Image: El milagro de la anticipación

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Opinión

El milagro de la anticipación

4 julio, 2014 02:00

J.J. Armas Marcelo

El abuelo de mi amigo el escritor Emilio González Déniz lo despertó una madrugada para que lo acompañara al sur de la isla de Gran Canaria, donde quien después sería un muy buen novelista se iba a encontrar con el mayor milagro de anticipación que sufrió en su vida. Creo que el lugar al que se trasladaron aquella mañana mi amigo y su abuelo era Arguineguin, un pueblo del sur de la isla que, en aquel tiempo, hace ya muchos años, estaba mucho más alejado que ahora, en el tiempo y el espacio, de la capital, Las Palmas de Gran Canaria. González Déniz recuerda que llegaron a un galpón ya de día y que allí entró una camioneta cargada de unas piedras enormes, entre blancas y transparentes. Eran parecidos a bloques para la construcción, echaban humo y refrescaban el ambiente. "Es hielo", le dijo su abuelo ante el asombro del niño. "Quema. Toca para que veas", le dijo. González Déniz pudo comprobar que su abuelo no le mentía: el hielo quemaba.

Se pueden imaginar que, muchos años después, cuando González Déniz había adquirido hacía rato la funesta manía de leer novelas, le cayó en las manos Cien años de soledad y el joven narrador quedó asombrado de la similitud de de su descubrimiento del hielo y del momento, a principios de la novela, en la que el coronel Aureliano Buendía se acuerda, ante el pelotón de fusilamiento que va a acabar con su vida milagrosa, del día en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Le he escuchado contar a González Déniz una y otra vez esta y otras muchas historias, algunas recogidas en su espléndido libro Crónicas del salitre (no recuerdo bien si este episodio también está en ese libro), dignas de mejor suerte que una simple conversación de escritores con un par de tragos de ron, bajo los flamboyanes del Parque de Santa Catalina y gozando del alisio fresco de la tarde y la amistad largamente fraguada en el tiempo de la lealtad. Sus historias y sus novelas se han quedado en la geografía insular del olvido e injustamente no han traspasado esa suerte de barrera mental que es el inmenso Atlántico que mucha gente dice que nos une y nos abraza. El caso de González Déniz es un ejemplo maléfico de la distancia, mental y geográfica, de las islas, porque siendo un gran novelista es un desconocido fuera de Canarias y las editoriales españolas, de la Península, jamás han tomado en cuenta su trabajo. Dispongo de tiempo, como explicaba Juan Marinello, para contarle a cualquier editor decente, de los que a pesar de todo quedan muchos en España, que este novelista sería para ellos un gran descubrimiento literario. Como el hielo para aquel niño que luego volvió a vivir emocionado su aventura cuando entró en el vicio de la lectura cotidiana de novelas.

Cada vez que hablo con González Déniz me comenta sus últimos escritos, elegantes y muy literarios, llenos de historias que me hubiera gustado escribir a mí, y siento envidia de la inventiva y capacidad intelectuales de mi amigo el novelista. Repito que me parece una injusticia intelectual y literaria que González Déniz, que cuando era niño llegó a conocer a John Huston en Las Palmas, cuando rodó allí con Gregory Peck algunas escenas de La ballena blanca, no sea un novelista integrado en la lista de los que hay que leer y conocer. Es divertido, histórico, faulkneriano ma non troppo, galdosiano cuando hay que serlo, contador de historias escritas y orales realmente interesantes. Y, sin embargo, nada: no hay un editor español que se haya interesado por sus obras.

Ahora estoy leyendo su última novela, inédita todavía. Es una preciosidad literaria, si se pueda conceder a la literatura ese sustantivo más propio de la industria joyería. Y, entre tanta bisutería primaria que se publica en España con ínfulas de "vendedores" triunfantes y ganadores de premios, me parece que la obra de González Déniz es tan superior como lo que va de la quincalla al diamante. Que no lo vean, porque no lo conocen o no quieren verlo, los editores españoles es un error de bulto que dice mucho de su desinterés verdaderamente intelectual y literario. Sigo leyendo estos días, ya en verano, la nueva novela de mi amigo González Déniz. Con franqueza, no sólo me estoy divirtiendo mucho sino que aprendo en cada página lo que realmente es literatura pura y genial. Y me gustaría que, muy pronto, ustedes también pudieran leerla. Publicada, editada y comentada por todos los lectores del país.