Image: Huxley. Poesía completa

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Poesía

Huxley. Poesía completa

Aldous Huxley

29 abril, 2011 02:00

Aldous Huxley

Trad. J. I. Gómez López. Cátedra. 732 pp, 18 euros


Soy grande, contengo multitudes. Para Walt Whitman, el espacio interior importa: habló por trescientos millones de norteamericanos. Pero una voz aún más amplia necesita el que da voz a la humanidad entera: Aldous Huxley.

Como T. S. Eliot pero al revés, Huxley (Surrey, 1894-Los Angeles, 1963) nació inglés y América fue siempre su amor no correspondido. Su nombre es sinónimo de Un mundo feliz, una de las apoteosis de esa distopía que fue (en la realidad y en la ficción) el siglo XX: humanos que crean máquinas que destruyen humanos. Llámense armas o medios de incomunicación de masas o la interpretación de los sueños: Huxley es la encarnación de la rabia contra la máquina y, sobre todo, contra el poder que opera la máquina. Es social, político, no distingue entre Ford y Freud. Es la revolución de la ética en pleno corazón de la revolución industrial.

En el extremo opuesto de la historia, su Poesía completa se asienta en un pasado de dioses de tribus griegas, cisnes que inseminan a doncellas, y topos. Siete libros, veinticinco años: La rueda ardiente (1916), Jonás (1917), La derrota de la juventud y otros poemas (1918), Leda (1920), Arabia Infelix (1929), Las cigarras y otros poemas (1931) y Vedanta for the Western World (1941). En algún tramo del camino, concretamente en 1932, Huxley inventó el pánico a la manipulación de la mente y la tecnofobia como variante de la misantropía. Un mundo feliz fue su crisis de los 40; la poesía, la pasión de toda una vida. Editor de la legendaria revista Oxford Poetry e invitado regular al círculo de Bloomsbury, Huxley es poeta de simbolismo purísimo, producto no de la imitación mecánica de modelos precocinados, sino de una comprensión verdadera de Blake, Baudelaire y de los primeros poetas contemporáneos: los grecolatinos. Pocos como él son capaces de procesar esa monstruosa anomalía literaria que hemos dado en llamar clasicismo en versos como "Marchan ebrios de su propia sangre acelerada" dentro de poemas como "Calígula o el triunfo de la belleza". Más catuliano que Catulo, Huxley comprende que la poesía es arquitectura, creando volúmenes verbales bellos a la par que habitables: "En tu boca, blanca esfinge de cálida leche,/ saboreo un extraño Apocalipsis". Genio y por lo tanto irresponsable, Huxley roba cosas (a Catulo su "Soles occidere et redire possunt", nada menos), pervierte la lengua inglesa ("Hear what God utters…/ Yes, but God stutters"). Técnicamente meticuloso hasta lo obsesivo-compulsivo, su idea de la metapoesía es horaciana, sólo que con MacBook en vez de cálamo: "Mi máquina de escribir viene escribiendo torcidamente/ desde hace mucho; […] por eso es por lo que/ estoy dejando de ser poeta". Reconciliación de naturaleza y arte, trasvases métricos, mundos redimensionados: Huxley deconstruye las poéticas sagradas, les inyecta LSD y sobredosis de Bhagavad Gita (como hacía consigo mismo), lleva la mística a territorios épicos. Aldous Classicus es arrogante, sabe mucho de muchas cosas, y eso le hace peligroso: "Un país hay en mi mente,/ más bello de lo que un poeta ciego/ acertaría a soñar, el cual jamás había conocido/ este mundo de sequía, polvo y piedra/ en toda su fealdad: un lugar/ de todo menos de gracia humana". Si La tierra baldía existió alguna vez fuera de Eliot, existió en Huxley.

Perpetuo regenerador de cánones, Huxley a la tradición le arranca la energía, transforma esa energía, es él mismo energía pura. De Shakespeare lo toma prestado todo, pero no le debe nada: Hamlet y Yago, pathos y sonetos, la catarsis de la tragedia convertida en lírica modernista. Estos poemas no se leen: en estos poemas se entra. Que el infierno de Dante se hiele. Es hora de reconquistar la esperanza.