Quienes se interesan por la historia del libro y de la lectura –verdaderas multitudes, a juzgar por el éxito fabuloso de El infinito en un junco (2019), de Irene Vallejo– puede que conozcan, al menos de oídas, un magistral ensayo del pensador y crítico social Ivan Illich: En el viñedo del texto (1993).

En él, a partir del estudio del Didascalicon, un manual de lectura escrito en el siglo XII por el monje benedictino Hugo de San Víctor, explora el lento surgimiento, dos siglos antes de la invención de la imprenta, del moderno modo de lectura, del que todavía hoy somos muchos herederos.

Digo muchos, y no todos, porque Illich, ya a finales del siglo pasado, vislumbraba una radical transformación de la manera de leer en el marco de la que él llamaba –con un término hoy en desuso– “era cibernética”.

Illich murió en el año 2002. Los últimos años de su vida quedaron muy mermados por un feroz cáncer. No tuvo tiempo de desarrollar las ideas que le inspiraban las nuevas condiciones de lectura.

Al comienzo de En el viñedo del texto declara agoreramente su convicción que “la realidad social occidental ha abandonado la fe en la cultura libresca del mismo modo que ha abandonado el cristianismo”. Según él, “el libro ha dejado de ser la metáfora raíz de la época: la pantalla lo ha remplazado”.

Resulta inexplicable el olvido en que ha caído el rico y acuciante legado de Ivan Illich,
su “humanismo radical”

Uno de los principales campos de interés de Illich fue siempre la educación, razón por la que le preocupó particularmente la dificultad de adaptar los planes y métodos de enseñanza a la nueva mentalidad que configura la tecnología digital (él insiste en hablar, de nuevo con un término hoy en desuso, de “computadoras”).

Acerca de esto, tienen mucho interés los atisbos que no cesó de prodigar en artículos y conferencias, dado que no alcanzó a armar un ensayo unitario sobre la cuestión.

“Invito a reflexionar sobre un haz de nociones y de términos que componen un nuevo conjunto de ideas cuya imagen común es la computadora y que no parece adaptado al espacio alfabético dentro del cual la pedagogía se constituyó originalmente”, decía en “Por un estudio de la mentalidad alfabética”, una conferencia pronunciada en 1986.

En otra charla un poco posterior, “El alfabetismo informático y el sueño cibernético”, de 1987, Illich cuenta el caso de una profesora norteamericana, Susan, cuyo alumnado, ya por esas fechas, se servía de computadoras para realizar los temas que ella les encargaba.

“Una tarde, Frank, uno de sus alumnos, se quedó con ella después del curso. Esa semana los estudiantes habían tenido que hacer una exposición sobre la sequía y el hambre en el África subsahariana. Frank quería mostrar a Susan la cosecha de datos que había sacado de su computadora. En cierto momento ella le interrumpió para preguntarle: ‘¿Y tú, Frank, qué piensas de todo esto?’. Frank la observó con la mirada vacía y acabó respondiendo: ‘No entiendo lo que quiere decir’”.

“En ese momento –añade Illich– el foso entre ellos apareció”.

Illich se sirve de esta anécdota para hablar de “un abismo epistemológico” entre las mentalidades de Susan y Frank, y alerta sobre el peligro de que, en su mutuo confrontamiento, una y otra segreguen ideologías beligerantes. A sus oyentes les avisa: “Aquellos de entre ustedes que estudian el alfabetismo informático [‘capacidad de una persona para utilizar las tecnologías digitales de manera efectiva y segura’] descuidan a veces su importancia en cuanto medio de exorcizar el embrujo paralizante de la computadora”.

Resulta inexplicable el olvido en que ha caído el rico y acuciante legado de Ivan Illich, su “humanismo radical” (Eric Fromm). Vale la pena asomarse a él a través de la web oficial sobre su figura y obra, desde la que pueden bajarse gratuitamente casi todos sus libros en español.