Image: Marinetti

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Opinión

Marinetti, inventor del siglo XX

Al revolucionario y futurista Marinetti lo cogió Mussolini por su cuenta y le tapó las llagas de la vejez con condecoraciones, dejándole inútil para el futuro y para el pasado

3 octubre, 2002 02:00

Ilustración de Ulises

En torno a 1910 Marinetti ya se está quedando calvo y entrega su melena a los vientos de Italia, que le coronan un poco como nuevo príncipe de las nuevas vanguardias. Tiene prestancia de guapo oficial, nariz acertada y bigotes en ascua hacia arriba. Usa cuello alto y su vida está llena de manifiestos. Hace manifiestos para el amor, para la guerra, para la imitación de la guerra y sobre todo para el futuro. El futuro del siglo lo traen los manifiestos de Marinetti.

D’Annunzio es el polo opuesto de Marinetti y mucho más escritor que éste, pero al revolucionario y futurista Marinetti lo cogió Mussolini por su cuenta y le tapó las llagas de la vejez con condecoraciones, dejándole inútil para el futuro y para el pasado. D’Annunzio es el último dandy del siglo XIX, en nuestra cronología sentimental, el que tiene un pez de oro enterrado en el jardín y una amante famosa que multiplica la gloria de ambos. Pero Marinetti, todavía tan siglo XIX, se obstina en ser el inventor del siglo XX, como Apollinaire en Francia, como Gómez de la Serna en España.

Al revolucionario y futurista Marinetti lo cogió Mussolini y le tapó las llagas de la vejez con condecoraciones, dejándole inútil para el futuro y para el pasado

Los poemas escenificados de Marinetti son juegos de salón y la energía de su rostro es un poco una energía teatral. Gabrielle D’Annunzio mantiene muy equilibrado su juego entre el XIX y el XX. Escribe con una prosa aseada y de calidad. Sus esnobismos son todavía del ochocientos, de modo que no se los tenemos en cuenta. Marinetti, en cambio, se deja llevar por el ventarrón del novecientos, o lo crea él mismo, pero hay siempre en sus juegos, bélicos o amorosos, un ingenio de domingo por la tarde que le quita fuerza a su fuerza. Por eso pudo entregarse a Mussolini plenamente, ya en la madurez, y desde antes. Hay una letrilla del incesante Quevedo que lo dice así: “A las putas y barberos/a la vejez os espero”. Los sátrapas y dictadores, los políticos en general, también nos esperan a la vejez a los barberos y putas de las bellas artes. Es cuando las condecoraciones y las proclamas vergonzosas que destruyen una biografía. Así, cuando Marinetti dicta esta sentencia infame y precursora de todos los fascismos:

“La guerra es la única salud del mundo”.

Mussolini era un dictador literario que tenía que tener su poeta y su cronista, que fue Curzio Malaparte y que le chuleó bastante, según hemos contado ya o quizás no. Los tres poetas y el dictador forman un cuarteto de esnobs suficiente para deslumbrar a la retórica Italia y llenarla de frases y de gloria mientras sus aviadores bombardeaban Abisinia, pura negritud desnuda, como veía yo en las películas de Shirley Temple. El Negus no era más que el Emperador de las Cabras, porque en su país no había otra cosa y menos mal que el hambre daba también para las cabras. Un pintor español, Álvaro Delgado, le hizo un retrato al Negus y descubrió que tenía un gran agujero en el calcetín, desnudando el talón, eso que antes se llamaba un tomate. Por ese talón, aunque no era el de Aquiles, entró Mussolini en su conquistado imperio. El fascismo es un cómic muy bonito de contar.

El esnobismo de Marinetti le reviste de arriba abajo, pero luego, cuando su señora se pone horizontal para hacer la ametralladora con las perlas del collar sonando en la tarima como balas, todo les queda un poco cómico, quizá incluso cinematográfico según el cine de la época. No será uno quien descarte que Marinetti se inspiró en el cine mudo para sus sesiones dominicales de belicismo de salón. No en vano había escrito Ramón Gómez de la Serna:

-Charlot es todo el domingo de 1920.

Como Charlot preferimos a Chaplin mejor que a Marinetti o a su señora, aunque estuviese muy guapa. Todo el esnobismo de Marinetti es un esnobismo chafado que se malogró entre los salonniers que en realidad iban a ver a su señora y los generales de Mussolini, acostumbrados más a que las balas fuesen balas y las perlas fuesen falsas. Entre la falange de los esnobs de cada siglo puede que la inmensa mayoría quede efectivamente chafada, y ese fracaso de lo que ya nació fracasado, como imitación del dandismo, es lo que eterniza Charlot con su pobre muñeco de bigotito y bastoncillo. Charlot no cabe, me parece, en una antología de grandes esnobs porque fue el encargado de hacer la gran burla del esnobismo del siglo XX.