Image: La marcha triunfal

Image: La marcha triunfal

Primera palabra

La marcha triunfal

18 junio, 2010 02:00

“Ya viene el cortejo, ya viene el cortejo. Ya se oyen los claros clarines. La espada se anuncia con vivo reflejo, ya viene oro y hierro el cortejo de los paladines”. El equipo vencedor del campeonato mundial de fútbol regresará a la capital de su nación como Julio César a Roma, tras la campaña de Egipto; como Napoleón a París, tras Austerlitz; como Wellington a Londres, tras Waterloo. En parte no desdeñable, el fútbol ha sustituido a la épica de la guerra. De ahí el alcance sociológico y cultural que tiene el deporte rey como explicó con palabras sagaces y profundas Fernando Lázaro Carreter.
De las cinco grandes naciones europeas que construyeron imperios colosales cuatro han ganado el mundial de fútbol: Roma, Inglaterra, Alemania y Francia. Sólo España se ha quedado a las puertas, por lo menos hasta ahora. En 1950 nos clasificamos para la liguilla final, tras derrotar a Inglaterra en Río de Janeiro. La propaganda franquista llamó “pérfida Albión” a la gran nación británica. Para el dictador era el desquite de la Armada Invencible. Todo se exageró al límite. Una desmesura. Pero sí se produjo una realidad histórica y cultural gracias al gol que Piru Gaínza, el mejor jugador del campeonato, sirvió en bandeja a Zarra en la tarde heroica de Maracaná. Aquel tanto, escribí en su día, superó la guerra incivil durante unas horas. La España de la dictadura, la del exilio, la España escondida de la moderación, la del gran Rey Juan III en su destierro de Estoril, la de Américo Castro, la de Sánchez Albornoz, la España catalana, vasca, gallega, andaluza o castellana, vibró al unísono impregnada de la épica del fútbol. Como ahora, sesenta años después.

No es mala fórmula liberar las tensiones, a través de la descarga del balón sobre el césped. Me parece inteligente, a pesar de las desmesuras, que las naciones satisfagan con las victorias futbolísticas desquites históricos o deudas colonialistas. Uruguay, Argentina y Brasil han ganado también el campeonato mundial. Pelé o Maradona sepultaron a Pizarro o Cortés. La esclava negra, signo de selva oscura, se despereza y vertebra los principales clubes europeos. “Los orgullosos equipos de Europa -ha dicho un escritor cualificado- se han teñido de negros para mantener su capacidad deportiva”. El arte de la negritud deslumbró a Picasso, a Vlamink, a Strawinski… porque no sólo en el deporte ha triunfado la cultura melano africana. En todo caso a muchos nos regocija comprobar que la final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos la corrieron ocho atletas de seis países distintos. Todos eran negros.

El mundo se esponja estos días, erizado sobre el campeonato mundial que se celebra en Suráfrica. Es un acontecimiento deportivo. Es un acontecimiento sociológico. Es, también, un acontecimiento cultural. Rubén Darío dedicaría hoy su marcha triunfal a los héroes balompédicos que luchan en la tierra de Chaka y Cetiwayo. A todos ellos les saludarían, con voces de bronce, las trompas de guerra que tocan la marcha triunfal.

ZIGZAG

Gonzalo Santonja es un intelectual vigoroso. Su musculatura literaria no se ha reblandecido con el paso de los años. Recuerdo muy bien el alto concepto que de él tenía Rafael Alberti. Su nuevo libro, Luces sobre una época oscura, agavilla reflexiones certeras, a veces muy profundas, sobre la fiesta de los toros, en un momento en que se cuestiona su esencia de forma ignara y absurda. Gonzalo Santonja aporta documentos de extraordinario interés en un alarde de erudición que sorprende a lo largo de todo el libro. Desde los matatoros medievales al toreo a pie del siglo XVII se suceden los análisis y las sorpresas, con reflexión sagaz en torno al Quijote. Santonja planea con su visión nacional de la fiesta sobre los localismos taurinos. José Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, hubiera disfrutado mucho con este libro. Lástima que se muriera sin escribir su Paquiro o de los toros, que habría sido obra cardinal.