Hoy ya casi nadie se acuerda de Hans Blüher (1888-1955) —añadamos que afortunadamente—. Pero este periodista y escritor alemán, destacado exponente de la que se conoce como Revolución Conservadora, en cuyo marco se fraguó el nazismo, ejerció en su tiempo una notable influencia.

Ateo y políticamente reaccionario, coqueteó con el psicoanálisis y fue, además de un antisemita furibundo, también un furibundo antifeminista. Desempeñó un importante papel en el movimiento juvenil de los Wandervogel o “Pájaros migratorios”, en el que se cocieron sus exaltadas ideas sobre El papel del erotismo en la sociedad masculina, título del más conocido de sus libros, publicado en 1917-1919 (en dos volúmenes), en el que consagra las relaciones homoeróticas entre hombres como impulso determinante de todo avance social.

De la hoy sorprendente resonancia obtenida por este libro en la Europa de la época da cuenta el que Franz Kafka lo leyera al poco de su aparición.

Lo hizo movido por la viva recomendación de su amigo Max Brod, quien en una carta del 4 de octubre de 1917 le dice estar leyendo nada menos que dos libros de Blüher: El papel del erotismo en la sociedad masculina y Pueblo y líder en el movimiento juvenil. Del primero dice que “es un himno a la pederastia, de la que el autor espera todo progreso cultural”.

Y añade: “Leí los libros de un tirón, pero hoy estoy ya algo más sereno y veo en ellos más la descripción del varón alemán que del varón en general. Blüher cree que solo el erotismo entre hombres puede crear auténtico trabajo social, que en cambio el hombre que por naturaleza tiende al amor a las mujeres no puede crear en la sociedad, sino tan solo en el seno de la familia, y que por tanto es un arquetipo inferior. Si vienes a Praga te pasaré los libros. Tienes que leerlos a toda costa”.

El interés creciente de Kafka por todo lo que afectaba al destino del judaísmo se imbrica profundamente con la vivencia de su enfermedad

Incitado por estas palabras, Kafka se manifestó “ansioso por leer a Blüher”, cosa que no tardó en hacer, para su decepción.

Apenas un mes después, en una carta a Brod, le cuenta que en uno de sus sueños besaba a su común amigo Franz Werfel, y con el humor que lo caracteriza lo atribuye a la lectura de Blüher, de quien dice: “Me irritó bastante, así que tuve que interrumpir la lectura durante dos días. Por lo demás, tiene en común con todo lo psicoanalítico que en un primer momento sacia de manera asombrosa, pero poco después uno vuelve a sentir la misma hambre de antes”.

Kafka volvería a toparse con Blüher cinco años después, con motivo de la publicación por parte de este de un feroz panfleto antisemita titulado Secessio judaica. Fundamentación filosófica de la situación histórica del judaísmo y del movimiento antisemita (1922). La irritada consternación que le produjo esta lectura lo impulsó a escribir una reseña del panfleto, propósito que abandonó al poco de emprenderlo, incapaz de llevarlo a término, ya muy enfermo como estaba.

El panfleto de Blühler, que no se privaba de pronosticar un “pogromo universal”, tocaba un punto muy sensible para Kafka cuando decía que todo judío estaba “enfermo en su sustancia, lo que no ocurre en ningún otro pueblo”.

Conviene subrayar en este punto que el antisemitismo del primer tercio de siglo se envolvió a menudo en un lenguaje médico, “higienista”, como demuestra palmariamente el caso del médico Louis-Ferdinand Céline.

En su condición de enfermo incurable, Kafka desarrolló en sus últimos años una extrema sensibilidad ante esa asociación entre judaísmo y enfermedad. El interés creciente de Kafka por todo lo que afectaba al destino del judaísmo se imbrica profundamente con la vivencia de su enfermedad, y determina su visión a la vez profundamente penetrante y trágica de lo que estaba por ocurrir.