Image: Tristán Tzara

Image: Tristán Tzara

Opinión

Tristán Tzara, palabras por el suelo

Tristán Tzara echaba todas las palabras del diccionario, un día sí y otro también, y luego auspiciaba el resultado mirando las palabras por el suelo

7 noviembre, 2002 01:00

Ilustración de Ulises

Eran los últimos días de la Guerra Europea y el mundo se preparaba para hacer algo con la paz que aún no había llegado. El dadaísmo es algo así como la prehistoria o la primera floración de setas en lo que luego sería el surrealismo. Tristán Tzara estaba en el cabaret Voltaire (que yo he estado y no es un cabaret sino un pequeño café), tratando de inventar el mundo o, al menos, de inventar el lenguaje. En el Voltaire había exposiciones de arte abstracto y Tzara sacó esto del dadaísmo mirando por las páginas amarillas de la guía de teléfonos. Da-da. Porque los poetas son los únicos que creen que después de una guerra siempre empieza el mundo. Bueno, los poetas y los lecheros, pero los lecheros nunca han hecho dadaísmo.

Tristán Tzara echaba todas las palabras del diccionario, un día sí y otro también, y luego auspiciaba el resultado mirando las palabras por el suelo. El enemigo cañoneaba sobre Zurich y Tzara llegó a la conclusión de que había que liberar también aquel libro gordo del diccionario, que era como un esclavo negro con tatuaje de idiomas. O sea, que empezó a escribir desordenadamente, con todo el cuidado que eso requiere para no recaer en el orden académico y aburrido, en un sentido común que ya no era posible tras el sinsentido de la guerra. Con aquellos manuscritos sugeridores y primitivos se fue a París y enseguida tuvo en torno a los vanguardistas franceses, que también andaban buscando un orden nuevo, o mejor un desorden, para las ideas, la poesía y la prosa. Es cuando empieza a sugerirse el surrealismo, como plenitud oscura y sagrada del peleón dadaísmo.

Tristán Tzara echaba todas las palabras del diccionario, un día sí y otro también, y luego auspiciaba el resultado mirando las palabras por el suelo

Del mismo modo que Apollinaire había tenido escondida en su casa a la Gioconda, estos vanguardistas le pintaron bigotes a la famosa dama de Leonardo. Es evidente que las vanguardias querían hacer algo distinto con la Gioconda porque el Renacimiento les pesaba demasiado, era la catedral de la modernidad que no conseguía hundir ninguna guerra. El surrealista Picabia pinta “La Santa Virgen” mediante unos cuantos tachones en negro. Digamos que la Virgen y la Gioconda son las dos madres, en religioso y en laico, del mundo que estaba viniendo. Los vanguardistas no querían destruirlas, pero sí transformarlas en otra cosa.

Confraternizados dadaístas y surrealistas, presentan una nómina en la que están Tzara, Picabia, Aragón, Soupault, Breton y otros componentes de la primera hora. Por entonces, Soupault era uno de los genios más evidentes de la revolución literaria, y llega a escribir hallazgos como éste: “Un sobre desgarrado agranda mi cuarto”. Tienen un lema colectivo que les ayuda mucho: “Después de nosotros, la blenorragia”. A Tzara le escriben esto por las tapias: “Tzara, loco virgen”. A esta pintada anónima añadiría Picabia: “Tristán Tzara es un idiota virgen”.

En el acervo que nos han dejado hay milagros como éste: “Toda comparación poética debe ser concisa como la declaración de amor de un rey”. Han inventado ya las lágrimas de níquel y aquello de que la idiotez es el saturnismo de los matemáticos. O esto otro más festivo: “La cola del diablo es una bicicleta”. Así, “las más magníficas puertas son aquellas detrás de las que se dice abrid en nombre de la ley”. Bastardos del pasado, no descartan a Descartes (el juego es mío) y explican “no quiero saber siquiera si ha habido hombres antes de mí”. Pero el surrealismo tuvo más fascinación aglutinadora que dadá y, por otra parte, aquello empezaba a ser comercial. Tristán Tzara pasea solitario por París pensando en volverse a su Zurich provinciano y pinariego. En puridad, Tzara era un rumano creativo que tenía una gran casa en París. Va a escribir un libro de mil páginas. Su mujer es una delgada y bien dibujada sueca. Tienen un niño, pero naturalmente no lo enseñan jamás. El dadaísmo es el primer esnobismo de postguerra, pues Tzara era rico, brillante y snob. Tzara tiene una frase de despedida definitiva de la literatura y de la gente: “Vuestra enfermedad es un libro”.