Image: Oriana Fallaci, río arriba

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Primera palabra

Oriana Fallaci, río arriba

21 septiembre, 2006 02:00

Luis María Ansón

En el siglo XIX, los fundamentalistas islámicos asesinaban a los diplomáticos ingleses en Kabul, les cortaban la cabeza y jugaban con sus cráneos al polo. Alianza de civilizaciones se llama eso. Las salvajadas con la mujer, las mutilaciones, las lapidaciones, las torturas, las ejecuciones, las mordazas a la libre expresión forman parte de la geografía cotidiana, hoy, del mundo islámico. Pero no se puede generalizar. En eso se equivocaba Oriana Fallaci. El Corán es un libro abrumadoramente positivo, trascendente, de honda religiosidad, un monumento a la espiritualidad. La descalificación del Islam en su conjunto constituye un error y una injusticia. El balance de la doctrina coránica resulta positivo. No se puede simplificar sobre su significado profundo ni sobre lo que históricamente ha representado. En el Islam hay bondad, solidaridad, apacibilidad de vida y costumbres, espíritu de convivencia y concordia. Eso es lo que predomina, aunque la excepción fundamentalista asuste.

Ciertamente la corriente extremista islámica desde Marruecos a Indonesia, en esa franja geográfica que parte el mundo en dos, enrarece los problemas de todos y enciende las alarmas en los despachos alerta del Occidente democrático. Río arriba, Oriana Fallaci, una de las grandes periodistas del siglo XX europeo, dedicó los últimos años de su vida a combatir el peligro islámico. Radicalizó las cuestiones, perdió la razón en muchas ocasiones, pero sus afirmaciones y vaticinios no son desdeñables. Leí en su día La rabia y el orgullo. Es un libro raro por lo auténtico.Mi vida profesional me ha llevado a los mismos escenarios que a Oriana Fallaci, he vivido muy parecidas situaciones, he sido corresponsal de guerra en las mismas contiendas y he entrevistado a idénticos personajes. Por eso entiendo tan bien lo que dice.

Cuando, hace ya muchos años, la periodista italiana viajó por el Este europeo, contó, río arriba, contra corriente, la verdad del comunismo con el desgarro que la gran farsa exigía. Para los que respetan la libertad y los derechos humanos, el comunismo soviético era en la realidad, lo contrario de lo que defendían los progres de salón y los rojeras de las democracias europeas. La llamaron fascista, reaccionaria, vendida al capitalismo americano, agente de la CIA. La flagelaron sin piedad. Cayó el muro de Berlín y ahora sabemos con datos objetivos, científicamente, que todo lo que dijo Orina Fallaci era más bien tímido.

La periodista ha dedicado los últimos años de su vida a una cruzada laica contra el Islam. Aunque fragmentariamente tenga razón, se equivocó al comparar la perversidad del comunismo con la del mundo islámico. Es verdad que una parte de la doctrina coránica, sobre todo por lo que respecta a la mujer, pugna con las Constituciones del occidente democrático. Oriana subrayó la defensa que en El Corán se hace de la violencia doméstica: "A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas", se lee en el libro sagrado. En el Islam, el hombre puede tener simultáneamente cuatro mujeres. No hay reciprocidad en la poligamia, claro. No existe la poliandria. El hombre en la religión islámica puede repudiar a su esposa sin otro requisito que repetir tres veces la frase "queda repudiada" en presencia de dos testigos musulmanes. En un juicio, el testimonio del hombre vale por el de dos mujeres. Y en la herencia lo mismo: el hermano debe recibir el doble que la hermana. Las penas canónicas que se siguen aplicando en muchos países islámicos prevén la amputación de la mano para los ladrones, de la mano y del pie para los atracadores, cien golpes de caña para los fornicadores, la lapidación para los adúlteros (y, sobre todo, para las adúlteras), la crucifixión para los apóstatas". Un musulmán no puede proclamarse ateo o convertirse a otra confesión. La religión islámica decreta su muerte.

Frente a silencios, en fin, mezquindades, regateos y otras procacidades, la Fallaci ha sido una de las grandes del periodismo libre del siglo XX, una profesional como la copa de una mezquita, una soberbia escritora y una extraña dama que, en su delicadeza intelectual, se exilió en Estados Unidos porque no podía soportar la política basura de Italia, los estercoleros de su país, la telemierda que inundaba a Ticiano y a Leonardo, a Petrarca y a Ungaretti... l

Zig Zag

Es una escultura viva. Le canta el cuerpo por dentro. Sus brazos abren el azogue de los espejos, poema del cante jondo de Lorca. Tiene luz en la frente y viento de ayer entre los dedos. Las ávidas caderas le bailan recentales. Una jebra de jilo negro amarra su pelo y le erecta los pechos. Con las manos de oro curvo acaricia la aurora. Y en el pasmo de sus ojos llora intensa la noche. Su arte convierte la sala del teatro en cenáculo. Es Sara Baras, la bailaora que danza con el alma fuera, el cuerpo dentro. Ella es la ebullición de la vida, la descarga de los sentidos, el desgarro del sexo. Antonio Molina y Ricardo Mairena, en el mejor libro que se ha escrito sobre el flamenco, se lamentan del acoso del 98 a una expresión artística que casi ninguno de los escritores de aquella generación entendió. Sara Baras dispara, a corazón abierto, la belleza del flamenco hasta la mejor música, hasta la poesía del más tembloroso aliento lírico. Acudí al estreno de Sabores. Salí enmudecido.