Image: Los trofeos efímeros

Image: Los trofeos efímeros

Poesía

Los trofeos efímeros

Román Piña Valls

17 octubre, 2014 02:00

Román Piña. Foto: Antonio Moreno

Sloper. Palma de Mallorca, 2014. 88 páginas, 11 euros

Responsable de una revista literaria (La Bolsa de Pipas) y profesor de lenguas clásicas, Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) tiene editados tres libros de poemas y cuatro novelas. La obra Los trofeos efímeros nació de una idea ingeniosa. En su epílogo, el autor reconoce que se propuso escribir una serie de "poemas fetichistas". La tentación inicial ha desembocado en una realidad más compleja. El pastillero de Whitney Houston, el panamá de Malcom Lowry, el sable de Vonnegut, la bufanda de Bolaño, el sedal de Leonard Bloom, el abrigo de Woody Allen, el vellocino de Miguel Ángel Velasco o la chapela de Ramiro Pinilla son algunos de los pretextos que Piña utiliza para revelarnos sus propios pensamientos. Con el mismo propósito cita objetos de personajes surgidos de la leyenda o la literatura: el arpón de Ahab, la silla de Supermán, el santuri de Zorba, el florete de d'Artagnan, el testamento del Yeti.

El escritor combina con tino la imparcialidad fría y la expresión apasionada. Cuando detalla las peripecias de artistas, parientes, trotamundos y seres inventados, sentimos que asoman detalles de su intimidad. Como ocurre en El zapato de Emma Bovary, a menudo las tensiones proceden de una simple anécdota. Un poema en prosa, inspirado por el ambiente de la novela Bajo el volcán, aúna el impulso de huir, el mezcal de los burdeles y las búsquedas de un hombre que desea vivir en algún lugar "no manchado por nuestra ira". No nos extraña que la imagen del explorador antártico Frank Worsley con su sextante figure en la cubierta del libro.

Aunque Los trofeos efímeros mantiene un nivel notable, la poesía brilla con fuerza especial en las composiciones extensas. Las tres páginas de El reloj de Carmen Bertrand y las diez de La cámara de Ricardo Ortega encierran palabras vibrantes. El primero de dichos textos resume los últimos momentos de la vida de un familiar. En el segundo se recuerda con hondura al periodista y físico nuclear asesinado en Haití. "Y todo lo escrito es ahora sólo cicatriz", confiesa Román Piña. Pero es una cicatriz que emociona.