Lectores en el vestíbulo de uno de los pabellones en la Feria de Fráncfort

Lectores en el vestíbulo de uno de los pabellones en la Feria de Fráncfort

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La relevancia de las ferias del libro en la actualidad

¿Para qué sirven, qué suponen para nuestra literatura y nuestra edición las ferias internacionales del libro? ¿Han perdido su razón de ser en la era de la cibercomunicación o siguen siendo importantes?

Miguel Aguilar Juan Casamayor
31 octubre, 2022 01:58

Miguel Aguilar. Foto: © Marta Calvo

Miguel Aguilar. Foto: © Marta Calvo

Miguel Aguilar

Editor de Debate, Taurus y Random House

La alquimia editorial

Si bien las editoriales no dejan de ser empresas, creo, con Javier Pradera, que es más útil considerarlas una variedad del mundo cultural que una especialidad del mundo empresarial. Así, pese a todos los avances en el análisis de lo que demandan los lectores, sigue habiendo un espacio importante abierto a la sorpresa (¿qué Inteligencia Artificial hubiera apostado por que un libro de 600 páginas de una profesora de Zaragoza sobre el mundo clásico se convertiría en un bestseller mundial?) y sobre todo un margen para apostar por el valor cultural de los libros (el valor de uso frente al valor de cambio en terminología marxiana).

Para encontrar esos libros no obvios las ferias son fundamentales. No tanto por el acceso a los libros en sí, sino por la posibilidad de conocer a quienes han apostado por ellos y tejer complicidades sin plazo fijo de vencimiento. Aunque hoy la información fluye de manera constante sin necesidad del contacto humano, hay una parte relacional clave para poder cribar las infinitas propuestas existentes.

La extraordinaria red de contactos internacionales de editores españoles como Carlos Barral, Jorge Herralde o Beatriz de Moura, labradas feria a feria a través de recomendaciones, conspiraciones y, sí, alguna francachela que otra, están detrás de la carrera internacional de muchos de los autores españoles (y latinoamericanos) de los últimos 50 años. (Es algo distinto el caso de las agencias, que están en contacto permanente con los editores y además no pueden ejercer de prescriptores neutros.)

Editar es compartir ideas e historias, y las ferias son a menudo el crisol donde toman la forma adecuada para cruzar fronteras y atravesar idiomas

La otra parte insustituible de las ferias es el intercambio de ideas, a veces sencillamente ver cómo se ha publicado un libro en Francia, cómo están cambiando las portadas holandesas o cruzarse con una colección muy interesante de historia italiana que se puede reproducir en España. Pero también aprender del auge del audiolibro en Escandinavia, entender las estrategias de las editoriales independientes italianas o descubrir a unos recién llegados mexicanos con ganas de comerse el mundo. Compartir experiencias con colegas que se enfrentan a los mismos o muy parecidos desafíos es tan útil cuando son buenas como consolador cuando son negativas.

La pandemia permitió comprobar que sin ferias (y con muchas librerías cerradas) se seguían publicando libros (e incluso vendiéndose muy bien). Sin embargo, era la inercia acumulada de muchos años la que lo permitió (más la ímproba tarea de tantas librerías por seguir funcionando y el apoyo de los lectores).

Editar es compartir ideas e historias, y las ferias son a menudo el crisol donde toman la forma adecuada para cruzar fronteras y atravesar idiomas. Ese momento casi alquímico es imprescindible, y creo que seguirán siendo irremplazables mientras el factor humano continúe pesando a la hora de definir la oferta que llega a las mesas de novedades, ya sea la próxima E. L. James o la nueva Annie Ernaux. De momento, es una excelente noticia que la primera feria de Fráncfort tras la cancelación pandémica del 2020 y la celebración a medio gas de 2021 haya tenido a España como país invitado, 31 años después de la anterior. Escaparate inmejorable y crisol fundamental, hay que aprovechar el momento.

Juan Casamayor. Foto: Lisbeth Salas

Juan Casamayor. Foto: Lisbeth Salas

Juan Casamayor

Editor de Páginas de Espuma

Viajantes del libro

Tradicionalmente las ferias internacionales del libro han marcado el pulso editorial español. De un octubre en el LIBER -alternando las sedes de Barcelona y Madrid- hasta un noviembre del año siguiente en la gran FIL de Guadalajara, los editores, atendiendo a su participación, detallaban programas de novedades, planificaban reimpresiones o impresiones en otros países, negociaban cifras de exportación o coordinaban viejes de promoción de autores.

Los editores emprendíamos, a modo de viajantes con ejemplares de muestra y catálogos actualizados, largas travesías de feria en feria, de ciudad en ciudad, con el fin de cumplir con agendas y citas pactadas, con visitas a librerías y distribuidoras. Los pasaportes son testigos mudos de decenas de miles de kilómetros. Editores que acumulan millas, como una ida y vuelta a la Luna.

La experiencia atesorada apunta a la necesidad y a la conveniencia de este hábitat, en cuyos días se producen acuerdos jugosos -los famosos pedidos en mesa-, impulsos de ciertas estrategias, firmas de contratos anhelados… y luego las noches, con sus cenas, sus fiestas, una suerte de escapismo del suelo enmoquetado y tablas excel de facturación. Fuera de los límites de las ferias, las redes comerciales de las editoriales se limitaban a interminables correos electrónicos, puntuales llamadas telefónicas o anecdóticas conexiones por Skype.

Y es ahí, en un mundo agotado por un lenguaje interminable de pantallas, donde se hace patente la naturaleza insustituible del reencuentro personal, de la propia sociabilidad que nos define

La inexorable llegada de otras herramientas de comunicación modificó los usos de intercambio con los interlocutores de una editorial. La epidemia aceleró los procedimientos de conexión a distancia y la excepcionalidad dio paso a la regularidad, las metodologías antiguas volaron por los aires: en una semana se podía asistir a un encuentro con tu distribuidor o a la conversación con libreros de otros países.

En paralelo, los escritores irrumpieron en avalancha en nuestras casas, presentando sus libros, dialogando con otros autores, impartiendo talleres de escritura… Cualquier lector de cualquier latitud podía ser partícipe de una actividad virtual, lo que parecía poner contra las cuerdas los formatos presenciales de ferias, festivales o congresos. Surge así una interrogación: ¿sigue siendo importante su razón de ser?

Todavía con el aliento del Covid, asistimos a la rehabilitación de ese calendario imprescindible. Los editores vuelven a hacer las maletas, los autores vuelven a poner rostro a sus lectores. Y es ahí, en un mundo agotado por un lenguaje interminable de pantallas, donde se hace patente la naturaleza insustituible del reencuentro personal, de la propia sociabilidad que nos define. Cómo renunciar a la firma del ejemplar, al selfie deseado, al abrazo con el librero, a la coincidencia de las palabras y las miradas.

No puedo imaginar un sector del libro sin esta suerte de eventos. Desde junio con una normalizada Feria del Libro de Madrid hasta un fructífero LIBER en octubre, he asistido a la FIL de Lima, a la maravillosa Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios (FILUNI) organizada por UNAM en México o al cuidadísimo Festival Hispanoamericano de Escritores de Los Llanos de la Isla de La Palma. Esa es mi vida. Esa es la vida del libro. Única.

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