Es sabido que, urgido por las necesidades económicas, Robert Musil entregó a su editor, a regañadientes, los primeros capítulos, 38 en total, del 'Libro segundo' de El hombre sin atributos. Antes de su muerte, trabajó sobre las galeradas de los veinte siguientes. Pero la novela quedó inconclusa, y no es fácil especular acerca de cómo pensaba organizar y dar sentido a los ingentes materiales acumulados para su terminación (cerca de veinte mil páginas). Una cosa es segura: en ese 'Libro segundo' acapara un creciente protagonismo el idilio incestuoso que Ulrich, el protagonista de la novela, mantiene desde muy pronto con su fascinante hermana Agathe. Este idilio abre en la novela perspectivas imprevistas, que autorizan a pensar que Musil se disponía a explorar territorios muy arriesgados, en que cierta experiencia de naturaleza mística, por así decirlo, iba a actuar de contrapolo de la inanidad del mundo representado, esa inolvidable Kakania, genialmente dibujada.

Acerca de los capítulos y esbozos conservados que apuntan en esta dirección, escribió George Steiner que “en retrospectiva, la totalidad de la genial producción de Musil puede considerarse el preludio a los capítulos dedicados a Ulrich y Agathe. Nada hay que se les aproxime en la literatura moderna, salvo, en Proust, la epopeya del narrador y Albertine”.

El mismo Steiner sugirió la posibilidad de publicar independientemente esos capítulos, lo que tendría por efecto compensar en cierto modo el peso aplastante que, con toda intención, adquieren la ironía y la causticidad en la parte primera de la novela, la publicada en vida del autor y la más conocida.

Y bueno, transcurridos casi ochenta años desde la muerte de Musil, me entero tardíamente, gracias a un comentario de Rodrigo Fresán, de que New York Review Books publicó, a finales de 2019, Agathe: or the Forgotten Sister (Agathe o la hermana olvidada), un pequeño “constructo” (apenas cien páginas) realizado a partir de esos abundantes materiales póstumos, llenos de maravillas, en que Musil sondeó la relación entre los hermanos.

La sensacional novedad (que no lo es tanto, pues todos los fragmentos ya contaban con traducción al inglés) ha sido recibida con reservas por parte de la crítica, un sector de la cual ha cuestionado la legitimidad del “montaje”, impulsado y realizado por el propio traductor del libro, Joel Agee, autor de uno de los dos prólogos que acompañan la edición (el otro es de Edwin Frank, editor de NYRB Classics). Son críticas plausibles, que observan con suspicacia una operación que, aparte de aislar los pasajes seleccionados de su contexto, tiende a reducirlos y a allanar sus alcances, pues dejan de lado otros muchos igualmente atractivos.

Soy firme partidario de que editores responsables den forma atractiva a los materiales póstumos de los escritores

No estoy en condiciones de enjuiciar cabalmente el acierto del volumen al que me estoy refiriendo. Estimo que si Joel Agee y Edwin Frank, en sus respectivos prólogos, dan cuenta detallada del modo en que han obrado, sin dar gato por liebre, es decir, permitiendo al lector hacerse una idea del procedimiento empleado, están en su pleno derecho de “alumbrar” un libro así. Es común encontrarse con ediciones sueltas de Por el camino de Swann o de Albertine, por referirse de nuevo a Proust. Y, en definitiva, las ediciones más solventes que circulan de El hombre sin atributos, casi todas –también la española– basadas en la edición alemana de Adolf Frisé, de 1978, son en buena medida, al menos en lo relativo a la parte inacaba de la novela, “constructos”.
Soy un firme partidario de que editores responsables den forma atractiva y plausible a los materiales póstumos de los escritores, siempre que lo hagan desde el conocimiento profundo de su obra y con una intuición razonable –y razonada– de los propósitos que animaban al autor. Y, por supuesto, poniendo todas las cartas sobre la mesa, para que su “jugada” pueda ser convenientemente valorada.

Espero, así, que algún editor español se anime a “importar” la iniciativa de Joel Agee y no tardemos en disfrutar, con todas las reservas necesarias, de este “nuevo” libro de Musil, un escritor siempre por descubrir.