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¿Ensayo, divulgación o fraude?

¿Ensayo, autoayuda o directamente fraude? El actual boom de títulos científicos ha puesto en guardia a los auténticos divulgadores. Dos de ellos, Francisco Mora y Luis Aguado, señalan la cara y la cruz de un fenómeno que copa las listas de los libros más vendidos

14 octubre, 2019 08:37
Luis Aguado
Catedrático de Psicología y autor de Cuando la mente encontró su cerebro

Populistas de la ciencia

Cualquiera que visite los quioscos de aeropuertos y estaciones de ferrocarril se topará nada más entrar con un nutrido expositor donde abundan los libros con títulos que nos invitan a desembarazarnos de las personas tóxicas, meditar para alcanzar la paz interior, liberarnos de nuestras ansiedades o darnos la ultimísima receta para lograr la felicidad. Prensa y revistas de todo el mundo (¡al menos del desarrollado!) cuentan también con secciones fijas en las que especialistas más o menos acreditados nos explican cómo somos y nos recomiendan conductas y modos de vida. Es la dichosa “autoayuda”, una modalidad de publicación que alcanza niveles de epidemia y que se ha convertido en un pingüe negocio para quienes han sabido subirse a tiempo a este carro que cada vez circula a mayor velocidad. Se supone que estas obras le permiten al lector aplicarse conocimientos y recetas (“autoayudarse”, ¡vaya verbo!) sin necesidad de recurrir a ningún especialista, sea médico, psicólogo… o confesor. Parapetados tras la apariencia de divulgación, muchos libros de autoayuda son en el mejor de los casos compendios de sentido común y, en el peor, verdaderos fraudes sin ninguna base científica. Pero son fáciles de leer, no requieren mucho esfuerzo intelectual y le dicen al lector lo que quiere oír. En esto radica su éxito.

"Parapetados tras la apariencia de divulgación, muchos libros de autoayuda son, en el mejor de los casos, compendios de sentido común y, en el peor, fraudes sin ninguna base científica"

Dado que soy psicólogo y que mi formación y mi investigación tienen que ver con el estudio de la mente y el cerebro, me preocupa especialmente la proliferación de obras que se adentran en este terreno con escaso rigor científico. Entender cómo funciona nuestra mente y cómo ésta es producto de nuestro cerebro es una cuestión en la que los científicos andan empeñados desde hace décadas. Por supuesto, es posible explicarle al público no especializado qué sabemos sobre este asunto tan complejo, pero para hacerlo se requiere mucho tiento y un conocimiento suficiente de la cuestión. Pero, desgraciadamente, hay quienes intentando hacer la ciencia comprensible caen en simplificaciones y en afirmaciones vacías que no logran más que desinformar.

En relación con la mente y el cerebro se han difundido ideas simplistas basadas supuestamente en la neurociencia pero que parten del desconocimiento o de una mala interpretación de lo que realmente sabemos. Lo peor es que esas ideas muestran una contumaz resistencia al cambio y que incluso personas cultas y bien informadas les dan crédito. Valga como ejemplo la difundida creencia de que los dos hemisferios de nuestro cerebro funcionan de modo diferente, siendo el izquierdo la sede de la razón, el lenguaje y el cálculo y el derecho el responsable de las emociones, la creatividad o la sensibilidad artística. O la excesiva insistencia en distintas formas de meditación, como el mindfulness, con las que nos prometen cambiar nuestro cerebro, por no hablar de las innumerables variantes del omnipresente coaching. Pero igual que hay populistas en la política, que dan recetas fáciles a problemas complejos, abundan en este terreno los populistas de la ciencia que tratan de dar explicaciones simples a cuestiones que traen de cabeza a los científicos de verdad.

Francisco Mora
Catedrático de Fisiología y autor de Ser viejo no es estar muerto

Un caladero de mitos

Un prestigioso científico de la Universidad de Oxford, Colin Blakemore, señaló una vez que “la ciencia no se considera cultura”. Para mucha gente, la cultura significa todo aquello relacionado con el arte y las humanidades, la literatura, el teatro, la pintura, la escultura, el cine. Sin duda que, para la sociedad, la ciencia no se encuentra al mismo nivel. Aunque en cualquier país esto sigue siendo así, es infinitamente más notorio entre nosotros. Y es además un fenómeno “endémico” en nuestra historia si exceptuamos la figura de Santiago Ramón y Cajal “único verdadero” Premio Nobel “cocido” en nuestros laboratorios y que data de hace más de un siglo (1906).

España no tiene cultura de la ciencia, producto, en gran medida, de una falta de educación en ella. Por supuesto que hay alguna asignatura en el bachillerato que habla del valor de la ciencia, como también hay portavoces en instituciones científicas y universidades o los propios medios que comunican, con palabras asequibles, los logros científicos en sus respectivas instituciones. Pero esto es muy pobre para que cale en la gente. Lo que se requiere es que lleguemos a entender que debemos ser los propios científicos los que en su formación integren, como parte de su trabajo, comunicar a la sociedad sus hallazgos. Deber justificado en tanto que, en gran medida, es el dinero de esa misma sociedad con sus impuestos lo que permite realizar sus investigaciones. El que la ciencia no alcance a la sociedad y la sociedad no sienta orgullo de sus logros es en parte culpa de los propios científicos. Hoy, muchos científicos consideran que ellos mismos, además de investigar, debieran tener la responsabilidad de hacer llegar a la gente lo conseguido con sus investigaciones. Señaló Blakemore: “creo que los científicos tendrían que tener como parte de sus obligaciones profesionales no solo hacer una buena investigación y ser honesto a la hora de comunicarla a otros científicos, sino que tienen que tener también la responsabilidad de comunicarla de forma más amplia a la sociedad”.

"El que la ciencia no alcance a la sociedad y la sociedad no sienta orgullo de sus logros es en parte culpa de los propios científicos. Muchos consideran su responsabilidad divulgarlos"

Y en esto, en esa comunicación a la sociedad, está también, y yo diría de forma sobresaliente, el valor de la divulgación científica. Divulgación científica que es muy pobre en nuestro país. Y lo es tanto por la recepción que la sociedad tiene de ella como el valor que ella misma tiene en las propias instituciones políticas. Divulgación que, a veces, en muchos libros, es distorsionadora de la realidad científica, lo que la convierte, tantas veces, en caladero de mitos. Casi todos los libros publicados en España divulgando la ciencia, salvo muy pocos, carecen de un auténtico valor para poder despertar la curiosidad de la gente. Añadido al hecho de que casi todos los buenos libros de divulgación científica son traducciones de científicos británicos o estadounidenses.

Se necesita una revolución cultural en España que haga llegar a la gente la idea de que la ciencia puede ser tan interesante, creativa y curiosa como lo es el arte. Y que uno llegue a sentirse orgulloso de los logros que se obtienen con la ciencia de su propio país.