Image: Paco Rabal, con voz de pozo y de reyerta

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Opinión

Paco Rabal, con voz de pozo y de reyerta

5 septiembre, 2001 02:00

Se respiraba a macho perfumado, la elegancia postiza del obrero y la sonrisa buena, repartida entre los contertulios y la calle. Venía con soles duros y extranjeros, togado de Antonioni y de Buñuel, con muescas como besos de mujeres en la camisa mal desabrochada

Agosto. Jueves, 30

Venía con voz de pozo y de reyerta, venía con cicatrices y sonrisas, era un pedazo de naturaleza que se puso corbata para entrar en el Oliver, el Gijón, y en los grandes hoteles de Madrid. Se respiraba a macho perfumado, la elegancia postiza del obrero y la sonrisa buena, repartida entre los contertulios y la calle. Venía con soles duros y extranjeros, togado de Antonioni y de Buñuel, con muescas como besos de mujeres en la camisa mal desabrochada, ejemplo tan completo de la raza que no había qué decir sino quererle.

Pero era comunista y eso es bueno, fuera niño perdido en Chamartín y Dámaso le rompió todos sus versos, viendo ya en él el cine, todo el cine, que los del 27 sabían de eso. Aún olía a electricista y a adulterio de pobres el muchacho. Se hizo actor por la planta, la violencia, el chico de Cifesa, el galán duro que sentía la amistad más que el amor y daba a los amigos, derrochante, las monedas confusas y el tabaco.

Y su hermano Damián, búdico y plácido, que fue quien le hizo hombre, le hizo artista, lo confesara hasta el postrer momento, le enseñó a rebajar sus oros falsos y a no reírse tan fuerte cuando el alba. Damián, la inteligencia de Francisco, un hermano y un padre, muy nocturno, hasta ponerle en manos de Buñuel, que le adoptó como sobrino rojo y le plantó en Europa, macho puro.

-Tú eres bueno, Paquito, tú eres bueno Umbralillo, pero te haces el malo, tú nos quieres, te avergöenza saberlo y matas gente.

Dirijo a Raúl del Pozo mi pañuelo y le presto mi llanto porque llore, él fue hijo de Rabal, y estará solo, recordando los cines y las putas. Tengo un muerto entrañable, de alma suave, que quiero repartir entre los rojos, pero no quedan comunistas, Paco, y aquí estamos no-sotros, lloranderas, recogiendo tu voz en un cedazo, enarbolando tu belleza impura, dedicando tu muerte a los caminos y besando tus manos de agrio Papa.

Septiembre. Sábado, 1

Septiembre es un castañar, una riqueza ocre, cuando los árboles huelen como búfalos y los búfalos pasan por mi pecho. Septiembre es un alegre cementerio donde todas las noches hay romería. Jóvenes cuerpos de oro, muertos adolescentes, cadáveres de agosto, han tenido aquí su fiesta como supervivientes de un verano.
Septiembre es sólo un tránsito, un almacén de frutas y crepúsculos. Venimos por los rodales del estío y damos en tal estación, que también lo es ferroviaria por un aire de trenes que se alejan, enredadas despedidas del verano y un sol que ya es otro en las ventanillas que son ventanas donde va el pasar de un pueblo, la huida de una novia, el ferrocarril de la memoria. Eso que septiembre tiene de ferroviario y preotoñal, castañares y cementerios, ya está dicho, donde una primera tristeza se celebra a sí misma y una primera convalecencia de la muerte se apoya en los cipreses densos, claveteados de sus frutos, que ya ni siquiera creen en Dios.

Septiembre, en la ciudad, es la castañera de humo y el entretiempo de la vida. Septiembre, aquí en el campo, es la rendición de los árboles al hombre, la entrega de su fruta y una cabra lejana (el progreso las aleja), mi estilizada cabra de otro tiempo que lleva el alma fuera, una esquila ya triste, hacia la majada honda de la noche.

Septiembre, aquí en el campo, con lo que tiene de séptimo, es una insurrección de árboles mendigos y soldados de oro, algo que nos coge por sorpresa, nos invade, cuando ya teníamos que estar en la ciudad. Agosto, rey rendido, se deja conducir hacia el barranco de otro día por las tropas caqui y resol de esta insurrección que digo. Primer temblor de otoño en la sonata de mi cuerpo. Así vamos pasando o esperando más vida a la luz cementerial de este campo de flor donde retardo mi vida, enredo mis cosas y abandono mi sueño. ¿Irse o quedarse?

¿Consagrarse a esta paz o hacerse soluble en la ciudad de allá lejos, crisol de madrugadas optimistas? He aquí la duda de la que nunca salgo.