Llevaba mucho tiempo sin saber nada de Fabián Casas cuando la casualidad dispuso que coincidiéramos en Berlín, una noche del pasado mes de agosto. Yo me había hecho a la idea de que Fabián se había perdido en sus cosas –guiones para cine, sus cursos en el exitoso taller Nómade– sin publicar apenas nada en todo este tiempo, pero qué va.

Durante nuestro encuentro me entregó nada menos que tres libritos publicados en los últimos meses, y no son los únicos. Digo “libritos” porque son eso: libros –como casi todos los suyos– levísimos, breves, llevaderos, susurrantes. Uno es de ensayos (Campos de frutillas y otros ensayos, Emecé, 2025); el otro, de relatos rescatados del fondo del cajón (Una serie de relatos desafortunados, Emecé, 2025), y el tercero es un poemario.

El poemario, publicado el año pasado por Ediciones Nebliplateada (Buenos Aires), no lo firma Fabián Casas. Él solo firma el postfacio. El autor de los poemas es, se supone, Boy Fracassa, presunto poeta estadounidense que, afincado en Brasil, escribió lengua portuguesa. De hecho, el librito del que hablo se titula Los poemas de Boy Fracassa. Pero a estas alturas ya casi todo el mundo está enterado de que bajo este nombre se esconde, sin demasiado disimulo, el propio Casas.

Él mismo me contó cómo fue la cosa. En los comienzos de la pandemia su padre, ya nonagenario, enfermó, y él y sus hermanos se turnaron para asistirlo y cuidarlo, pues, al no padecer Covid, no les permitieron ingresarlo en el hospital. Durante las velas y guardias, Fabián se entretenía escribiendo poemas que mandaba por wasap a sus amigos.

Estos le comentaron que eran malísimos, “y entonces –cuenta Casas– les dije que descubrí a un poeta norteamericano muy bueno que escribió en portugués y que se llamaba Boy Fracassa. Les empecé a mandar esos poemas y me dijeron que eran geniales”. “El nombre salió de una vez comiendo con otro amigo, que me contó que había leído un libro de un tipo que se llamaba Capitán Fracassa, y pensé ‘qué buen apellido, mirá si hubiera un poeta que se llamara así’, y me quedó en la mente. Inventar ese personaje y darle una biografía me sirvió para encontrar el tono de voz”.

'Los poemas de Boy Fracassa' son el fruto de una impostura que permitió a Fabián Casas ensayar desinhibidamente una voz distinta, no tan apartada de la suya

Los poemas de Boy Fracassa son, así, el fruto de una impostura que permitió a Fabián ensayar desinhibidamente una voz distinta, no tan apartada de la suya propia, si bien atravesada por la libertad de la heteronimia y de una lengua supuestamente traducida, articulada con la impulsiva y precaria sintaxis de los poetas de Black Mountain, más en particular de Charles Olson, Robert Duncan y, sobre todo, Robert Creeley, supuesto amigo de Fracassa.

“Mejor lo inesperado / que lo imposible / lo imposible / cuando sucede / siempre es traumático / Lázaro volviendo como zombie / para que la gente decida / si el poema es algo sobre algo”.

Así escribe Boy Fracassa, traducido por Martín Caamaño, otra impostura.

No tan distinto de como habla Casas, de como escribe Casas, quien dice que escribir sus poemas en wasap le sirvió para “quitarse la literatura de encima”.

Una actitud con la que no solo se muestra consecuente toda su escritura sino también su práctica libresca, ese modo de poner en circulación “libritos” que son como fragmentos de una conversación siempre en marcha, con sus silencios comprendidos.

“Da la impresión de que lo que llega –observa Fabián– es una especie de residuo. Bueno, Fracassa dice eso, a veces a las palabras hay que saber sopesarlas y cómo se las va usar, y a veces tienen que permitir que pase el silencio. Es difícil hacer pasar el silencio en el poema, pero es muy potente cuando se genera una especie de espacio donde vos hacés circular aire. Por ahí se transmite la experiencia”.