MAEGHT. Perviven en el recuerdo las exposiciones que la Fundación Mapfre y el Palau Martorell dedicaron, en la pasada primavera, al inclasificable pintor ruso, nacionalizado francés, Marc Chagall (1887-1985). Preludiaban el cuarenta aniversario de su muerte, cumplido el pasado 28 de marzo. Chagall murió en Saint-Paul de Vence, donde residió los últimos diecinueve años de su larga vida, a unos veinte kilómetros de Niza, ciudad en la que se encuentra el museo dedicado a su pintura de inspiración bíblica y de temática religiosa y espiritual, muy amplia en un artista que nunca dejó de lado sus raíces judías.
En Saint-Paul de Vence está la sede de la Fundación Maeght, diseñada por el arquitecto catalán Josep Lluís Sert. Chagall entró a formar parte de los artistas de la recién creada Galería Maeght –entre ellos, Miró, Tàpies, Chillida, Palazuelo y otros españoles– después de la II Guerra Mundial, cuando regresó a París desde su exilio neoyorquino. La editorial de los Maeght ha publicado y sigue publicando numerosos libros dedicados a sus pintores.
Elba, sin las abundantes ilustraciones del original, editó en otoño Chagall (1974), inédito en español, del vehemente y erotómano novelista, poeta, dramaturgo y ensayista parisino André Pieyre de Mandiargues (1909-1991), muy vinculado como crítico al mundo del arte: su madre era hija de unos de los mecenas de Pierre-Auguste Renoir, tuvo un romance con la pintora surrealista de origen argentino Leonor Fini y estuvo casado con la inquieta y sugestiva pintora italiana Bona Tibertelli de Pisis, quien vivió una tormentosa pasión con Octavio Paz.
POETA. Mandiargues, en su impetuoso libro, sale en tromba atacando a Fernand Léger y Robert Delaunay –"esbirros", los llama– por tildar a Chagall de pintor literario. Más tarde defenderá la condición esencial de poeta del pintor, cuyo mundo de resonancias oníricas –reconoce– fue precursor del surrealismo, pero no se avino a él, entre otras razones, por su "extraño" misticismo, rechazado por el pope André Breton. Ese misticismo es objeto del análisis de Mandiargues, como también su tratamiento del amor y del erotismo.
Mandiargues cita y glosa infinidad de cuadros de Chagall. Así, cuando habla del circo, de la Biblia –por supuesto–, de los animales –sobre todo, del caballo, del asno y del gallo–, de la máscara o de la recurrencia chagalliana a la figura del ángel. Es muy interesante cuando, apoyando a Chagall, niega que su pintura esté obsesionada por los símbolos y sí por la forma y el color.
Mandiargues, en su impetuoso libro, sale en tromba atacando a Fernand Léger y Robert Delaunay por tildar a Chagall de pintor literario
SEXO. André Pieyre de Mandiargues tiene en Barcelona una plaza en su honor. Se debe a la visita que el escritor hizo a la ciudad a mediados de los años 60 y de la que surgió su terrible novela Al margen (1967), ganadora del Goncourt y adaptada al cine erótico de Walerian Borowczyk en 1976. He recuperado de mis estanterías la edición que hizo Bruguera en 1981.
Sería interesante ver el efecto que causaría ahora esta novela, cruce de vituperios a Franco –"el engreído", el "fürhánculo"– y al franquismo y loas a Cataluña, tragedia abracadabrante y, sobre todo, minucioso recorrido por los antros y burdeles de lo que entonces se llamaba el Barrio Chino (hoy El Raval).
Ese recorrido corre a cargo de Sigismund Pons, cuarentón catalán francés, casado y con un hijo, que, a la espera del estallido final presentido por una carta que le llega a su hotel barcelonés, se abisma en el universo del sexo sórdido, en sus olores, sabores, sudores y despojos.
Está detalladísima, con todos sus nombres y descripciones, la cartografía de calles y tugurios y el gran mural de los habitantes y frecuentadores del territorio que va del Paralelo a las Ramblas. Y el protagonista, entre otros lugares aún reconocibles, hace parada y fonda más de una vez en el literario restaurante (Vázquez Montalbán) Casa Leopoldo. Al margen es documento (a su pesar) y dinamita.