los cuchillos, aceñas clandestinas en el tiempo del desamor. Sus vestidos no son sudarios habitados sino arboleda y sementera. Parpadean los diseños del genio creador. Y Bimba Bosé, muerta también joven y entristecida, era la música del vértigo y el olvido. Bajo la miel silenciosa de su piel, ardía la saliva de la aleña y el corazón desmenuzado. Qué voz la de sus venas desgarradas, qué ardor el de su cuerpo estremecido, qué suaves sus pisadas, sus pisadas.

Era también David Delfín el estupor de la memoria, el cuerpo erecto de la diosa esquiva, la máscara de la tradición, la rosa de los pétalos carnales, olvidada ya la huella fugitiva de los albañales, el rastro de los antiguos andrajos, el tacto tembloroso de la sangre nueva. En él alentaba un genio más allá de la moda. Poseía el diseñador la imaginación onírica de Magritte, el sentimiento en blanco y negro de Juan Gris, la sonoridad expresionista y atonal de Alban Berg. Era un artista manantial. Le acompañaba la androginia de Bimba Bosé, con sus gestos de vino rojo y aquellos dedos desdeñosos de sus manos ojivales “hechas para dar de comer a las estrellas”. David Delfín tenía la mirada recental, los ojos desnudos de ceniza, la inteligencia malherida. Era imaginativo hasta el delirio, la palabra herborizada, la escultura viva que desfilaba sobre el fulgor de la pasarela, el fuego de los torsos albertianos, de los rubios, pulidos senos de Amaranta, gráciles corzas de dormir morenos.

Hernando de Talavera, en el siglo XV, en su Tratado sobre el vestir y el calzar, anticipa a las ombligueras de hoy, aunque para criticarlas: “Mas ya, con gran disolución, perdida toda vergüenza, hasta el estómago descubren las que son deshonestas”. Cervantes supo desembarazarse de los cánones de Hernando de Talavera y reflexionó sobre lo que iba a venir. “Dicen que la variación -escribe- hace a la naturaleza, colma de gusto y belleza, y está muy puesta en razón”. Y añade: “Un manjar a la contina enfada y un solo objeto, a los ojos del discreto, da disgusto y amohina”. Y concluye el clásico: “Un solo vestido cansa; en fin, con la variedad, se muda la voluntad y el espíritu descansa”. Hasta leer estos versos de Cervantes no me había dado cuenta de que algún día tendré que cambiar de moda. Desde hace sesenta años voy vestido y calzado exactamente igual. Y claro, eso “da disgusto y amohina”. Ahora que ha muerto David Delfín para acompañar en el cielo a Bimba Bosé, tendré que pensar en modificar mis costumbres.