La buena recepción crítica que han obtenido, y el hecho de que se ocupen de asuntos de mi interés, me decidió a ver, en días pasados, dos películas que siguen en la cartelera cuando escribo estas líneas. Se trata de Modelo 77 (una producción española dirigida por Alberto Rodríguez) y de Argentina, 1985 (una producción argentino-estadounidense dirigida por Santiago Mitre). Las dos tienen en común abordar episodios históricos, si bien de relieve muy distinto.

Modelo 77 tiene por trasfondo las políticas penitenciarias durante el agitado periodo de la Transición española, y se basa en dos sucesos reales: la fuga masiva de presos de la cárcel Modelo de Barcelona que tuvo lugar en junio de 1978, y, meses antes, las protestas y motines carcelarios que alentaron las reclamaciones de la COPEL, la Coordinadora de Presos en Lucha, que, haciéndose eco de la penosa situación de las cárceles franquistas, del obsoleto código penal y de los frecuentes abusos cometidos por la justicia, llegó a pedir una más que problemática amnistía general.

Argentina, 1985 se centra en el trabajo del fiscal Julio César Strassera (Ricardo Darín), a quien, durante un juicio de enorme trascendencia –el primero en la historia en que un tribunal civil juzgaba a dictadores de su propio país–, correspondió probar los crímenes instruidos por los altos mandos de la Junta Militar aupada al poder tras el golpe de marzo de 1976, responsable de miles de asesinatos, desapariciones y torturas.

'Argentina, 1985' calca hasta la náusea los clichés de las películas hollywoodienses de juicios en que David combate contra Goliat

En los dos casos, el tiempo transcurrido desde los acontecimientos narrados es suficiente para justificar fuertes dosis de simplificación, de idealización y de pedagogía. Aspectos estos que suelen resultar irritantes, cuando no ofensivos, para quienes guardan memoria de los hechos tal como ocurrieron, pero que no tienen por qué abocar necesariamente a un mal resultado, sobre todo si el guion acierta a la hora de seleccionar e integrar dramáticamente los múltiples hilos de la realidad considerada. Así ocurría, por no irse muy lejos, con No (2012), la película de Pablo Larraín sobre el plebiscito que en 1988 decidió la “retirada” del poder de Augusto Pinochet.

Tanto en Modelo 77 como en Argentina, 1985, dicha tarea de selección e integración dramática ha sido realizada conforme a unos patrones prestablecidos que cumplen con su objetivo narrativo al precio de desvirtuar el significado de los hechos contados y de convertir los relatos respectivos en dos ejercicios estandarizados, más o menos eficaces, de dos trillados “géneros” cinematográficos.

Modelo 77 se postula como un previsible thriller carcelario de cortos vuelos en cuyo marco se desdibuja la dimensión política y social de las reclamaciones de la COPEL, tratadas poco menos que como un elemento folclórico de la Transición.

Argentina, 1985 calca hasta la náusea los clichés de las películas hollywoodienses de juicios en que David combate contra Goliat. Clichés incompatibles con la complejidad y sobre todo con el horror indecible del caso.

De ahí que los crímenes cometidos sean presentados como producto de la reacción incontrolada y desmedida de unos pocos a una situación de violencia y caos por lo demás insostenible que hasta cierto punto explicaría el golpe militar, cuya presunta “legalidad” habría sido “pervertida” por el sadismo de sus agentes.

Las imágenes de archivo que en las dos películas ilustran los créditos finales, promoviendo un efecto de autenticidad, de semejanza entre lo ocurrido realmente y lo contado en la película, constituyen ya un tópico del cine falsamente documental, que so pretexto de ventilar episodios poco o mal conocidos del pasado más o menos reciente, incumple las leyes del decoro histórico y banaliza, como aquí, atrocidades a fuerza de servirlas mediante esquemas narrativos demasiado sobados, bajo capas y más capas de mermelada moral y de sentimentalismo.