Premio Goya

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Premios Goya 2022: ¿Lo arriesgado y minoritario es incompatible con el gran público?

Este año, más que nunca, buena parte del cine de autor, el emergente, el que mandará en el futuro, se ha quedado en los márgenes de las nominaciones. Vemos por qué.

Enrique López Lavigne Jaime Rosales
12 febrero, 2022 03:56

Enrique López Lavigne
Productor de La abuela (2021), dos nominaciones a los Goya 2022

Los olvidados

Soy miembro de la Academia de las Artes Cinematográficas de España desde hace más de 15 años, pero también de la Academy of Motion Pictures and Arts (la de los Óscar de Hollywood, vamos…) desde hace un par de temporadas, y el fenómeno persiste. La producción de cine crece año a año, sin embargo las nominaciones se concentran en un selecto grupo de películas (media docena) que nunca representan la diversidad y la riqueza de las cinematografías que abanderan.

El no darle oportunidad a lo diferente es la semilla de una epidemia que nos invade y que es letal para el cine y sus nuevas caras, y responde a nuestros gustos rutinarios, prejuiciosos, establecidos

A lo largo del tiempo, para evitar la concentración de estatuillas en las mismas manos, se ha votado por gremios, en línea… se ha abierto el sistema de publicidad a todo tipo de recursos privados y públicos, pero no hemos conseguido superar el obstáculo principal: que somos nosotros mismos. Esta es una pregunta que me hago constantemente y siempre el día que veo en un periódico las películas nominadas y sus correspondientes olvidos, ya estén las películas que produzco entre las elegidas o pertenezcan a ese ilustre grupo de las malditas (nos conformamos con ser malditos, pero no mola un pimiento).

Las redes se saturan de comentarios sobre estos olvidos año tras año y nos sobreponemos a estas injusticias pensando que la próxima temporada votaremos mejor o apoyando a otra plataforma oficial de premios que recoja la antorcha justiciera. Pero el ser humano es humano y por lo tanto perezoso. He llegado yo mismo a esa conclusión desde la autocrítica. De la misma manera que somos prejuiciosos como espectadores con nuestras selecciones personales motivadas por el sentido subjetivo del gusto, lo somos con estas decisiones que exigirían de un mayor compromiso por dejarnos arrastrar por la curiosidad. Al menos intentarlo.

No darle oportunidad a lo diferente es la semilla de una epidemia que nos invade y que es letal para el cine, para sus nuevas caras, y responde a nuestros gustos rutinarios, prejuiciosos, establecidos. Apuesto a que no solo no vemos lo que deberíamos ver como responsables, sino que muchas veces se vota sin ver, quizá pensando que estos premios son un género en sí mismo que solo puede albergar un determinado tipo de cine que se rige por las reglas de lo industrial o del glamour repetido ceremonia tras ceremonia.

Solo así se entiende que este año joyas como Espíritu sagrado, Destello bravío, El vientre y el mar o Seis días corrientes (entre otras muchas, por supuesto), las cuatro representantes de nuestro cine premiadas en festivales internacionales y nacionales, no participen en esta edición como aspirantes a nada, cuando son cine y buen cine. Solo así se entiende que Quién lo impide, de Jonás Trueba, no haya superado la idea de que quizás no sea un documental o que un documental no pueda aspirar a ser Mejor Película. Preguntas que me hago todos los años por estas fechas y para las que no tengo más respuesta que mi curiosidad.

Jaime Rosales
Director de La soledad (2007), ganadora de tres Goyas

Arte e industria

Toda película es una obra artística y un producto comercial. Esa dualidad, obra y producto, es inherente a toda creación cinematográfica, de manera que incluso la más extravagante película autoral tiene algo de comercial en su ADN, al igual que el más burdo blockbuster para adolescentes contiene algún resquicio artístico. Las películas con marcado sesgo comercial encuentran su principal recompensa en la taquilla; las películas más arriesgadas, destinadas a un público culto y curioso, la encuentran en los prestigiosos festivales de cine y en las selectas salas de arte y ensayo.

El futuro del cine se escribe y se escribirá desde los márgenes. Todos los esfuerzos en ese sentido son pocos. Es deseable que las academias se renueven constantemente, que dejen entrar aire fresco

Existe un tipo de película que trata de navegar en un difícil equilibrio entre arte e industria. Son películas que buscan una alta calidad artística en sus formas fílmicas y una cierta gravitas en sus tratamientos temáticos. Tocan problemas de actualidad social, humana y política, desde la convicción de que un tratamiento serio de un tema importante puede trasformar la visión del mundo de un espectador. Son películas realizadas con un ojo puesto en el espectador y otro en la posteridad. No renuncian a llegar a muchas salas, ni a beneficiarse de campañas de promoción extensivas, como tampoco a hacerlo desde un lenguaje elegante y riguroso.

No es fácil lograr fabricar una buena película. No es fácil lograr un gran éxito comercial. Cada entrada vendida es una conquista. Tampoco es fácil lograr un premio en un gran festival internacional con una película pequeña, valiente y radical. En los festivales la competencia es feroz. Y es particularmente difícil lograr una película estupenda que presente un buen equilibrio entre lo artístico y lo industrial.

Entre las películas ganadoras en los Goya no se suelen encontrar las películas más arriesgadas, innovadoras y minoritarias, pero en tanto y cuanto exista en España un circuito de festivales y salas de arte y ensayo destinadas a su difusión, no deberíamos inquietarnos. Resulta esencial proteger el circuito alternativo y las salas que apuestan por el rigor. El futuro del cine se escribe y se escribirá desde los márgenes. Todos los esfuerzos en ese sentido son pocos. Es deseable que las academias se renueven constantemente, que dejen entrar aire fresco. Las cinematografías de los países que no se ventilan corren el riesgo de caer en un clasicismo aburrido y repetitivo.

No parece, por ello, insensato premiar ciertas películas marginales que presenten algo nuevo y estimulante, como tampoco lo parece atender algunas plegarias de los productores que piden entrada a ciertos blockbusters que presentan un plus de calidad. Conviene, no obstante, “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En el caso que nos ocupa, soy de la opinión que el Goya a la mejor película conviene dárselo a aquella película que sea la más completa, profunda, sorprendente, personal y con vocación mayoritaria que pueda servir de ejemplo de lo que es el cine y debe ser una película: una obra, a la vez, personal y colectiva; un producto, a la vez, artístico e industrial.

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