Image: La debilidad de creer

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Mínima molestia

La debilidad de creer

9 febrero, 2018 01:00

Llegó a mis manos, hace ya unas semanas, la edición especial de Mimosas, la película de Oliver Laxe que obtuvo, entre otros galardones, el Gran Premio de la Semana de la Crítica de Cannes en 2016. Resulta dificilísimo dar a quien no la ha visto una idea cabal de este filme fascinante y perturbador, proyectado como una película de aventuras que constituye a la vez una aventura espiritual, mezcla de espectacular epopeya, de wéstern y de alegoría religiosa, rodada en muy precarias condiciones -bajo presupuesto y actores no profesionales- en las alturas imponentes de la cordillera del Atlas. Invocar los nombres de Pasolini, de Herzog y de Tarkovski apenas procura una pista más bien confundidora de los rumbos de una obra singularísima, de fotografía impecable, planteada por Laxe casi como una ascesis personal.

La edición especial a la que aludo viene acompañada por un pequeño y primoroso librito titulado -como esta misma columna- La debilidad de creer y cuyo contenido es el diario de rodaje de la película, escrito por quien firma, junto al mismo Laxe, el guión: Santiago Fillol.

Fillol (Córdoba, Argentina, 1977) es ensayista, investigador y profesor de cine en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, además de cineasta él mismo (dirigió en 2009, junto a Lucas Vernal, Ich bin Enri Marco, espléndido documental sobre la figura que inspiraría a Javier Cercas su novela El impostor, de 2014).

El mismo año de 2016 en que se estrenó Mimosas publicó Fillol uno de los más ricos, originales y estimulantes ensayos que me ha sido dado leer de dos años a esta parte: Historias de la desaparición. El cine desde Franz Kafka, Jacques Tourneur y David Lynch (Santander, Shangrila). Provisto de un portentoso bagaje tanto cinematográfico como filosófico y literario, Fillol profundiza en este libro sobre la categoría del “fuera de campo”, constituida, en el transcurso del siglo XX, pero sobre todo a partir del ascenso de los totalitarismos y de la Segunda Guerra Mundial (con la consiguiente revelación de los horrores de los campos de concentración), en una de las herramientas fundamentales del arte y la cultura moderna para expresar el carácter en buena medida indecible de la experiencia contemporánea, con la cifra de terror que la determina.

Asombran, en este ensayo de Fillol, el atrevimiento y la libertad con que enlaza las prácticas cinematográficas de Tourneur, Renoir, Bresson, Resnais, Godard, Ozu, Antonioni, Hitchcock o Lynch con el pensamiento de Benjamin, de Adorno, de Deleuze, de Agamben, con la literatura de Kafka, de Beckett, de Sebald. La construcción teórica que hace Fillol del “fuera de campo” se revela de enorme utilidad y sirve admirablemente, por ejemplo, para leer a Roberto Bolaño y dilucidar el enigma de su atracción tan poderosa, como el mismo Fillol no ha dejado de apuntar en otro lugar. (El título de su ensayo bien podría ser el de una tesis sobre la narrativa de Bolaño, de hecho.)

El vigor con que está escrito Historias de la desaparición, y su tensión narrativa, se compadecen con la plasticidad, el humor y el ritmo de La debilidad de creer, que ofrece un correlato de Mimosas que va mucho más allá de las anécdotas del rodaje para convertirse en el testimonio -y no sólo documento- de una transformadora experiencia interior, que es a la vez individual y colectiva.

No se trata solamente del aprendizaje que entraña “rodar contra el guión”, como quería Truffaut, sino de “rodar metamorfoseándose desde el guión, desde lo imaginado”. Tal es la lección que, en medio de los múltiples trastornos, disparates y perplejidades a que da lugar el a menudo catastrófico desarrollo del rodaje de Mimosas, entraña el diario escrito por Fillol, quien no por casualidad invoca, ya en su mismo arranque, Conquista de lo inútil (Blackie Books, 2010), el impagable diario de rodaje de Fitzcarraldo (1982) publicado por Werner Herzog muchos años después de haberse estrenado la película.

Apunta Fillol hacia el final de su diario: “Debe ser una regla no escrita: uno aprende a rodar su película en el momento en que está cerca de terminarla”. Unas palabras que expresan inmejorablemente el alcance paradójico de toda aventura genuinamente creadora, como la que su diario narra.